Enrique Serna - Genealogía de la soberbia intelectual

La soberbia ha marcado a los intelectuales, artistas y creadores desde el comienzo de la historia, quienes han hecho todo lo posible por separarse y desdeñar a la gente común y, así, mostrarse como una casta aparte. Sin embargo, la soberbia intelectual no sólo ha sido creada por los mismos intelectuales: ellos han contado con el apoyo de personas e instituciones que han apostado por la ignorancia y la arrogancia. En este libro, Enrique Serna examina los distintos tipos de pedantería intelectual que han presentado poetas, narradores y filósofos por igual, ofreciéndonos un fino análisis sobre la relación entre el arte, la soberbia y el poder.

Enrique Serna

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Titivillus 10.08.18

Título original: Genealogía de la soberbia intelectual

Enrique Serna, 2013

Editor digital: Titivillus

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A Gabriela Lira

ENRIQUE SERNA (Ciudad de México, 1959). Es narrador y ensayista. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha colaborado en Sábado, el suplemento Unomásuno, Confabulario, Crítica, Letras libres, Nexos y El Universal.

Entre sus obras destacan: Señorita México (1987), Uno soñaba que era rey (1989), Amores de segunda mano (1991), El seductor de la patria (1999, Premio Mazatlán de Literatura 2000), El orgasmógrafo (2001), Ángeles del abismo (2004, Premio Bellas Artes de Narrativa Colima), Fruta verde (2006), Giros negros (2008), La sangre erguida (2010, Premio de Narrativa Antonin Artaud en Francia), La doble vida de Jesús (2014), entre otras.

I. CIENCIA SIN CARIDAD

[1] Alberto Manguel, Una historia de la lectura, trad. de José Luis López Muñoz, Bogotá, Norma, 1999, p. 243.

[2] Ibíd., p. 239.

[3] Michel Angot, Paroles des brahmanes, París, Editions du Seuil, 2010, p. 297.

[4] Madeleine Della Monica, La classe ouvrière sous les pharaons, París, Librairie d’Amérique et d’Orient, 1980, p. 142.

[5] Werner Jaeger, Paideia: los ideales de la cultura griega, trad. de Joaquín Xirau y Wenceslao Roces, México, Fondo de Cultura Económica, 2009, p. 115.

[6] Ibíd., p. 232.

[7] Fernando Báez, Historia universal de la destrucción de libros, Barcelona, Destino, 2004, p. 156.

[8] James Boswell, Life of Samuel Johnson, Chicago, Encyclopaedia Britannica, 1987, p. 211.

[9] Citado por Jonathan Lemen, Contra la originalidad, México, Tumbona, 2012, p. 28.

[10] Patrick O’Brien, Joseph Banks: A Life, Londres, The Harvill Press, 1910.

[11] Alberto Manguel, ob. cit., p. 362.

[12] Daniel Oster, Histoire de l’Académie Française, París, Valietay, 1967, pp. 51-52.

[13] John Addington Symonds, El renacimiento en Italia, t. I, trad. de Wenceslao Roces, México, Fondo de Cultura Económica, 1995, p. 567.

[14] Citado por Paul Bénichou, La coronación del escritor (1750-1830), trad. de Aurelio Garzón del Camino, México, Fondo de Cultura Económica, 2012, p. 132.

[15] Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, t. I, trad. de Pilar López de Santamaría, Madrid, Trotta, 2004, p. 289.

[16] Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia, México, Bruguera, 1987, p. 43.

[17] Jean-Luc Steinmetz, Stéphane Mallarmé: L’absolu au jour le jout, París, Fayard, 1998. p. 418.

[18] Citado por Gottfried Benn, Un peregrino sin nombre, t. II, trad. de José Manuel Recillas, México, La Cabra, 2012, p. 419.

[19] George Steiner, Después de Babel, trad. de Adolfo Castañón y Aurelio Major, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 203.

[20] Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal, trad. de Andrés Sánchez Pascual, México, Alianza, 1989, p. 155.

I

CIENCIA SIN CARIDAD

INTRODUCCIÓN

Desde el año 2000 tuve la inquietud de escribir un ensayo extenso y documentado sobre las mutaciones históricas de la soberbia intelectual, pero otras aventuras literarias se me atravesaron en el camino. Gracias a ese largo aplazamiento pude estudiar el tema sin presiones, por el simple gusto de saciar mi curiosidad. Quería tener una visión de conjunto de las élites del saber en distintas épocas y culturas, comprender mejor la paulatina transición del poder espiritual al poder cultural, delinear la evolución histórica del elitismo, el esnobismo y la pedantería, y madurar algunas ideas que me rondaban la cabeza desde mis tiempos de estudiante universitario. La estructura temática del libro es un intento por descomponer los elementos de un virus poliédrico y variopinto, que sin embargo ha mantenido sus principales rasgos a través de los siglos. Desde luego, el título alude a un clásico de la filosofía, la Genealogía de la moral, que leí en mijuventud con una mezcla de júbilo y repulsión. Admiré y sigo admirando la demolición de la moral judeocristiana emprendida por Nietzsche y en particular, su ajuste de cuentas con el opresivo dogma del pecado original, pero siempre me ha repugnado su tentativa de fundir en un solo concepto la voluntad de poder y la voluntad de crear, una idea embriagadora, pero falsa, que ha tenido consecuencias atroces cuando se ha llevado a la práctica.

Férvido panegirista del «hombre superior», Nietzsche no fue el primer megalómano que elevó a los hombres de genio por encima de la especie humana y les concedió una patente de corso para humillar a los débiles: cuatro milenios atrás, los brahmanes de la India hicieron lo mismo. Pero en el campo de las ideas, Nietzsche sigue siendo el principal enemigo de la democratización cultural, pues nadie ha contribuido tanto como él a establecer un lazo de parentesco entre el moderno librepensador y las viejas castas sacerdotales. ¿Cómo se gestó y se fue modificando a lo largo del tiempo el sentimiento de superioridad intelectual que en la obra de Nietzsche adquiere un cariz casi terrorista? ¿Cómo influyó este sentimiento en las modas literarias y en las pugnas ideológicas del siglo XX? Para responder esas preguntas era preciso escribir una genealogía del intelecto engreído y beligerante, siguiendo las pautas que el propio Nietzsche fijó para rastrear los orígenes de la moral.

Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar (que era hombre docto, graduado en Sigüenza), sobre cuál había sido mejor caballero, Palmerín de Inglaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo, que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.