Lester del Rey - Jaque mate psíquico
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- Libro:Jaque mate psíquico
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1971
- Índice:5 / 5
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Jaque mate psíquico: resumen, descripción y anotación
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Jaque mate psíquico — leer online gratis el libro completo
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Esta obra tenía que ir dedicada
a Judy-Lynn Benjamín,
una Primate de lo más agradable
Ahora, felizmente, lo está
a Judy-Lynn del Rey,
la más encantadora de las esposas
El ingeniero Harry Bronson es un tipo que de pronto, y para horror suyo, se descubre poseedor de poderes psíquicos: telepatía, clarividencia, precognición.
Al igual que los otros telépatas, Harry esta condenado a acabar loco…
Como llega a entender sus poderes y sus limitaciones, a descubrir sus orígenes y a evitar la perdida del autocontrol, y como encuentra ayuda en una fuente inesperada y totalmente extraña forman la trama de esta tensa novela.
Lester del Rey
ePUB r1.0
GONZALEZ04.04.13
Título original: Pstalemate
© 1971 by Lester del Rey
Traducción: Hernán Sabaté
ePub base r1.0
Amén
El profesor Harris contemplaba detenidamente la gran rata gris en la jaula que tenía ante sí, mientras asentía con impaciencia a las nerviosas explicaciones que profería el joven Jones. La rata los miraba con calma, sin buscar sus ojos ni tampoco retirando los suyos.
—Ésta no se va a volver loca —repetía Jones—. Lo hemos probado todo. Jenny, la señorita Simpson, quiero decir, pensó que debíamos haber cometido algún error, así que la pusimos en el segundo lote y volvió a pasarlo todo. ¡Pero no reacciona! Mire las demás de esa jaula grande. Todas cayeron en shock. En cambio ésta…
Harris asintió otra vez e intentó aparentar interés. Ya había leído el informe. Habían probado todo tipo de presión y de castigo inesperado con aquella rata llamada Muley. La sometieron a una confusión de recompensas y castigos, mezclaron comida y descargas eléctricas, es decir, convirtieron la vida de la pobre bestia en un infierno. A pesar de ello, Muley se negaba a cooperar; simplemente, había aceptado los antojos del destino y se limitaba a esperar.
Harris cortó el torrente de palabras.
—Muy bien, Jones. Puede librarse de las otras.
—¿Y Muley?
—¿Muley? —Harris sonrió mirando a la rata, y empezó a abrir la jaula—. No, Jones. Demasiado sencillo para él. Durante veinte años, he esperado encontrar una de su tipo. Tengo muchísimas cosas especiales para él.
Muy especiales, pensó. ¡Pobre Muley!
Tomó a la rata en sus manos y salió, acariciando con gesto aprobador su piel grisácea. Muley le devolvió la mirada con gran tranquilidad.
F I N
Infierno
Martha despertó al oír el rumor sordo de unos pasos al otro lado de la puerta. Durante el breve instante que transcurrió antes de que retirase la tapa de la mirilla, sus ojos se entreabrieron ligeramente para examinar el espejismo de sala en que se encontraba.
Era pequeña pero cómoda, e imitaba la habitación privada de un lujoso sanatorio. Frente a una sólida puerta había una ventana de gruesos cristales desde la que no se podía percibir la noche del exterior. Una luz suave se cernía sobre la discreta jovialidad de los cortinajes y alfombras, sobre la silla tapizada, la mesa acolchada bajo el espejo que se incrustaba en la pared y la cama que casi lograba disimular su diseño funcional, hospitalario. Incluso había una imagen de ella misma, contrahecha, en el espejo: una figura corpulenta con pijama y bata floreados, recostada con las rodillas alzadas, observándose a sí misma con los ojos semiabiertos. Año tras año, los malvados habían ajado aquella imagen hasta que el cabello que rodeaba su rostro hosco y descuidado se había vuelto casi completamente gris. Si hubiera tenido la debilidad de seguir viviendo, ahora tendría una apariencia como aquella.
Las criaturas habían entrado sutilmente… y, como siempre, de un modo demasiado rápido para ella. En veinte de los años del Muchacho, nunca había logrado captarlas antes de que la Sala y la imagen estuvieran completas.
Oyó moverse la mirilla y cerró los ojos antes de que aquella cosa extraña pudiera verla. La pesada respiración le indicó que aquella vez se trataba del MacAndrews. Se abrió la puerta y escuchó los pesados pasos que avanzaban…
¡Henry!
… y la voz asmática, llena de reproches, con la sibilante amabilidad y preocupación que ella esperaba del MacAndrews.
—¿Y bien, Martha, qué me cuenta la enfermera? ¿Se niega a comer? No podemos seguir así, ya lo sabe. No querrá que volvamos a la alimentación forzosa, ¿verdad?
La voz hizo un alto, en espera de una respuesta, pero ella no iba a caer con tanta facilidad en el engaño de ponerse a discutir. A pesar de todas las tretas, había aceptado que el aparente control de su cuerpo no era sino otra ilusión, y ya estaba harta de los esfuerzos que hacían para convencerla de que no estaba muerta, sólo para quebrantar su resistencia y alcanzar así la parte de ella que la mantenía firmemente trabada entre aquel lugar y el túnel que llevaba al mundo.
Volvió a deslizarse por la rampa resbaladiza de su mente, hasta muy cerca del profundo pozo que bajaba, negro y oscuro, sin final. En alguna ocasión la había asustado; hubiera sido tan sencillo deslizarse y caer eternamente, dando vueltas y vueltas en aquellas profundidades, sin fondo que alcanzar, cayendo a plomo y cada vez más profundamente en la negrura de sí misma, mientras aquellas criaturas se apoderaban del lugar que había ocupado. Pero ya se había acostumbrado a ello y se retiraba a aquel rincón hasta que apenas le llegaba el murmullo de la voz del MacAndrews, todavía halagándola. ¡Qué estúpido! No iba a tragarse toda aquella comida llena de drogas para hacerla confesar, como tampoco iba a creerse todas aquellas mentiras que disponían a su alrededor. Ella se sabía muerta, sabía dónde se encontraba y que finalmente tendría que irse adonde ellos querían que fuese. Pero todavía no… ¡No antes de saldar su deuda con el Muchacho!
Al final, naturalmente, sería condenada por lo que se había hecho a sí misma. Quizás aquellas sólo fuesen criaturas inferiores que intentaban hacer con ella el trabajo que se les había encomendado. Pero no podrían enviarla más allá hasta que obtuvieran pruebas de que ella se lo había hecho en efecto a sí misma, o hasta lograr que lo admitiera mediante engaños. Todos sus intentos habían fracasado. Había resultado demasiado lista para ellos; había hecho que lo que le sucedió pareciese un accidente, había visto a través de las ilusiones de todos ellos y nunca confesaría. No iba a ir con ellos ni a sumergirse en las profundidades de sí misma mientras el Muchacho estuviera aún allí, afectado por la tara de ella.
¡Henry!
El leve sonido del MacAndrews al suspirar. Fue saliendo del pozo negro y aguardó, atenta a los pies que se arrastraban sobre la alfombra, al clic de la puerta y al sonido final de los pasos alejándose por el pasillo, a que el MacAndrews volviera a convertirse en lo que era en realidad. Una vez más había ganado.
Estaba segura de que habían deshecho la ilusión de habitación, pero se sentía demasiado cansada para mirar, consciente de lo inútil que sería. Mejor así, con la húmeda oscuridad a su alrededor en que reposar el cabello rizado, las bellas rosas en el jarrón, polvo y ceniza sobre la cabeza como una nube de fatalidad, por el menor pecado en el asiento posterior del entendimiento.
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