G. K. Chesterton - San Francisco de Asís
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- Libro:San Francisco de Asís
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1923
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San Francisco de Asís: resumen, descripción y anotación
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San Francisco y su siglo.
El siglo XIII se abre con el resplandor de un sol que lo ilumina y que se proyectará en los siglos posteriores. En ese siglo el estilo gótico alcanzó su máximo esplendor en las catedrales de Colonia, Amiens y Burgos, entre otras. Florecieron las universidades, los gremios, las ciudades y las órdenes de caballería que defendían al débil. Ese resplandor lo provoca un hombre que nació en 1182 en Asís, ciudad italiana de Umbría, hijo de Pedro Bernardone, rico comerciante, y de Madona Pica. Fue bautizado con el nombre de Juan pero años más tarde se le llamó Francisco por ser su madre natural de la Provenza.
Su mayor mérito fue el de reflejar brillantemente la imagen de Cristo y su influencia abarca actividades humanas tan diversas como literatura, filosofía, artes plásticas, teología, ciencia y santidad. La literatura y la ciencia moderna son en parte producto de esa apertura de San Francisco a la naturaleza. No sin razón apareció en el siglo XIII el genio literario del terciario franciscano Dante Alighieri (1265-1315), poeta máximo de la lengua italiana, y el Arcipreste de Hita en España (1283-1350). También surgen en aquélla época teólogos y filósofos como los dominicos San Alberto Magno (1193-1280) y Santo Tomás de Aquino (1225-1274) y los franciscanos San Buenaventura (1221-1274) y Juan Duns Escoto (1266-1308). Entre los científicos precursores de la observación de la naturaleza —astrónomos, físicos, químicos y matemáticos—, se refleja el espíritu del santo como en los franciscanos Rogelio Bacon (1214-1294) y el terciario Beato Raimundo Lulio (1235-1315). Entre los artistas plásticos Cimabúe (1240-1302), el terciario Giotto (1266-1337). Los reyes también acogen el espíritu franciscano como el terciario rey de Francia San Luis (1214-1270) y los reyes de España San Fernando (1199-1252) y Alfonso el Sabio, el de las Diez Partidas (1221-1284). También siguen sus huellas el viajero veneciano Marco Polo (1254-1324) y santos como el franciscano San Antonio de Padua (1191-1231) y Santo Domingo de Guzmán (1170-1221) fundador de la orden dominicana de frailes mendicantes y predicadores similar a la franciscana.
San Francisco de Asís y el siglo XX.
Los santos son ante todo hombres; la santidad, que es del orden sobrenatural, se apoya en el orden natural. El hombre es el único ser de la creación que puede ser santo, pero no hay dos santos iguales porque cada uno singulariza su santidad según los dones recibidos. A pesar de estar tan cercanos entre sí en el tiempo, santos como Domingo de Guzmán, Tomás de Aquino, Luis rey de Francia y Francisco de Asís, son muy distintos en su santidad.
Los santos viven en la eternidad y en el tiempo, participan de Dios y de la historia, pero la intemporalidad de San Francisco es más evidente porque su lenguaje, que es el del amor y del corazón, llega a lo más profundo del ser humano. La santidad es la plenitud en el amor, pero en la unión con el Amor hay moradas y creemos que el hombre Francisco llegó a la más cercana.
Su figura en el siglo XX adquiere contornos y dimensiones similares a las que tuvo hace 800 años porque el siglo que termina está sediento de amor. Ha bebido el agua en fuentes envenenadas y necesita fuentes puras. Se nos ocurre que el Amor lo ha elegido nuevamente para acercarnos el mensaje de su Hijo, el Verbo Encarnado, que nos intrigó hace 20 siglos. Las palabras del mensaje son sencillas: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». «Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué tiene de particular, no lo hacen también los gentiles?», «Amad a los que no os aman», «Dad de beber al sediento», «Lo que hiciéreis con el más pequeño de vosotros conmigo lo estáis haciendo» y «El que quiere ir en pos de mí que tome su cruz y mi siga». Palabras extrañas al hombre moderno pero palabras de unión y de gozo que debemos empezar a balbucear y practicar como si fuéramos niños recién nacidos.
1182. El 26 de Setiembre nace en Asís.
1199. Interviene en el asalto al Castillo Imperial de Asís.
1202. Cae prisionero en Peruggia luego de una guerra entre dicha ciudad y Asís.
1205. Regresa enfermo de Spoletto tras una frustrada intención de guerrear en Apulia.
1206. A los 24 años de edad renuncia a la herencia paterna ante Guido, obispo de Asís, y empieza a vivir como un mendigo y a predicar el amor a Cristo y a las criaturas.
1207. El crucifijo de la iglesia de San Damián le habla y le dice que «reconstruya su Iglesia» y San Francisco —entendiendo esas palabras materialmente— repara la iglesia de San Damián a la que seguirán otras cercanas.
1208. El 24 de febrero, el día de San Matías, responde a la llamada de Cristo y abraza la vida evangélica. Se dedica a comunicar el mensaje de amor enseñado por Jesucristo de ver a Dios en todas las criaturas.
1209. Se le acercan los primeros discípulos o seguidores que tienen distinto origen: ricos y pobres, nobles y plebeyos, sabios e iletrados, sacerdotes de diversa jerarquía y laicos. En su mayoría mayores que él y algunos de su misma edad.
1209. Va a Roma para conseguir del Papa la aprobación de las reglas. Su amigo y protector, el obispo Guido, le presenta al Cardenal Juan, quien rápidamente le consigue una entrevista son el Papa Inocencio III. A pesar de la fuerte oposición de algunos cardenales que consideraban imposible la pretensión de vivir en plenitud la vida evangélica, el Papa pocos días después aprueba las Reglas de la nueva orden.
1210. El obispo Guido permite a San Francisco predicar en la Catedral de Asís.
1211. El 28 de marzo, Santa Clara viste el hábito religioso de las clarisas.
1211. San Francisco realiza viajes apostólicos a Siria, a España, Marruecos, Túnez, Oriente y Egipto. 1224.
1217. El entonces Cardenal Hugolino, futuro Papa, se convierte en protector y padre espiritual de la orden franciscana.
1221. Funda la Tercera Orden Franciscana para que los que quieran vivir el espíritu franciscano puedan hacerlo sin abandonar la vida en el mundo.
1223. El Papa Honorio III confirma mediante una Bula la 2da. Regla de la Orden.
1223. En Greccio, ciudad italiana, San Francisco por primera vez en la historia, organiza un pesebre para celebrar la Navidad.
1224. En el otoño, en el Monte Alvernia, San Francisco recibe las llagas de Jesucristo en las manos, los pies y en el costado del pecho.
1225. Escribe el Cántico al Hermano Sol.
1226. El 3 de octubre al atardecer a la edad de 44 años muere San Francisco.
1228. El 16 de julio es canonizado por el Papa Gregorio IX.
El problema de San Francisco.
Un estudio moderno sobre San Francisco de Asís se puede escribir de tres maneras. Entre ellas debe elegir el autor, pero la tercera, que es la adoptada aquí, resulta en algunos aspectos la más difícil. Cuando menos sería la más difícil si las otras dos no resultaran imposibles.
Según el primer método, el autor puede estudiar a este hombre insigne y asombroso como si fuera una simple figura de la historia secular y modelo de virtudes sociales. Puede describir a este divino demagogo como si fuera, y probablemente lo fue, uno de los verdaderos demócratas del mundo. Puede decir, aunque ello signifique bien poco, que san Francisco se adelantó a su época. Y afirmar, lo que no deja de ser verdadero, que el Santo anticipó cuanto de liberal y más atractivo encierra el genio moderno: el amor a la naturaleza, el amor a los animales, el sentido de la compasión social, el sentido de los peligros espirituales que encierran la prosperidad y aun la misma propiedad. Todas estas cosas que nadie comprendió antes de Wordsworth eran ya familiares a San Francisco. Todas estas cosas que Tolstoi fue el primero en descubrir eran cosas admitidas y corrientes para el Santo. A él se le podrá presentar no sólo como héroe humano sino también del humanismo; en realidad como el primer héroe del humanismo. Se le ha descrito como una especie de lucero de la mañana del Renacimiento. Y en comparación con todo esto puede alguien ignorar o pasar por alto su teología ascética como mero accidente de la época que afortunadamente no resultó fatal. A su religión se la puede mirar como superstición, bien que inevitable, de la que ni el mismo genio podía librarse totalmente y, vistas así las cosas, considerar que sería injusto condenar a San Francisco por la negación de sí mismo o censurarlo por su castidad. No cabe duda que, incluso desde semejante punto de vista, la estatura del Santo mantendría los rasgos de la heroicidad y todavía mucho se podría añadir acerca del hombre que intentó acabar las Cruzadas hablando con los sarracenos e intercedió por los pajarillos ante el Emperador. El autor de semejante estudio describirá de manera puramente histórica toda la gran inspiración franciscana que se dejó sentir en las pinturas de Giotto, en la poesía del Dante, en los «milagros» o piezas de teatro religioso que hicieron posible el drama moderno y tantas otras cosas que aprecia la cultura de nuestro tiempo. Ciertamente, puede el autor intentar un tratamiento del tema como ya otros lo hicieron sin casi plantear siquiera la menor cuestión religiosa. En resumen, podría esforzarse por contar la historia de un santo sin Dios, lo cual se asemeja a querer relatar la vida de Nansen sin mencionar el polo Norte.
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