Nuevos aires se sienten en el planeta. Una ola de nueva consciencia y ruptura de antiguos paradigmas se esparce por todos los rincones. Estamos comprendiendo que si continuamos de la manera en que hemos llevado la civilización —sin respeto por los ecosistemas y sus ciclos— nos estamos destruyendo.
En cada lugar nos estamos despertando unos a otros, inspirándonos y obedeciendo a esta necesidad de transformación. De manera paulatina nos vamos abriendo a una profunda conexión consciente. Y esta zacudida nos empuja a salir de nuestras zonas cómodas del individualismo y, de una manera íntima pero también colectiva, replantearnos nuestras formas de pensar y relacionarnos.
I NTRODUCCIÓN
En la actualidad vivimos un poderoso cambio en el planeta. Una oportunidad única donde cada uno de nosotros tendrá la posibilidad de adquirir una nueva forma de conocimiento: la intuitiva. Será un giro sin retorno. Un proceso que no estará libre de dificultades. Sin embargo, hoy tenemos la misión de contribuir a un ambiente planetario simbiótico, cooperativo, integrativo, sostenible, y por supuesto, los primeros actores involucrados serán los seres humanos.
En este contexto urge entender que la caja de herramientas para enfrentar el cambio siempre ha estado dentro de nosotros. Y aunque pueda estar algo oxidada o llena de instrumentos averiados, todo está en esencia allí para ser reparado y puesto en acción. Pero hacerse cargo y lograr una vida armónica y pacífica tiene exigencias: la información que disponemos debe ser actualizada de manera profunda. Y no hablo de teorías, sino que me refiero a un nivel práctico, vital, espiritual.
Este cambio, en definitiva, tiene que ver con nuestra forma de ver las cosas. Con activar el conocimiento que surge desde la intuición y desde otros planos, enriqueciendo nuestra percepción de la realidad.
Cuando buceamos en la intuición, empezamos a entender que lo que observamos muchas veces no es lo que aparenta y descubrimos que hemos vivido por largo tiempo bajo doctrinas reduccionistas: dogmas que intentan convencernos de que el mundo material o visible es todo lo que existe. Sin embargo, hace mucho que esta mirada ha sido superada incluso por la ciencia: la mecánica cuántica, por ejemplo, revolucionó la física a principios del siglo XX ; y en la actualidad, la neurociencia avanza aceleradamente en la investigación del cerebro humano.
Creo que es hora de incorporar esos enormes conocimientos nuevos —que se actualizan en todo momento— a nuestra vida cotidiana, dándole espacio a visiones más amplias, integrativas, donde el norte imperante no sea un dogma antiguo, sino una actitud abierta y tranquila que nos ayude a ampliar nuestra visión del mundo.
Pero ¿qué quiere decir esto? En el fondo, que nos haremos más conscientes. Y al hacerlo, incorporaremos una herramienta poderosa para cambiar nuestra idea del mundo y, por lo tanto, al mundo en sí mismo. Comenzaremos a ser sus co-creadores. Viviremos unas vidas en las que seremos más responsables, porque seremos más conscientes de la relación que tenemos con nosotros mismos, con los pares, con los animales, con la naturaleza. Es lo que llamo hacerse cargo de nuestra «voz interna intuitiva».
Quizás todo esto pueda sonar muy extraño al principio, pero nuestra voz interior seguro que nos dará luces: «¡Wow! Yo sabía esto, pero no sabía que lo sabía». Ese «¡wow!» es magnífico, porque no necesariamente viene del mundo consciente, sino que a lo mejor es un conocimiento relacionado con nuestro pasado evolutivo. Un «pasado cosmológico» —me gusta decir— donde se encuentran verdades profundas.
El proceso de interiorización no es gratuito, y demandará nuevos recursos de tu parte. Se trata de un viaje radical a «la noche oscura del alma», que implica —y lo sabes muy bien dentro de ti— modificar tu forma de vivir para así aproximarte a una vida más plena. En este camino deben refrescarse las prácticas que coordinan la existencia. Actualizar la higiene espiritual, laboral, relacional y, de igual modo, la forma de nutrirse en términos físicos y espirituales.
Este libro tiene el propósito de servir de hoja de ruta para quienes —al igual que yo— perciben ese intenso y continuo llamado a cambiar. Intentaré mostrarles, en este recorrido, que cada uno es su propio maestro y terapeuta. Descubrirán, asimismo, que toda ayuda externa que podamos entregar los médicos tradicionales —alópatas— u otros, será siempre una motivación o una guía. Nada más. No se puede curar nada, ni cambiar nada, sin la participación de la persona. El trabajo lo tiene que hacer cada uno. Los resultados los disfrutará también cada uno. ¡Y valen la pena!
Capítulo I
A UTOCONOCIMIENTO
¿Quién soy?, ¿por qué estoy vivo?, ¿hacia dónde me dirijo? Sé que estas preguntas habitan en nosotros de manera oculta. Palpitan. Y a ratos se incrementan hasta hacernos lidiar con un estado de incomodidad interior. Este impulso puede relacionarse con un nuevo nivel de información que se hace presente en cada uno de nosotros de manera inconsciente. Es como si de pronto un velo se retirara de los ojos y nos sintiéramos empujados de manera discreta —pero sostenida— a vivenciar un cambio: un proceso cerebral donde se pone en tela de juicio y duda genuina lo que se nos ha impuesto desde la tradición, todas aquellas verdades supuestamente indiscutibles.
Cuando eso ocurre, debemos detenernos: cada vez que tengamos la sensación de que «esto ya no me calza», no debemos ceder ante la inercia y huir de esta encrucijada. Aunque la resistencia al cambio sea natural, aunque surjan los temores y las ansiedades; aunque no sepamos qué hay más allá, hay que atreverse a observar los signos que la vida nos está dando.
Así me sucedió en 2011.
Ya era un médico profesional, con una especialidad e incluso una subespecialidad. Llevaba una vida tranquila dentro de los cánones socialmente validados: era reconocido entre los pares y no tenía dificultades financieras ni de salud. Desde afuera parecía que todo iba sobre ruedas; pero, claro, lentamente se fue instalando en mí un desencanto intraducible. La mente, nuestra compañera eterna, comenzaba a funcionar de otro modo, y me hacía cuestionar los conceptos de seguridad y sobrevivencia.
«Oye, Rodolfo —escuchaba adentro—, ¿por qué sientes insatisfacción?, ¿acaso no te das cuenta de todo lo que tienes y has logrado? Eres un mal agradecido. Debieses tener vergüenza: hay tantos a los que les gustaría estar en tus zapatos...»
Cuando algo así pasa, en general intentas silenciar esa voz, cierras los ojos, te das vuelta y duermes. Pero en mi caso, esos mensajes se repetían con una seguridad escalofriante. Con los días, la sensación de infelicidad iba en aumento. No me soltaba hasta provocarme lágrimas, que omitía o renegaba. Me creí el cuento de la mente: me convencí de que era sencillamente un mal agradecido. Pero no pude sostener ese discurso, porque algo muy profundo se movía en mí. Se había iniciado un proceso que llamo de «disonancia cognitiva», un desacuerdo entre los pensamientos y el estado interior. Y ocurría que el camino convencional de mi vida, que había emprendido hace muchos años, solo me entregaba vacío y sinsabores. El dolor no tardó en llegar y recordé que «crisis» etimológicamente significa «cambio profundo», y claro, si no se generaba un cambio en mi ruta, si no modificaba mi camino, la incomodidad iba a persistir y agudizarse.