Copyright de la presente edición: © 2022 Ediciones Nowtilus, S.L.
Si preguntásemos en nuestro entorno: «¿te preocupa el medioambiente?», sería difícil encontrar una respuesta negativa de forma tajante. Más o menos, todos tenemos una conciencia de fondo que nos dice que vivimos en un planeta -y no parece haber otro disponible a corto plazo-, donde nuestras formas de interaccionar con él no están bien del todo, y que, quizás, deberíamos plantearnos hacer algo al respecto. Además, si salimos de nuestro entorno, cuya experiencia es significativa, pero no demasiado representativa, simplemente por el tamaño de la muestra, observamos que las grandes encuestas realizadas sobre opiniones y actitudes acerca del medioambiente también nos dicen lo mismo: que nos preocupa el medioambiente.
No obstante, hay que tener mucho cuidado con esa apreciación. En este caso, nuestra experiencia coincide con los resultados de encuestas a miles de personas que han sido cuidadosamente elaboradas, aplicadas y analizadas por la comunidad científica -esos seres tan ignorados en los últimos tiempos-, pero esto no va a ocurrir muy a menudo. Solemos confundir opinión y experiencia vivencial -muy válidas, pero poco extrapolables-, con método científico. Esto, al final, genera desinformación, caos, bulos, mitos y leyendas. Y gente que se aprovecha de ello. Las ciencias y disciplinas, con todas sus problemáticas, son las que tratan de conocer y de entender los fenómenos y los procesos en los que estamos inmersos, desde lo social hasta lo químico, pasando por lo físico y deteniéndose en lo psicológico. Y todas y cada una lo hacen con un método sistemático, comprobable y replicable. Métodos que avanzan y se perfeccionan de forma continua para obtener un conocimiento más preciso, más ajustado a la realidad. Algo que no es nada fácil, teniendo en cuenta nuestros recursos humanos y materiales. Y los tamaños de las muestras. Y el número de veces que hay que replicar un resultado para tener certezas en algunos campos. Visto así, quizás deberían preocuparnos un poco más las ciencias, además del medioambiente.
Volviendo al tema que nos (pre)ocupa, Ernest García, en su libro Medioambiente y sociedad: la civilización industrial y los límites del planet a (2004), ya nos señalaba que para nuestras sociedades actuales, la protección del medioambiente se ha configurado como «un valor», algo positivo y deseable. Este «valor» ha sido medido a través de los instrumentos de recogida y análisis de datos (por ejemplo, ecobarómetros) en relación a tres dimensiones de la percepción social. En primer lugar, se ha tenido en cuenta la «preocupación», un rasgo relacionado con el sistema de creencias, para conocer el grado de urgencia y gravedad de la cuestión ecológica y las áreas de acción prioritarias. En segundo lugar, se ha preguntado por la «disposición a actuar», dentro del campo de las actitudes, con la intencionalidad de recoger valoraciones positivas o negativas respecto a determinados «comportamientos medioambientales». Finalmente, en tercer lugar, se ha tratado de profundizar en el «significado» de la protección del medioambiente como un «valor» en su interseccionalidad e interacción con otros valores y principios individuales y colectivos (García, 2004).
Tras analizar los datos recogidos por numerosos sondeos, Ernest García muestra que existe un «consenso ambientalista transversal» que comparten los diferentes grupos sociales (mujeres, hombres y personas no binarias; infancia, juventud y adultez; personas con estudios o sin ellos; clases medias o clases trabajadoras, derechas, centros o izquierdas, etc.). Asimismo, los datos muestran que existe una jerarquía respecto a la importancia de unos temas ambientales sobre otros y de unas actitudes sobre otras dentro del mismo tema ambiental. No obstante, lo que también nos señala el autor es que, a pesar de esta preocupación consensuada que se refleja en las respuestas -y que muestra un posicionamiento hacia una conservación de la naturaleza y un interés a poner freno a su deterioro sistemático-, lo que no queda tan claro es quién debería hacer algo al respecto y qué se debería hacer. A decir verdad, el quién o quiénes, sí se vislumbra de forma vaga en los sondeos. De hecho, pensamos que es una responsabilidad global aunque, como ciudadanía, nos vemos con una capacidad de acción limitada a pequeñas acciones cotidianas: reciclar, reducir plásticos o no desperdiciar agua. No ocurre igual con expertos y gobiernos a quienes señalamos con capacidad de actuar, pero sujetos a diferentes intereses y estrategias de poder. Sin embargo, esto nos indica que la ciudadanía demanda que la protección del medioambiente sea uno de los objetivos que las políticas públicas integren en su agenda. Y no solo que se incluya, sino que se habiliten los medios para que esas políticas sean realmente efectivas.
Los ecobarómetros son instrumentos de análisis para medir la conciencia ambiental de la ciudadanía. Su objetivo es recoger y analizar, de forma sistemática y periódica, tanto las percepciones, actitudes, conocimientos y comportamientos de la población en relación al medioambiente, como las opiniones y valoraciones respecto a las acciones llevadas a cabo por las instituciones y otros agentes sociales. Su periodicidad permite realizar análisis comparados para conocer cómo ha evolucionado la conciencia ambiental de la población. Citando algunos ejemplos en España, Andalucía empezó a realizar este tipo de sondeos en el año 2001, siendo una comunidad pionera en el país. En la actualidad, la Fundación Endesa, en colaboración con Sociedad y Educación, ha publicado un nuevo ecobarómetro titulado La cultura ecológica en España: prioridades, costes, actitudes, y el papel de la escuela , una edición actualizada a en el año 2021 del primer ecobarómetro que realizaron en el año 2016.
Emma Aragona, estudiante de segundo grado de la Escuela Primaria de Ramstein, planta un árbol en honor al Día de la Tierra el 22 de abril de 2015. Fuente: Wikimedia Commons. Licencia de Dominio Público. Realizada por U.S. Air Force.
Para conocer la percepción social de los problemas ambientales, disciplinas como la antropología, la sociología o la psicología, dentro de las ciencias sociales, resultan imprescindibles en el aporte continuo de información relevante desde la ciudadanía. Existen numerosos trabajos que han analizado el elevado nivel de preocupación ambiental a nivel mundial. A este respecto, Jaime Berenger, José Corraliza, Marta Moreno y Lourdes Rodríguez, en su artículo «La medida de las actitudes ambientales: propuesta de una escala de conciencia ambiental (Ecobarómetro)» concluían ya en el año 2002, que la problemática no era la sensibilización ambiental de la sociedad, sino cómo comprender dicha sensibilidad social. Para estos autores, la dimensión humana del hecho ambiental no se limita a una mera relación directa entre la actitud y la conducta ambiental, sino que es necesario entenderla en dos niveles. Por un lado, en el de «los contenidos que integran la actitud ambiental» que no viene determinada solo por la visión ética o moral que tenga el individuo de la naturaleza, sino por conductas cotidianas, reales y concretas; y, por otro, el de «los procesos que se establecen entre dichos contenidos, el ambiente y la situación» que no son procesos estáticos, sino dinámicos y están entrelazados con otras variables individuales, sociales y contextuales (Berenger et al., 2002, 357). Estudios más recientes, como los de Indalecio Mendoza y Olivia Rodríguez (2021) en México, ratifican esta idea de «sensibilización global» en relación a medioambiente, aunque señalan que aún estamos lejos de una conciencia plena y una implicación seria, tanto desde los modelos de gestión como de la propia ciudadanía, que reviertan en el desarrollo de actitudes y conductas medioambientales efectivas.