David Brin
Navegante solar
A mis hermanos Dan y Stan,
a Arglebargle IV…
y a alguien más.
Es razonable esperar que en un futuro no demasiado lejano lleguemos a comprender algo tan simple como una estrella.
A. S. EDDINGTON, 1926
—Makakai, ¿estás preparada?
Jacob ignoró los zumbidos de los motores y válvulas en su crisálida de metal. Permaneció inmóvil. El agua lamió suavemente la nariz bulbosa de su ballena mecánica mientras esperaba una respuesta.
Una vez más comprobó los diminutos indicadores de la pantalla de su casco. Sí, la radio funcionaba. El ocupante de la otra ballena mecánica, medio sumergida a unos pocos metros de distancia, lo había oído todo.
El agua estaba hoy excepcionalmente clara. Al mirar hacia abajo, Jacob pudo ver un pequeño tiburón leopardo al pasar, un poco fuera de sitio en estas profundidades.
—Makakai… ¿estás preparada?
Intentó no parecer impaciente, ni traicionar la tensión que sentía acumularse en su nuca mientras esperaba. Cerró los ojos y se obligó a relajar los músculos rebeldes, uno a uno. Esperó a que su pupila hablara.
—¡Ssssí… hagámossslo! —trinó por fin la voz borboteante. Las palabras parecían agitadas, como pronunciadas a regañadientes, con esfuerzo.
Un discurso bastante largo tratándose de Makakai. Jacob pudo ver la máquina de entrenamiento de la joven delfín junto a la suya, su imagen reflejada en los espejos que bordeaban su visor. Sus grises aletas metálicas se alzaban y caían levemente con la marea. Débilmente, sin energía, las aletas artificiales se movieron, avanzando bajo la superficie erizada del agua.
Está todo lo dispuesta posible, pensó Jacob. Éste es el momento de averiguar si la tecnología puede sacar a un delfín del Sueño-Ballena.
Volvió a conectar el micrófono.
—Muy bien, Makakai. Sabes cómo funciona la ballena. Ampliará cualquier acción que hagas, pero si quieres que los cohetes intervengan, tendrás que darle la orden en inglés. Para ser justos, yo tendré que silbar en ternario para que la mía funcione.
—Ssssí! —siseó la delfín. La gris aleta caudal se alzó y bajó, provocando un torbellino de agua salada.
Medio murmurando una plegaria al Soñador, Jacob tocó el interruptor que liberaba los amplificadores de la ballena mecánica de Makakai y de la suya propia, y luego giró con cautela los brazos para poner en movimiento las aletas. Flexionó las piernas, y las enormes aletas de la cola se sacudieron en respuesta, y su máquina giró inmediatamente y se zambulló.
Jacob intentó corregir su trayectoria pero todo lo que logró fue que la ballena girara aún más. El golpeteo de sus aletas convirtió momentáneamente sus alrededores en una masa de burbujas, hasta que con paciencia, siguiendo un sistema de prueba y error, se enderezó.
Se puso de nuevo en marcha, con cuidado, para ganar la delantera, y luego arqueó la espalda y lanzó una patada. La ballena mecánica respondió con un gran salto en el aire.
La delfín estaba casi a un kilómetro de distancia. Mientras llegaba a la cima de su arco, Jacob la vio caer graciosamente desde una altura de diez metros y zambullirse suavemente en las aguas.
Apuntó al agua con el pico de su casco y el mar se acercó a él como una muralla verde. El impacto hizo que su casco resonara mientras arrancaba tentáculos de algas flotantes y un dorado garibaldi escapaba lleno de pánico tras su zambullida.
Caía demasiado en picado. Jacob juró y pateó dos veces para enderezarse. Las enormes aletas de metal de la máquina golpearon el agua con el empujón rítmico de sus pies, cada uno de ellos enviando una descarga por su espalda, apretujándole contra el denso acolchado del traje. En el momento oportuno, se arqueó y volvió a dar una patada. La máquina salió del agua.
La luz del sol destelló como un misil en su ventanilla izquierda, ahogando con su resplandor el tenue brillo de su diminuto panel de instrumentos. El ordenador del casco trinó suavemente mientras él se retorcía, boca abajo, para golpear de nuevo las brillantes aguas.
Jacob dejó escapar una carcajada de júbilo cuando un banco de pequeñas anchoas plateadas se dispersó ante él.
Sus manos se deslizaron por los controles hasta los mandos de los cohetes, y en la cima de su nuevo arco silbó un código en ternario. Los motores zumbaron, y el exoesqueleto extendió aletas a lo largo de sus costados. Entonces intervinieron los propulsores con un salvaje estallido, lanzando la cabeza acolchada hacia arriba con la súbita aceleración, pinchando la base de su cráneo mientras las olas quedaban atrás, justo bajo su veloz nave.
Llegó junto a Makakai levantando una gran salpicadura. Ella silbó una aguda bienvenida en ternario. Jacob dejó que los cohetes se desconectaran de modo automático y reemprendió el avance puramente mecánico junto a la delfín.
Durante algún tiempo se movieron al unísono. Con cada salto Makakai se volvía más atrevida, ejecutando torsiones y piruetas durante los largos segundos que transcurrían antes de que golpearan el agua. Una vez, en el aire, dejó escapar un poemita obsceno en su lengua, un chascarrillo sin importancia, pero Jacob esperó que lo hubieran grabado en el barco perseguidor. No se había enterado del chiste final con el estrépito de la caída.
El resto del equipo de entrenamiento los seguía en el hovercraft. Durante cada salto, Jacob veía el gran barco, empequeñecido ahora por la distancia, hasta que su impacto lo anulaba todo menos los sonidos del agua al salpicar, los chirridos del sonar de Makakai y el fosforescente color azul gris ante sus ventanillas.
El cronómetro de Jacob indicó que habían pasado diez minutos. No podría seguir el ritmo de Makakai durante más de media hora, cualquiera que fuese la ampliación que usara. Los músculos y el sistema nervioso del hombre no estaban diseñados para esta rutina de saltar e impactar contra el agua.
—Makakai, es hora de que pruebes con los cohetes. Dime si estás lista y los usaremos en el siguiente salto.
Los dos se hundieron en el mar y Jacob hizo maniobrar sus aletas en el agua espumosa para prepararse para la siguiente ronda. Volvieron a saltar.
—Makakai, ahora hablo en serio. ¿Estás lista?
Estaban muy alto. Jacob pudo ver el diminuto ojo de la delfín tras la ventanilla de plástico cuando su máquina-ballena se retorció antes de hundirse en el agua. La siguió un momento después.
—Muy bien, Makakai. Si no me respondes, tendremos que dejarlo ahora mismo.
El agua azul formó una nube de burbujas cuando Jacob se colocó junto a su pupila.
Makakai se retorció y se hundió en vez de prepararse para dar otro salto. Dijo algo en ternario, demasiado rápido para poder seguirlo, algo referido a que Jacob no debería ser tan aguafiestas.
Jacob dejó que su máquina subiera lentamente a la superficie.
—Vamos, querida, usa el inglés. Lo necesitarás si quieres que tus hijos salgan alguna vez al espacio. ¡Y además es tan expresivo! Vamos. Dile a Jacob lo que piensas de él.
Hubo algunos segundos de silencio. Entonces el hombre vio algo que se movía rápidamente por debajo. Se abalanzaba hacia arriba, y justo antes de golpear la superficie, oyó la aguda puya de la voz de Makakai.
—¡Ssí-gueme, zoquete! ¡Yo vueee-lo!
Sus aletas mecánicas chasquearon con la última palabra, y Makakai saltó del agua dejando detrás una columna de llamas.
Jacob se echó a reír, se zambulló para ganar impulso y luego se lanzó al aire tras su pupila.
Gloria le tendió los datos en cuanto terminó su segunda taza de café. Jacob intentó que sus ojos se concentraran en las líneas irregulares, pero éstas se agitaban de un lado a otro como si fueran olas. Devolvió los datos.
—Los miraré más tarde. ¿Puedes hacerme un resumen? Me tomaría uno de esos bocadillos, si me dejas lavarme.