Eleanor Arnason
Círculo de espadas
A las hermanas Yard y sus familias
Las siguientes personas leyeron esta novela cuando aún era un manuscrito (o escucharon mientras yo se la leía). Agradezco a todas ellas sus comentarios:
Eugene L. Baryngton III
Ruth Berman
David Cummer
Terry A. Garey
David G. Hartwell
P. C. Hodgell
Virginia Kidd
Mike Levy
Sandra Lindow
K. Cassandra O’Malley
Laurel Winter
También quiero expresar mi agradecimiento al Dr. Albert W. Kuhfeld, que a último momento me respondió un par de preguntas relacionadas con la ciencia y en el curso de una conversación telefónica de diez minutos diseñó para mí una nueva y maravillosa nave espacial. No puedo introducir esa nave en esta novela, pero decididamente la incluiré en su continuación.
Todo tiene consecuencias, la inacción lo mismo que la acción. Pero, como norma, es mejor no hacer nada que hacer algo y hacer poco que mucho.
Refrán
hwarhathSi debes actuar, hazlo con decisión.
Addendum
hwarhath masculino
En la primera década del siglo XXI, un grupo de pensadores notables cambió las bases de la física. Alrededor del 2015, se hizo evidente la posibilidad de un motor para lograr una travesía más rápida que la luz (FTL, fast than light); alrededor del 2030, la travesía era un hecho. La humanidad, que se había creído atrapada en la Tierra y destinada a cocerse en los venenos por ella misma creados, salió repentinamente a la galaxia.
Mejor dicho, algunos seres humanos salieron. La mayoría (alrededor del 2070 había nueve mil millones de personas) se quedaron en el planeta madre e intentaron hacer frente a las terribles consecuencias del desastre ambiental: el efecto invernadero, la reducción del ozono, la lluvia ácida y la aparentemente interminable serie de plagas que azotó el planeta, todo ello provocado en mayor o menor grado por la contaminación.
Los exploradores descubrieron una multitud de planetas, muchos de ellos habitables, aunque ninguno habitado por vida inteligente. El problema era que la vida ya existente en ellos no era compatible con la de la Tierra. En algunos casos, la vida nativa resultaba tóxica; en otros, simplemente, no era nutritiva. En casi todos los casos, en estos entornos extraños, la vida de la Tierra no prosperó. Hubo diversos viajes de exploración y muchas estaciones de investigación, pero sólo unas cuantas colonias planetarias.
A pesar de ello, las naves siguieron partiendo, recorriendo distancias cercanas a lo incomprensible, a menudo compitiendo. (Las naciones no dejaron de existir hasta finales de siglo). Buscaban dos cosas: planetas habitables para los seres humanos, y otra forma de vida inteligente.
ASUNTO: Negociaciones a celebrar.
DE: Sanders Nicholas, portador de información agregado al personal del Primer Defensor Ettin Gwarha.
A: Primer Defensor Ettin Gwarha.
CONFIDENCIAL
El problema, tal como yo lo veo, es que hay una laguna de información. El Pueblo sabe sobre su enemigo mucho más de lo que éste sabe sobre él. Esto se debe principalmente a la diferencia entre las dos culturas, pero también a una cuestión de pura suerte.
Durante mucho tiempo esto fue una ventaja y la mayoría de los Hombres-Que-Están-Al-Frente piensan que aún lo es.
Yo discrepo.
El enemigo continúa reuniendo información. Llegará un momento en que sabrá lo suficiente para preparar un ataque al Tejido. (Ese momento está cerca. Todos los modelos seguidos durante el año pasado han resultado malos.) No se sabe con certeza si decidirá atacar, y no está claro cuánto daño causará.
Lo que a mí me parece claro es lo siguiente: el enemigo no sabe lo suficiente para actuar de forma inteligente.
Hay cosas peores que un enemigo ignorante. (Un enemigo estúpido. Un enemigo inteligente y loco.) Pero la ignorancia es lo bastante mala para atemorizarme.
Los del otro bando no pueden evaluar las consecuencias. Sencillamente, no saben qué tipo de conducta resulta inaceptable o catastrófica. Podrían destruirnos a todos por accidente.
Me parece imperativo que el Tejido empiece a buscar formas de compartir información. Evidentemente, no información militar. Hemos discutido esto una y otra vez. Le remito a su memoria y a memorandos anteriores.
Me doy cuenta de que los demás principales no están de acuerdo en su mayoría. No consideran necesario un cambio. El Pueblo puede continuar igual que siempre. Esta guerra —contra un nuevo y raro enemigo— puede ser librada como todas las guerras anteriores, y no existe un particular peligro en combatir a un pueblo que no sabe lo que se hace.
Me doy cuenta también de que la prudencia y el honor exigen que usted no haga nada sin el acuerdo de los otros principales.
Esto crea una trampa lo suficientemente grande para que todos caigamos en ella: usted, yo, los Principales-en-Conjunto, el Tejido y el Pueblo. No veo ninguna salida. Tal vez debería usted reflexionar sobre la situación. Tenga en cuenta los modelos informáticos. No presentan buenas perspectivas.
PRIMERA PARTE
NICHOLAS EL MENTIROSO
El planeta en el que Anna estaba destacada se encontraba en la posición de la Tierra: a 148 millones de kays de una estrella G2 común invisible desde la Tierra. Más lejos había un planeta doble, una de esas anomalías bastante corrientes para volver locos a los teóricos. Ambos mundos tenían atmósfera: densa, venenosa y de un blanco brillante desde la distancia. Para el planeta de Anna eran el lucero del alba y el lucero de la tarde, creciendo y menguando mientras ambos giraban, uno alrededor del otro. En el punto de mayor separación, la estrella se convertía en dos estrellas, y brillaba a ambos lados en el cielo azul grisáceo del amanecer o del crepúsculo.
Más lejos —al otro lado de su planeta— había cuatro gigantes de gas, todos visibles en el cielo nocturno, aunque ninguno tan brillante como los Gemelos. Nadie se había molestado en poner nombre a los gigantes. No había en ellos nada de particular.
Y eso era todo, salvo los habituales fragmentos de escombros espaciales: cometas y planetoides, lunas y anillos y el oscuro compañero que se desplazaba alrededor del sol G2, a una gran distancia. Era una peculiaridad y convertía el sistema en un punto de trasbordo.
El planeta en el que ella se encontraba era habitable para los seres humanos. La atmósfera era notablemente parecida a la antigua atmósfera preindustrial de la Tierra. El océano se componía de H2O. Poseía dos continentes. Uno se extendía por el hemisferio sur y tenía la forma aproximada de un reloj de arena; el otro, mucho más grande, se extendía desde el ecuador hasta el polo norte y se parecía en cierto modo a un bumerang.
Su estación estaba en medio del reloj de arena, en la costa este del estrechamiento. Hasta hacía poco había sido el único lugar del planeta que contaba con lo que algunos llamaban vida inteligente.
Ahora había otra base en el planeta: en la costa sur del bumerang, exactamente en la curva. La habían instalado los alienígenas que se hacían llamar hwarhath. Los humanos les llamaban «el enemigo»; y la estación de Anna —su encantadora y tranquila estación de exploración biológica— estaba llena de malditos diplomáticos.
Las nubes oscuras se alejaban del océano. En las aguas de la bahía se formaron cabrillas. Anna se abrochó la chaqueta mientras salía del edificio principal y echó a andar en dirección a la playa. En lo que allí cubría el suelo —parecía un musgo amarillo— habían brotado tallos de esporas en los últimos días. Eran altos y plumosos y se inclinaban bajo el viento. Comienzos del otoño. Las corrientes oceánicas empezarían a cambiar, convirtiendo las aguas frías que rodeaban el polo en su particular área de estudio. Ellos se reunirían en bahías como ésta, haciéndose señales unos a otros con elaborados despliegues de luz; luego intercambiarían material genético (cuidadosa, muy cuidadosamente, los zarcillos de apareamiento extendiéndose entre los diversos zarcillos urticantes), y luego se reproducirían. Después de eso, si estaban de humor, unos cuantos se dedicarían a rondar y a conversar con los humanos.