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Heinrich Wölfflin - Renacimiento y Barroco

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Heinrich Wölfflin Renacimiento y Barroco

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Primera parte:

LA NATURALEZA DE LA TRANSFORMACIÓN ESTILÍSTICA

Segunda parte:

LAS RAZONES DE LA TRANSFORMACIÓN ESTILÍSTICA

Tercera parte:

LA EVOLUCIÓN DE LOS TIPOS

INTRODUCCIÓN

1. Se ha tomado la costumbre de entender bajo el nombre de barroco al estilo en el que desemboca la disolución del Renacimiento o —según una expresión frecuente— en el que degenera.

Esta transformación estilística reviste en el arte italiano una significación esencialmente diferente de la que existe en el Norte. Lo interesante del proceso, que se puede observar en Italia, reside en el paso de un arte riguroso a un arte «libre y pintoresco», de una forma estricta a una ausencia de forma. Los pueblos del Norte no han pasado por esta evolución. Entre ellos, la arquitectura del Renacimiento no ha conocido nunca una formalización perfectamente pura y conforme a las reglas, como en el Sur; ha quedado más o menos prisionera de una arbitrariedad pintoresca e incluso decorativa. No se puede hablar en este caso de una «disolución» del estilo riguroso del Renacimiento.

La historia del arte clásico muestra una evolución paralela, en donde el nombre «barroco» se va introduciendo paulatinamente. El arte clásico muere presentando unos síntomas parecidos a la muerte del arte del Renacimiento.

2. Nuestra tarea consiste en encontrar estos síntomas.

Ello exige primeramente una delimitación precisa del campo de observación. No existe un barroco italiano uniforme y general. Mas entre las transformaciones que sufre el Renacimiento y que difieren según las regiones, únicamente lo que tiene lugar en Roma puede reivindicar un valor ejemplar, si se me permite expresarme así. Y esto por tres razones.

En primer lugar, es en Roma en donde él Renacimiento ha alanzado el máximo grado de maduración y en donde Bramante ha expresado su estilo más puro. La presencia de los monumentos antiguos hizo el resto, agudizando el sentimiento arquitectónico de una manera tal que todo relajamiento de forma debía ser sentido aquí más intensamente que en ninguna otra parte. Lo que hacemos válido para el estilo italiano en general, se hace decisivo en este caso particular: la transformación estilística barroca debe ser observada allí donde se sabía mejor lo que era una forma rigurosa, allí donde la disolución de la forma fue llevada a cabo con plena lucidez. Un contraste tan grande no existe en ningún otro sitio más que en Roma.

Más aún, en ningún otro sitio aparece el barroco tan pronto como aquí. Es el segundo punto. No estamos ante un estilo de malos imitadores, que sustituye al genio que desfallece; hay que decirlo en seguida: los grandes maestros del Renacimiento introdujeron ellos mismos el barroco. Este ha surgido de un estilo en pleno apogeo. Roma ha quedado como cabeza de la evolución artística.

Finalmente, el barroco romano es la transformación más completa y la más radical del Renacimiento. Mientras que en otros lugares el viejo estilo surge aún esporádicamente y el nuevo consiste en decir con énfasis lo que antes se había dicho con simplicidad, aquí toda huella del sentimiento anterior ha desaparecido. Lo que se llama barroco veneciano, y que se opone, como otro polo, al barroco romano, no ofrece en el fondo nada nuevo. «Los pensamientos detallistas del Renacimiento veneciano temprano siguen apareciendo envueltos de una pompa barroca». No supondría mucho error si solamente habláramos en resumidas cuentas de un barroco romano.

3. Después de esta limitación en el espacio, se trata de definir con más precisión una época. De un lado el barroco está delimitado por el Renacimiento, de otro por el neoclasicismo que comienza a manifestarse en la segunda mitad del siglo XVIII; en total abarca aproximadamente dos siglos. Pero en el curso de este período la evolución del estilo es tal que es difícil reconocerle una unidad. Comienzo y término se parecen tan poco que es difícil divisar unas líneas evolutivas continuas. Ya Burckhardt observa que la exposición histórica debería abrir de hecho un capítulo nuevo con Bernini. Esto se sitúa en los años 1630. El barroco en sus comienzos es pesado, masivo, comprimido, severo; a continuación escapa poco a poco a su pesantez primera, el estilo gana en ligereza y alegría; al final se llega a una juguetona disolución de todas las formas tectónicas; a esta última etapa la designamos con el nombre de rococó.

Nuestro propósito no es describir toda la evolución sino captar el origen: ¿qué aconteció con el Renacimiento? Por ello nos ocupamos exclusivamente del primer período (hasta 1630). El comienzo de esta época la sitúo inmediatamente después del Alto Renacimiento. En el caso de Roma no puedo admitir la existencia de un Renacimiento «tardío», ya que sólo conozco renacentista atrasados para los cuales no se puede construir un capítulo estilístico nuevo simplemente para complacerlos.

El Alto Renacimiento no desemboca en un arte posterior específicamente distinto, sino que desde su apogeo el camino conduce directamente al barroco. Toda innovación es un síntoma del estilo barroco naciente.

No justificaremos esta proposición inmediatamente, volveremos a ello en el curso del análisis de forma. Este deberá mostrar el conjunto de los síntomas que constituyen el barroco y sólo después se podrá decidir dónde comienza éste.

Pero el punto de partida sigue siendo ese grupo de obras que han suscitado la admiración de la posteridad que las ha calificado desde hace mucho tiempo como las creaciones de la Edad de Oro. Este estado de suprema perfección es efímero. Después de 1520 no ha debido existir una obra completamente pura. Ya aparecen aquí y allá los signos precursores del nuevo estilo; éstos se multiplican, adquieren la preponderancia, arrastran todo tras de sí: el barroco ha nacido. Se puede admitir que para el año 1580 el estilo ha llegado a su plena madurez.

4. Los maestros.

Es tarea de la historia consagrada a los artistas el enumerar todas las riquezas de las fuerzas creadoras y dedicarse a cada individualidad en particular. La historia de los estilos no se ocupa sino de los verdaderos genios que crean realmente un estilo y se desentiende de todo detalle biográfico enviando a la literatura especializada.

Los artistas principales son Antonio da Sangallo, Michelangelo, Vignola, Giacomo della Porta, Maderna, y, preparando el camino, Bramante, Raffaello, Peruzzi en sus últimas obras.

Bramante (muerto en 1514), en Roma desde finales de 1499, experimenta en dicha ciudad una importante evolución. A H. von Geymüller le cabe el honor de haber definido su «ultima maniera». y el Palazzo di San Biagio (solamente comenzado).

En el campo de la arquitectura religiosa, San Pedro es la gran tarea, en donde se miden los mejores artistas de la época. Los distintos proyectos de Bramante marcan cada uno una etapa estilística. Podríamos sin ningún escrúpulo limitar este estudio histórico a este único monumento, en la medida en que, en un siglo, cada fase de la evolución del estilo ha dejado en él su huella, comenzando por el primer proyecto de Bramante hasta la construcción de la nave alargada por Maderna.

Raffaello (muerto en 1520). Geymüller define su importancia arquitectónica con estas dos palabras: continuador del último estilo de Bramante intermediario entre Bramante y Palladio.

El Palazzo Vidoni-Caffarelli se basa directamente en la casa de Bramante. Un sentimiento nuevo preside en la creación del Palazzo dell’Aquila (destruido, pero conservado en dibujos y grabados), el cual desempeñará un papel importante para la división de la fachada en la construcción de los palacios de la época siguiente. Citamos igualmente el proyecto de nave alargada para San Pedro.

Baldassare Peruzzi (muerto en 1537). Su última expresión será el Palazzo Massimi alle Colonne donde se anuncia el nuevo sentimiento de la forma.

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