Ricardo de la Cierva - Monarquía y República: jaque al Rey
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- Libro:Monarquía y República: jaque al Rey
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2015
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Monarquía y República: jaque al Rey: resumen, descripción y anotación
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«El Rey, desamparado por la muerte de su madre la Reina María Cristina en 1929 y abrumado por las desgracias continuas de su vida familiar y por el creciente abandono de sus fieles, estaba tan desmoralizado a fines de 1930 que su estado de ánimo sólo puede calificarse como depresivo; y esta situación interior sería la causa principal de su abandono el 14 de abril de 1931. No le había fallado nunca a don Alfonso ni el patriotismo ni el valor. Pero era un ser humano y desde su borboneo al general Primo de Rivera hasta las sublevaciones de diciembre de 1930 se veía sometido a un acoso permanente que le produjo una aguda sensación de soledad y de indefensión; se quejó de ello varias veces…».
Ricardo de la Cierva
Episodios históricos de España - 2
ePub r1.0
Titivillus 17.01.15
Título original:Monarquía y República: jaque al Rey
Ricardo de la Cierva, 1996
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Para Mercedes 60
condenados a repetirla
Éste es un libro de Historia que pertenece a una serie histórica. Éste no es un ensayo político ni un comentario de actualidad. Pero la Historia que tratamos de presentar en este libro y los demás de esta serie no es una Historia muerta sino una Historia viva y cuando durante la preparación de estos libros aparece de pronto un acontecimiento con dimensión histórica lo aprovechamos inmediatamente, sin la menor intención política, para iluminarlo desde la Historia. Así lo han hecho siempre los grandes historiadores y en esa misma línea nos situamos nosotros.
En el mundo de la Historia, si queremos profundizar y no quedarnos en la simple crónica, se investigan, con todo cuidado, leyes históricas. A veces estas leyes se expresan mediante aforismos que todo el mundo acepta. Cuando España se va aproximando al final del siglo XX, cuya Historia estamos tratando de reconstruir, dos aforismos de la Historia nos asaltan con fuerza irresistible. El primero se debe a Marco Tulio Cicerón, el gran orador, político y cultivador de la Historia en la Roma del siglo I a. C. Cicerón vivió como protagonista —llegó a la suprema magistratura, el consulado— un momento de complicada transición para la historia de Roma y la historia de la Humanidad: la transición de la República romana al cesarismo, llamado así por Julio César, que bajo ficticias formas republicanas iniciaba, en realidad, una época monárquica, un Imperio: el Imperio romano. El imperio había sido, en la República romana, un mando superior de carácter militar. Imperator era el jefe de un ejército, sometido a las instituciones civiles de la República. Pero Julio César se enfrentó a esas instituciones, cruzó el pequeño cauce del Rubicón, que separaba más simbólica que realmente los territorios exteriores —lo que hoy llama Umberto Bossi la Padania— de la Italia central y con ello inició una larga época de autocracia que luego continuó uno de sus principales subordinados militares —Marco Antonio— e institucionalizó, tras vencer a Marco Antonio, el propio sobrino de César, que tomó su nombre, Octavio César Augusto. El imperio, el mando militar, se había transformado en Imperio absoluto, bajo un disfraz republicano que a nadie engañaba. Octavio César no era sólo César, sino el César; como la letra C seguida de vocal se pronunciaba en la Roma de entonces como K, las legiones de Germania invocaban a su jefe supremo como Caesar, pronunciado Kaesar, que todavía hoy se escribe y pronuncia en alemán Kaiser, el Emperador. Por supuesto que la transformación del Estado romano desde el régimen de la República al de la Monarquía imperial se realizó a través de una sangrienta guerra civil. En ella, por orden de Marco Antonio, fue asesinado Cicerón, y Fulvia, la mujer del brutal lugarteniente de César, para vengarse de las invectivas del gran orador republicano contra el cesarismo naciente ordenó que le atravesasen su lengua de oro con un largo alfiler que le servía para recogerse su larga cabellera. Pues bien, fue precisamente Cicerón quien acuñó el primer aforismo a que nos estamos refiriendo: Historia, magistra vitae, lux veritatis. La Historia, maestra de la vida, luz de la verdad. Por supuesto que no voy a exponer en este capítulo de forma expresa las lecciones concretas de la Historia en el caso que nos ocupa.
Pero lo cierto es que en España, antes de la muerte de Francisco Franco, la figura de don Juan Carlos de Borbón era discutida, desconocida, minusvalorada y despreciada; el líder comunista Santiago Carrillo que se creía en 1974/1975 árbitro del futuro, se hartaba de insultar al Príncipe, en ocasiones con términos sencillamente soeces, mentándole al padre. La España de 1974/1975 no era una España monárquica, pese a las alucinaciones de algunos monárquicos profesionales que cabían en media docena de taxis aunque a veces alardeaban de encabezar una multitud imaginaria. En las filas de lo que se llamaba confusamente Movimiento, eufemismo de lo que anteriormente se denominaba Falange, lo más suave que se decía de don Juan Carlos de Borbón es que era tonto. Recuerdo una de las canciones a cuyo ritmo desfilaban las centurias de Falange por Madrid:
«No queremos reyes idiotas
que no saben gobernar».
Esos mismos amables mozos de la Falange se dedicaron toda una noche a pintar con letras enormes una invocación sobre la valla de cemento que entones cerraba las obras de lo que hoy es Facultad de Biológicas en Madrid, famosa durante décadas, una vez construida, por sus pintarrajos cochambrosos: «Al príncipe de Asturias don Favila se lo comió un oso. ¡Vivan los osos que se comen a los príncipes de Asturias! Los autores de esa preciosidad no eran precisamente doctores en Historia pero eso es lo que escribieron, yo me harté de verlo cuando cruzaba de la Facultad de Ciencias a la de Filosofía.
Luego muchas personas, sobre todo jóvenes políticos en estado de promesa, empezaron a visitar asiduamente el palacio de la Zarzuela, donde vivían los Príncipes desde su boda, y poco a poco la leyenda sobre la cortedad del Príncipe se fue desmoronando; el final de tan curiosa mutación se produjo cuando el Príncipe, todavía en vida de Franco, como vamos a demostrar en un próximo libro de esta misma serie, inició secreta y arriesgadamente una aproximación a Santiago Carrillo a través de Manuel Prado y Colón de Carvajal, que viajó a encontrarse con el brutal dictador rumano Nicolae Ceaucescu, íntimo de Carrillo, y la complicada historia, que narraremos puntualmente en su momento, remató en la transformación del insultante PCE de la época en Real Partido Comunista de España y en los rumores, que algunos no creían que fueran un simple chiste negro, sobre el próximo nombramiento del amigo de Ceaucescu como Duque de Paracuellos del Jarama. Y así pasaron los años y las décadas, la Corona se había incluido como título esencial de la Constitución de 1978 —a un precio altísimo que los monárquicos italianos de 1945 no quisieron pagar, los centristas españoles de 1978 sí quisimos, retorciéndonos algunas cosas íntimas— y el Rey parecía asegurar para siempre la Corona de la Segunda Restauración cuando en la tarde y noche del 23 de febrero de 1981 quiso identificarse con la democracia y renunció a encabezar un golpe al estilo griego, que tenía facilísimo ante las reticencias más que extrañas de dos importantes fuentes de poder: la Iglesia española y el gobierno de los Estados Unidos. Ya se verá en su momento.
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