María Calvo
Padr es d estronados
La importancia d e la paternidad
© María Calvo , 2014
© Ediciones El Toromítico, s.l., 2014
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Colección: Familia y relaciones • Consejos para padres
Editorial Toromítico
Edición de Antonio Cuesta
Conversión de Óscar Córdoba
IBIC: VFV; VFX
ISBN: 9788415943198
Este libro está dedicado a aquellos hombres que han hecho de la paternidad su prioridad en la vida.
«Sólo hay un aventurero en el mundo moderno, como puede verse con diáfana claridad: el padre de familia. Los aventureros más desesperados son nada en comparación con él. Todo en el mundo moderno está organizado contra ese loco, ese imprudente, ese visionario osado, ese varón audaz que hasta se atreve en su increíble osadía a tener mujer y familia… Todo está en su contra. Salvajemente organizado en contra suya…» Charles Péguy, «Clio I (Cahiers)», Temporal and Eternal , Nueva York ,1958, p. 108.
1. LA MUERTE SOCIAL DEL PADRE
Hoy en día, muchas personas, especialmente muchas mujeres, podrán considerar que éste es un libro absurdo, machista, trasnochado, propio de otros tiempos en los que se consideraba al hombre y a la mujer diferentes y se les atribuía respectivamente el papel de padre y madre con unas funciones específicas y complementarias.
Existe actualmente la idea, muy extendida e implantada en la sociedad, de que en la crianza y educación de los hijos la madre se basta y se sobra, que el padre es prescindible, innecesario, a veces incluso un estorbo. Para aquellos que piensan así este libro carece de sentido.
El origen de estas ideas se halla principalmente en la revolución del 68, que fue en realidad una « revuelta contra el padre y contra todo lo que él representaba» . Desde entonces y hasta ahora la sociedad ha desprovisto de valor la función del padre, no les tiene en cuenta, su autoridad ha sido ridiculizada, las mujeres prescinden de ellos de forma manifiesta, lo que provoca que los hijos les pierdan absolutamente el respeto.
Al negar al padre se niega la función de la paternidad. Antes, en épocas pretéritas, los padres faltaban del hogar por causas de fuerza mayor (trabajo, guerra…) pero la sociedad creía en la figura paterna. La cultura, la noción, el espíritu de la función paterna seguía latente en el hogar de manera simbólica y era transmitido a los hijos por las madres a pesar de la ausencia física del padre. Las mujeres la respetaban y los hijos crecían conscientes de su importancia. Además, las madres asumían, junto a la función materna, parte de la función del padre ausente, convirtiéndose de algún modo en bicéfalas, en una labor titánica, compleja y agotadora, a sabiendas de que ambas funciones, materna y paterna, son imprescindibles para el correcto y equilibrado desarrollo y madurez de los hijos. El padre ausente físicamente estaba, sin embargo, presente simbólicamente.
Ahora es distinto, existe una cultura que ha desacreditado la sensibilidad del padre para educar a sus hijos. Lo que el código masculino consideraba decisivo para el crecimiento de los hijos se presenta como peligroso o no apto. Asimismo han quedado implícitamente prohibidas las palabras que caracterizaban la educación paterna: prueba; renuncia; disciplina; esfuerzo; fortaleza; compromiso; autoridad…En estas circunstancias, muchos padres, incomprendidos y desplazados, abandonan el ejercicio efectivo de la paternidad por propia voluntad o las mujeres prescinden absolutamente de ellos y desprecian su papel. Así, los hijos no pueden respetarlos y a la vez no quieren llegar a ser como ellos, renunciando a su futura paternidad. Si la paternidad ha sido devaluada ¿cómo podemos esperar que nuestros hijos quieran convertirse en padres responsables en un futuro?
La gran pérdida cultural no es del padre en sí mismo, sino de la paternidad como función insustituible y esencial. Sufrimos actualmente lo que David Gutmann denomina la «desculturización de la paternidad» .
La sociedad ha devaluado progresivamente la función paterna, hasta el punto de que la presencia y el papel del padre en la procreación resultan prescindibles. Las técnicas de laboratorio han logrado que el origen y dependencia de un padre se esfumen definitivamente. También hay madres solteras que instrumentalizan a los padres biológicos, a los que no permiten participar luego en su vida y que no tienen ningún derecho sobre el niño. Estas mujeres, puesto que ellas han decidido solas el momento de su fecundidad, ocultándolo al padre, consideran al niño como un bien propio y exclusivo, fruto de su narcisismo y del egoísmo.
Por otra parte, son asimismo frecuentes las interrupciones voluntarias del embarazo llevadas a cabo por mujeres en nombre de una veleidad personal, sin que el padre lo sepa o comparta su decisión; acto de máximo egoísmo que desgarra la necesaria armonía entre los sexos.
El neofeminismo de la década de los 70 se resumía en la reivindicación «mi cuerpo es mío». La mujer al apropiarse de su cuerpo, del embrión, del hijo, pretendía apropiarse también de la parentalidad, marginando o negando al padre. La mujer, con los medios anticonceptivos, adquirió un sentimiento de propiedad absoluta sobre los hijos. Desde entonces « la paternidad está determinada por la madre» , depende por completo de su voluntad y de las relaciones que mantenga con el padre.
El modelo social ideal y dominante ahora es el consistente en la relación madre-hijo. La cultura psicológica actual parece confabularse con la sensibilidad femenina. Se ha difundido la convicción de que la proximidad emotiva constituye la variable decisiva para ser buenos padres. La cultura educativa que exalta exclusivamente la sensibilidad típica del código materno infravalora a los padres obligándoles a desconfiar de su instinto masculino, sintiéndose equivocados o poco adecuados. En nuestra cultura, la intimidad y el sentimiento «verdadero» vienen definidos como femeninos. Reina la idea roussoniana de que la dirección y el consejo paterno impiden el correcto crecimiento corporal y anímico del niño. El padre solo es valorado y aceptado en la medida en que sea una especie de «segunda madre»; papel éste exigido en muchas ocasiones por las propias mujeres que les recriminan no cuidar, atender o entender a los niños exactamente como ellas lo hacen. El padre queda de este modo convertido en una especie de madre «defectuosa». Los hijos captan estas recriminaciones y pierden el respeto a los padres a los que consideran inútiles y patosos en todo lo que tenga que ver con la educación y crianza de los niños.
Los padres se hallan llenos de confusión respecto al papel que desempeñan: cualquier elevación del tono de voz puede ser calificada de autoritarismo, cualquier manifestación de masculinidad es interpretada como un ejercicio de violencia intolerable, el intento de imponer alguna norma como cabeza de familia le puede llevar a ser tachado de tirano o maltratador. El padre siente su propia autoridad como un lastre y su ejercicio le genera mala conciencia.
En este clima social imperante, intenta sobrevivir toda una generación de padres que no saben muy bien cómo desenvolverse ante una sociedad que les ha privado de su esencia, que les obliga a ocultar su masculinidad y que no les permite disfrutar de su paternidad en plenitud. Se sienten culpables y no saben exactamente de qué o porqué. Esta falta de identidad masculina les hace tener poca confianza en sí mismos, una autoestima disminuida que conduce a muchos de ellos a la frustración y que se manifiesta de diversas maneras en su vida: esforzándose por ser más femeninos; quedándose al margen de la crianza y educación de los hijos; convirtiéndose en espectadores benévolos y silenciosos de la relación madre-hijo; refugiándose en el trabajo donde encuentran mayor comprensión y valoración que en el ámbito familiar.
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