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G. K. Chesterton - Santo Tomás de Aquino

Aquí puedes leer online G. K. Chesterton - Santo Tomás de Aquino texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1933, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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G. K. Chesterton Santo Tomás de Aquino
  • Libro:
    Santo Tomás de Aquino
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1933
  • Índice:
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Santo Tomás de Aquino: resumen, descripción y anotación

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Quien esté familiarizado con Chesterton sabrá que sus biografías no son nada convencionales. Es este caso, concluye la vida de santo Tomás en el capítulo 5, cuando todavía queda un tercio de la obra, cosa lógica si hay que debatir con nuestro propio tiempo. Estamos ante un libro de filosofía, de historia, de antropología, de sociología del conocimiento y de crítica cultural, además de una delicia intelectual. Bien se dijo de Chesterton que era un maestro de la paradoja, porque este es un libro sobre nuestro tiempo, tanto o más que sobre la Edad Media.

Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) es considerado uno de los narradores más brillantes e ingeniosos de la literatura anglosajona. Crítico, novelista y poeta, trabajó como periodista y fundó su propio semanario, G. K’s Weekly. A su lucidez y habilidad con el lenguaje para crear relatos se suma su fina ironía y su agudo sentido del humor, que lo convierten en un maestro en el uso de la alegoría y de la paradoja. Se convierte al catolicismo en 1922, y escribe entonces las biografías de san Francisco de Asís y de santo Tomás de Aquino.

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V - La Verdadera Vida de Santo Tomás

E n este punto, aun en este bosquejo tan burdo y superficial sobre un gran santo está implícita la necesidad de escribir algo que no puede concordar con el resto; es lo único importante de escribir e imposible de escribir. Un santo puede ser cualquier clase de hombre, con una cualidad adicional que es a la vez única y universal. Podríamos incluso decir que lo único que distingue a un santo de un hombre común es su disposición a ser como los hombres comunes. En este sentido, la palabra «común» debe entenderse en su significado natural y noble, ligado al concepto del orden comunitario. Un santo está por lejos más allá de cualquier deseo de distinguirse; es la única clase de hombre superior que jamás ha sido una persona superior. Mas todo esto surge de un gran hecho central, que el santo no condesciende en llamar privilegio pero que es, en su misma naturaleza, una especie de privacidad y en ese sentido casi una forma de propiedad privada. Como con toda sana propiedad privada, el santo se da por satisfecho con tenerla; no desea limitar el número de personas que la tienen. Trata siempre de ocultarla por una especie de buenos modales celestiales y Tomás de Aquino trató de ocultarla más que la mayoría. Para llegar a ella, en la medida en que nos sea posible llegar, lo mejor será comenzar por los estratos superiores y llegar a lo que hubo adentro desde lo que fue más visible por fuera.

La presencia física de Santo Tomás de Aquino es, en realidad, más fácil de resucitar que la de muchos otros que vivieron antes de la época en que se comenzaron a pintar retratos. Se ha dicho que en su aspecto o porte físico había poco de italiano; pero me imagino que esto, en el mejor de los casos, es una comparación inconsciente entre Santo Tomás y San Francisco y, en el peor de ellos, sólo una comparación entre él y la superficial leyenda sobre alegres organilleros y vendedores de helado exagerados. No todos los italianos son alegres organilleros y muy pocos son parecidos a San Francisco. Una nación nunca es un tipo; casi siempre es una mezcla de dos o tres tipos más o menos identificables por sus rasgos generales. Santo Tomás fue de un cierto tipo que no es demasiado común en Italia, como que es común en italianos poco comunes.

Su corpulencia hacía fácil considerarlo humorísticamente como una especie de tonel ambulante, como el que es dado hallar con frecuencia en las comedias de muchas naciones; él mismo bromeaba acerca de ello. Es posible que haya sido él, y no algún irritado partidario de las facciones agustinas o árabes, el responsable de esa sublime exageración de que fue necesario cortar una media luna en la mesa del comedor para que se pudiera sentar a ella. Con bastante certeza, ésa fue una exageración; su estatura habrá sido más notoria que su corpulencia pero, por sobre todo, su cabeza fue lo suficientemente poderosa como para dominar su cuerpo. Y esa cabeza fue de un tipo muy real y reconocible, a juzgar por los retratos tradicionales y las descripciones personales. Fue ese tipo de cabeza que lleva un pesado mentón y robustos maxilares, la nariz romana y la ancha frente más bien lisa que, a pesar de su plenitud, también produce la curiosa impresión de tener huecos aquí y allá, como cavernas de pensamiento. Napoleón llevaba esa cabeza sobre un cuerpo bajo. Mussolini la lleva hoy sobre uno más alto pero igualmente activo. Se la puede ver en los bustos de varios emperadores romanos y ocasionalmente emergiendo sobre la desaliñada camisa de algún mozo italiano; aunque, por lo general, se trata de un maître. Tan inconfundible es este tipo de hombre, que no puedo sino pensar que el villano más notorio de la ficción literaria liviana, en la chocante obra victoriana llamada La mujer de blanco, fue realmente bosquejado por Wilkie Collins a partir de un verdadero conde italiano; tanto contrasta este personaje con el flaco, moreno y gesticulador villano convencional que los Victorianos presentaban comúnmente como un conde italiano. Algunos recordarán (eso espero) que el Conde Fosco era un caballero calmo, corpulento y colosal, cuya cabeza fue exactamente como un busto de Napoleón de dimensiones heroicas. Habrá podido ser un villano melodramático; pero resultó un italiano tolerablemente convincente —⁠en su tipo. Si recordamos sus modales tranquilos y el excelente sentido común de sus palabras y acciones cotidianas, probablemente obtendremos una imagen meramente material de Tomás de Aquino; presuponiendo tan sólo el pequeño esfuerzo de fe que se necesita para imaginar al Conde Fosco convirtiéndose de repente en santo.

Los retratos de Santo Tomás aunque muchos fueron pintados largo tiempo después - photo 1 Los retratos de Santo Tomás, aunque muchos fueron pintados largo tiempo después de su muerte, son todos, obviamente, retratos del mismo hombre. Su cabeza napoleónica y su oscura masa corporal se yerguen desafiantes en la «Disputa acerca del Sacramento» de Rafael. Un retrato de Ghirlandaio resalta un aspecto que revela especialmente lo que podría llamarse esa cualidad italiana del hombre que ha sido pasada por alto. También subraya aspectos que son muy importantes en el místico y en el filósofo. Es universalmente admitido que Aquino fue lo que, en general, se llama un hombre abstraído. En pintura, ya sea humorística o seria, esa clase de persona ha sido representada de dos o tres formas convencionales. A veces la expresión de los ojos es meramente ausente, como si la abstracción realmente significase una ausencia mental permanente. A veces se la representa con mayor respeto como una expresión pensativa, como la de alguien anhelando algo que está lejos; algo que no puede verse y que sólo se puede desear de modo sutil. Obsérvense los ojos en el retrato de Santo Tomás por Ghirlandaio y se verá una marcada diferencia. Mientras los ojos están completamente alejados del entorno inmediato —⁠al punto que la maceta de flores que está por sobre la cabeza del filósofo podría caer sobre ella sin llamar su atención⁠— esos ojos no son, en lo más mínimo, anhelantes y mucho menos ausentes. Hay un fuego de instantánea excitación encendido en ellos; son ojos vivaces y muy italianos. El hombre está pensando en algo; y es algo que ha hecho crisis. No está pensando en nada o acerca de cualquier cosa o lo que es peor - photo 2 No está pensando en nada o acerca de cualquier cosa, o —⁠lo que es peor todavía⁠— en todo. Debió existir esa ardiente alerta en sus ojos un momento antes de golpear aquella mesa y sorprender a todos en el banquete del rey.

De los hábitos personales que concuerdan con el físico tenemos también unas pocas impresiones convincentes y confirmatorias. Cuando no estaba sentado quieto, leyendo un libro, caminaba de un lado para el otro por los claustros y lo hacía caminando rápido y hasta raudamente; una acción muy característica de hombres que libran sus batallas en la mente. Cuando se lo interrumpía era muy cortés y se disculpaba más que quien pedía disculpas por interrumpirlo. Pero había algo en él que sugería que era más feliz cuando no se lo interrumpía. Estaba dispuesto a detener su auténticamente peripatético paseo; pero podemos suponer que, cuando lo reanudaba, caminaba más rápido todavía.

Todo esto sugiere que su abstracción superficial, ésa que veía el mundo, era de una cierta especie. Será conveniente entender esta cualidad, porque hay varios tipos de ausencia mental, incluyendo la de algunos presuntuosos poetas e intelectuales, en quienes la mente nunca ha estado presente en forma perceptible. Existe la abstracción del contemplativo, ya sea ésta de la clase del auténtico contemplativo cristiano que está contemplando Algo, o bien la del equivocado contemplativo oriental que está contemplando la Nada. Obviamente Santo Tomás no fue un místico budista, pero no creo que sus súbitos accesos de abstracción hayan sido siquiera los de un místico cristiano. Si tuvo trances de verdadero misticismo cristiano, tuvo muchísimo cuidado de que esos trances no ocurrieran durante los banquetes de otras personas. Creo que tenía esa especie de extraños arranques que en realidad pertenecen más al hombre práctico que al enteramente místico. Santo Tomás respetó la reconocida diferencia entre la vida activa y la contemplativa; pero en los casos a los cuales nos referimos aquí, creo que hasta su vida contemplativa fue una vida activa. Estos casos no tuvieron nada que ver con su vida superior, en el sentido de su ulterior santidad. Más bien recuerdan a Napoleón que caía en un arranque de aparente aburrimiento en la ópera y después confesaba que había estado pensando en cómo podría conseguir tres cuerpos de ejército en Frankfurt para combinarlos con dos cuerpos de ejército en Colonia. Así, en el caso de Aquino, si soñaba despierto en pleno día, sus sueños eran sueños del día, y sueños del día de la batalla. Si hablaba solo era porque estaba discutiendo con algún otro. Podemos ponerlo de otro modo diciendo que sus sueños diurnos eran los de un perro de caza; eran sueños de cazar, de acorralar al error tanto como perseguir la verdad, de recorrer todas las vueltas y serpenteos de la evasiva falsedad, y de rastrearla hasta llegar finalmente a su madriguera en el infierno. Hubiera sido el primero en admitir que el pensador equivocado probablemente hubiera estado más sorprendido al enterarse de dónde provenía su pensamiento que cualquier otra persona al descubrir hacia dónde se dirigía. Pero por cierto que tuvo esta noción de

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