Pío Baroja - Rojos y blancos
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- Libro:Rojos y blancos
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2006
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Rojos y blancos: resumen, descripción y anotación
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En Rojos y blancos Pío Baroja escribe acerca de la guerra civil española y de los prolegómenos del conflicto mundial. La obra está escrita a lo largo de distintos periodos, existiendo algunos capítulos redactados «in situ», junto a otros textos memorialísticos ya conocidos y artículos para la prensa. Se trata de un documento único para conocer las preocupaciones y la vida de Baroja en su exilio de París, y también, la de muchos otros refugiados españoles. El final del libro narra el día a día de Baroja en Basilea (Suiza) cuando estuvo hospedado en casa de su viejo amigo Paul Schmitz; por ello, en un primer momento Rojos y blancos llevaba el subtítulo «Entre Francia y Suiza», que fue tachado por el propio autor al final de su vida, cuando diera forma a la versión definitiva. «Sí hay que sacar un corolario de todo esto, hay que deducir que la raza nuestra es cruel en las guerras civiles y que las exhortaciones de unos y de otros no han servido para nada». Escribiría don Pío en Rojos y blancos.
Pío Baroja
Desde la última vuelta del camino - 9
ePub r1.0
Titivillus 11.12.15
Pío Baroja, 2006
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
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Nacido en San Sebastián y muerto en Madrid, Pío Baroja (1872-1956) es, sin duda, el primer novelista de su generación, la muy famosa del 98. Vasco por siete de sus ocho costados, como él mismo dice, y lombardo por el restante, Baroja, que antes que escritor fue médico y panadero, responde a un arquetipo que la crítica académica ha acentuado hasta el estereotipo: sombrío, pesimista, misógino y misántropo, clerófobo (o clerófago, lo mismo que dogmatófago), anarquizante, individualista, tímido y demagogo, puritano y hedonista, y cuantos adjetivos se le quieran añadir. Pero hay siempre, en su vastísima producción narrativa, «tras una primera apariencia anárquica y nihilista, un fondo de ternura bondadosa, asistida por una aguda inteligencia irónica, capaz de hacer su propia caricatura: “Soy un fauno reumático que ha leído un poco a Kant”», como ha dicho José María Valverde. Ordenó su obra por ciclos narrativos (trilogías, tetralogías o series más amplias), entre los que cabe citar «Tierra vasca» (La casa de Aizgorri, El mayorazgo de Labraz y Zalacaín el aventurero), «La vida fantástica» (Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox, Camino de perfección y Paradox, rey), «La lucha por la vida» (La busca, Mala hierba y Aurora roja), «El pasado» (La feria de los discretos, Los últimos románticos y Las tragedias grotescas), «La raza» (La dama errante, La ciudad de la niebla y El árbol de la ciencia), «Las ciudades» (César o nada, El mundo es ansí y La sensualidad pervertida), «Memorias de un hombre de acción» (que consta de veintidós volúmenes, escritos entre 1913 y 1935, donde Baroja aborda un vasto retablo histórico en torno al aventurero liberal y remoto antepasado suyo Eugenio de Aviraneta, que evoca principalmente las incidencias de la primera Guerra Carlista), «El mar» (tetralogía de la que forma parte Las inquietudes de Shanti Andía, una de sus obras más conocidas), «Agonías de nuestro tiempo», «La selva oscura» y «Las Saturnales». En la última etapa de su vida escribió también novelas sueltas como Susana, Laura o El Hotel del Cisne. Sus memorias se publicaron en nueve volúmenes, siete de los cuales se publicaron entre 1944 y 1949, mientras que los dos últimos, que no aparecieron en su momento por problemas de censura, se han publicado recientemente. El título genérico de estas memorias es Desde la última vuelta del camino.
Pío Baroja fue también asiduo y polémico colaborador de los periódicos y revistas de la época, autor dramático, escritor de cuentos y hasta poeta: su único libro de poemas, Canciones del suburbio, fue escrito más cerca de los setenta años de su autor que de los sesenta, recién terminada la guerra civil española y a punto de estallar la Segunda Guerra Mundial.
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PRIMAVERA
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EN SUIZA
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NOTICIAS QUE LLEGAN
VUELTA A PARÍS
para
«La guerra civil en la frontera»
y
«Rojos y blancos»
En verano de 1936 estaba yo en Vera de Bidasoa en nuestra casa llamada Itzea. Veíamos con frecuencia, sobre todo los días de fiesta, pasar autobuses llenos de gente obrera que venían la mayoría de Irún. Muchos llevaban la bandera roja. Al pasar por delante de las casas levantaban el puño cerrado en ademán de animosidad y cantaban con furia, aunque desafinando horriblemente, la Internacional.
Ya se comprendía que los obreros estaban exaltados y pensando en hacer algo revolucionario. Más chillones aún que los hombres eran las mujeres y, al pasar delante de nuestra casa del barrio de Alzate, daban gritos vitoreando a la Anarquía y a la Revolución Social.
Unas semanas después, un médico de Vera que tenía a su mujer enferma en un pueblo del camino llamado Almandoz, nos dijo a uno de la policía y a mí que, si queríamos ir a ese pueblo a pasar la tarde, nos llevaría en auto. El policía y yo aceptamos y fuimos.
Al llegar al pueblo, oímos decir que iba a pasar por la carretera una columna de fuerzas carlistas de requetés que habían salido de Pamplona.
Al saberlo, yo dije que debíamos volvernos enseguida, pero el médico se empeñó en retrasar la vuelta y se le ocurrió salir cuando ya estaban pasando los requetés y marchar detrás de ellos.
Nos reconocieron, nos pusieron a los tres en una cantera y yo creí que allí acabábamos. Luego seguimos por la orilla del Bidasoa y después nos mandaron retroceder y nos llevaron a Santesteban y nos metieron en la bodega de la cárcel. Entre los carlistas estaba el aviador Ansaldo con su fusil en el hombro sujeto con una correa.
A la hora o cosa así apareció en el sótano un militar alto y elegante, vestido de uniforme, creo que de coronel. Era don Carlos Martínez de Campos y Serrano, duque de la Torre, hoy capitán general de las Canarias.
El militar escribió una orden, por la cual quedábamos en libertad el médico y yo. Estuvimos después en casa de un amigo y por la mañana nos fuimos a Vera.
Yo pregunté en el ayuntamiento si podía quedarme en el pueblo, me dijeron que no y tomé la carretera de Francia.
A medio camino me encontré con un francés que había entrado en España en automóvil. Pensaba, sin duda, que una guerra civil era una fiesta o una broma. El hombre quedó bastante sorprendido al ver que le dijeron que se marchara enseguida.
Yo pregunté al francés si quería llevarme en el auto al otro lado de la frontera y me dijo que sí, y en un cuarto de hora estábamos en Behovia.
Me quedé un mes o dos en San Juan de Luz, en un medio restaurant medio taberna.
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