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Francisco Sevillano - Rojos

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Francisco Sevillano Rojos

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Capítulo 1. La distinción del enemigo

Capítulo 1

La distinción del enemigo

La extrema crueldad de las acciones violentas en la guerra estuvo solapada con la deshumanización de las víctimas mediante la representación imaginaria del enemigo. De esta manera, la formalización estereotipada de la categoría del enemigo en la propaganda de la «España nacional» se concretó mediante dos operaciones: de extrañamiento y de estigmatización; es decir, diferenciando y clasificando el mundo social.

Como término propio del derecho penal que designa una de las penas restrictivas de libertad —la expulsión del condenado del territorio—, con la adecuación de la expresión «extrañamiento» al análisis del lenguaje propagandístico se significa el modo mediante el que «el otro» es diferenciado por su condición ajena, como distante a nuestra identidad. El enemigo lo es, ante todo, por su carácter extranjero, externo, como lo eran la masonería, el marxismo y el judaísmo. La oposición entre derecha e izquierda había ido adquiriendo un carácter absoluto, convirtiéndose en recíprocamente incompatibles en el momento de los comicios legislativos de 16 de febrero de 1936; entonces, el discurso político se radicalizó mediante la distinción esencial entre España y anti-España, o patria y antipatria. Tras el estallido de los combates, en julio de 1936, no sólo se reprodujeron las campañas antimasónicas, antijudaicas y antimarxistas que habían prorrumpido en la vida política de la República española, pues sólo la guerra sancionó la distinción propiamente política entre el «amigo» y el «enemigo».

De tal modo es así, que el sentido de la llamada «guerra total» reside en una hostilidad presupuesta, conceptualmente previa, que hace que se cancele la distinción entre combatientes y no combatientes, produciéndose, junto a la guerra militar, otra no militar como emanación de tal hostilidad. La guerra se hace ahora en un plano nuevo, intensificado, como activación ya no sólo militar de la hostilidad. El carácter total consiste en que ámbitos de la realidad de suyo no militares —economía, propaganda, energías psíquicas y morales de los que no combaten— se ven involucrados en la confrontación hostil. La mera posibilidad de este incremento de intensidad hace que también los conceptos de amigo y enemigo se transformen en políticos y que, incluso allí donde su carácter político había palidecido por completo, se aparten de la esfera de las expresiones privadas y psicológicas.

En plena batalla en el frente de Madrid, cuando las tropas «nacionales» al mando del general Varela fracasaban en el intento de ocupar la capital a través de la Casa de Campo, el presbítero catalán Juan Tusquets pronunció la conferencia «La Francmasonería, crimen de lesa patria» en el Teatro Principal de Burgos el 1 de noviembre de 1936. El texto fue el primer volumen publicado por Ediciones Antisectarias, que dirigió el mismo J. Tusquets. Éste ya había sido responsable, desde 1932, de la colección Las sectas, subtitulada Biblioteca trimestral dedicada a estudiar y combatir en España las doctrinas heterodoxas. Ahora también, la finalidad de esta iniciativa, Ediciones Antisectarias, era «puramente patriótica y en modo alguno partidista»; en ellas, colaborarían «personalidades de diversas ideologías, pero no figurará ni un autor dudosamente adherido al Régimen, ni una idea que no contribuya a defender las normas que para España va dictando S. E. el Generalísimo Franco». Con tal fin, el propagar los tomos de Ediciones Antisectarias era un deber de todo buen español: «Sobre todo, hay que difundirlas entre los soldados y las milicias, para ir formando la conciencia colectiva de la Nación y hacer obra de sólida cultura popular».

En su conferencia, este catedrático de Pedagogía, el presbítero Juan Tusquets, comenzaba ensalzando la ciudad burgalesa como corazón de Castilla, lo que equivalía a ser el corazón de España; y adoptando el símil fisiológico, afirmaba que: «Nuestra Patria, después de pasar tantos años aherrojada por las cadenas de la Masonería —marxismo, judaísmo, separatismo—, empieza a romperlas, y el corazón de la cautiva de ayer se estremece con una alegría triunfal, superior a la que pueda sentirse en cualquier ámbito del país». La organización masónica —comentaba— producía mayores estragos por su internacionalismo:

¡Qué tragedia para los católicos, saber que en el fondo de ese internacionalismo nos acechan los plutócratas judíos, fundadores de la Segunda Internacional e inspiradores de las salvajadas de Rusia y Méjico! ¡Y qué tristeza, asimismo, para los españoles, siendo nuestra raza católica por antonomasia y coincidiendo nuestros enemigos con los de la Iglesia!

El presbítero catalán tachaba a la República de revolución francmasónica en los siguientes términos:

Yo acuso. Yo acuso a la Masonería. Yo sostengo, con pruebas irrefutables, con espíritu de justicia y ponderación, que la Masonería española, sirviendo, como una esclava, intereses bastardos y extranjeros, es la principal responsable de los cinco años de Revolución anticlerical y antiespañola y de la Guerra civil que ensangrienta los campos de la patria.

La masonería —añadía J. Tusquets— triunfó en las elecciones del 16 de febrero y, pronto, se impusieron al Frente Popular sus elementos extremistas, que «cometían atrocidades sin cuento, a ciencia y paciencia de los gobernantes masones, mientras éstos, azuzados por la Secta, planeaban y verificaban una terrible razzia, según expresión de los propios masones, en todos los organismos del Estado. Y nada de esto fue español». Ante ésta —concluía el presbítero J. Tusquets— no cabía más que ahondar en el cristianismo, fundamento del «nuevo Estado»:

¡Un nuevo Estado! Fundémoslo sobre la ley de Dios. No discutamos a Dios lo que le pertenece. Las naciones que dejan sus leyes constitutivas al arbitrio de la democracia, ven temblar con frecuencia sus paredes maestras. Las que eligen como fundamento una teoría racista, prefieren la idolatría nacional a la verdad eterna y por consiguiente elevan su edificio sobre un semillero de contiendas. España debe convivir lealmente con todos los pueblos honestos, debe mostrar su gratitud a las naciones que nos prestan su concurso, pero en su fueron interno, en su arquitectura nacional, ha de conservar una plena independencia. Cuanto más cristiana sea España, más española será y más la respetarán todas las naciones.

Poco después, se publicó el folleto Marxismo, judaísmo y masonería, de Nazario S. López «Nazarite». Éste, participando del juicio que Juan Tusquets hiciera de la masonería como crimen de lesa patria, afirmó que «todo Masón, por el mero hecho de serlo, es antipatriota».

En una de las primeras exposiciones de los hechos acaecidos en los cuatro primeros meses de guerra, y acerca de su sentido, el autor —quien había permanecido en Francia e Italia tras huir de la zona republicana— afirmaba en el prólogo a tales páginas:

Porque el movimiento, queridos compatriotas, era netamente español. No era, no, como nos lo hacían creer los periódicos que nos veíamos reducidos a leer, meramente una guerra civil, una lucha titánica entre el ejército —contrapuesto a «pueblo»— y el pueblo, en la que forzosamente, nos decían, ha de ganar éste como más numeroso y enardecido por su propia causa.

No podía ser así, pues el Ejército era principalmente pueblo; los militares nada habrían realizado sin el pueblo, su sustento, sobre todo los campesinos, calificados como los mejores y más sanos hijos de España. Aquella no era sino una guerra de reconquista, de lucha por la independencia de España frente a la anti-España:

El movimiento, pues, fue de verdadera reconquista de la España dolorosamente bolchevizada; fue de total independencia de unos gobiernos impíos y vendidos, que habían sido, además, desbordados por sus huestes; y, por tanto, tan sagrado era el levantamiento como la lucha de los siete siglos y la guerra contra Napoleón. Por esto, mientras aquí en España llamaba la prensa de nuestras regiones a los militantes de los dos bandos: «leales» y «rebeldes», les llamaban los extranjeros con mucha frecuencia a los unos, simplemente «rojos», como hemos dicho, o «gubernamentales», y a los otros, como pudimos ya oírlo en las esperadas y bendecidas emisiones castellanas de Italia, a las 10,30, cada noche; a los otros, les proclaman inteligentemente «nacionales». Sí,

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