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Morir sería aún más difícil si supiéramos que subsistimos,
pero obligados a guardar silencio.
E LIAS C ANETTI, L A PROVINCIA DEL HOMBRE
Capítulo I
UN E-MAIL INESPERADO
Estimada María Olivia:
Sin duda debe ser una sorpresa el que le escriba pero en un ejercicio de asociación libre entre queridos recuerdos y derroteros de vida me he tomado esta libertad.
Me encantaría poder contactarla y conversar con usted acerca de vivencias que quisiera compartir.
Su búsqueda incesante de la verdad y la seriedad en su trabajo me dan la confianza para acudir a usted.
Muchos saludos y recuerdos,
J AMES H AMILTON S ÁNCHEZ
No habría podido imaginar todo lo que vendría tras ese e-mail del 25 de marzo de 2010. El mensaje que llegó solo unas semanas después del terremoto, procedía de un pasado muy lejano, cargado de recuerdos. De amigos y gente cercana de épocas pretéritas. ¿Por qué me escribía?
Pensé que James quería saber algo de su propia historia o, mejor dicho, de la de sus padres, que yo tan bien conocía. De sus desencuentros y de la tragedia que afectó a su familia. Creí que podría preguntarme sobre los años jóvenes de su madre. De la separación de ellos… Casi medio siglo había pasado desde todo eso. Cuatro décadas hacía que no veía a ningún integrante de su familia. Les perdí la pista, inmersa en otros afanes. Solo sabía que este hijo mayor del abogado James Hamilton Donoso y de la paisajista Consuelo Sánchez Roig era un destacado médico cirujano. En efecto, la casilla del correo electrónico dejaba esa huella: «Doctor James Hamilton Sánchez».
Con cierta curiosidad mezclada con un lejano afecto por el niño que conocí desde la cuna y que de chico iba a los primeros cumpleaños de mis hijos, le respondí amistosamente, aunque el encuentro se atrasó. Intercambiamos más correos y pactamos una conversación que al final se concretó tres semanas después.
El mismo lunes 12 de abril, horas antes de que yo le confirmara la reunión, me encontré en mi computador con un texto que no alcancé a procesar. No concluí entonces que el firmante de este nuevo correo electrónico era una de las principales víctimas de esta cruda historia de poder, sometimiento y abuso psicológico y sexual que estremecería a la Iglesia Católica chilena y al país entero:
Estimada María Olivia:
Quisiera darte algunos antecedentes previos. Durante veinte años participé en una parroquia de Santiago donde su cura párroco de manera sistemática abusó de muchas personas, de manera física y psicológica, las edades fluctúan entre los cincuenta y algo más y adolescentes actuales.
Ya al menos cuatro personas hemos hecho denuncias repetidas de los hechos ante la Iglesia y, como es costumbre, sin respuesta; sin embargo, a raíz de un proceso canónico de nulidad se inició una investigación paralela, que por motivos a detallar en nuestra conversación, siguió adelante. Son estos algunos de los motivos que han hecho que Bertone esté en Chile y que están generando una crisis de magnitudes al centro de la Iglesia.
En este momento existen decenas de personas afectadas y parte de la Conferencia Episcopal está involucrada en el círculo de protección.
Sé que es de no creer, pero ya hemos acumulado algunas pruebas y sobre todo los testimonios de personas honestas que necesitan que esto se detenga para sanar y liberar a otros.
Un abrazo y gracias,
J IMMY
James Hamilton Sánchez me esperaba en mi casa el lunes 12 de abril cuando llegué de la universidad. Afectuoso, se levantó a saludar apenas me vio entrar. Buenmozo, rubio, grandes ojos azules de mirada intensa, ese hombre alto y amable me recordó de inmediato al niño que conocí. En la actualidad, tiene cuarenta y cinco años, la misma edad de mi hijo mayor, con quien fue compañero de curso cuando entraron al colegio Saint George en 1971, el año siguiente al asesinato del general René Schneider y a la llegada de Salvador Allende al gobierno.
Su bisabuelo, Charles Hamilton, fue el fundador de ese colegio, que traspasó después a la Congregación de Santa Cruz, la Holy Cross. La misma de la que el sacerdote Fermín Donoso, quien en 2009 se hizo cargo de la investigación canónica de este caso, fue superior en Chile hasta hace pocos años.
Pero James Hamilton no continuó sus estudios en el Saint George. En medio de las tormentas familiares, él y su hermano Philip fueron trasladados a la Alianza Francesa, donde continuó la enseñanza básica y media. Ya egresado, estudió un año de Tecnología Médica y luego Medicina en la Universidad de Chile, donde se tituló en los ochenta.
«Yo fui abusado»
Esa tarde de abril, el doctor James Hamilton vestido de sport cargaba una mochila roja —en la que lleva su notebook— de la que no se suele desprender.
Desde el primer instante la conversación fue cordial. Me explicó por qué me había contactado. Era una mezcla —dijo— de esos recuerdos de su primera infancia, cuando me veía como amiga de sus padres, y de un aprecio profesional a la distancia. Le inspiraba confianza, me señaló. Puso su Blackberry en silencio, pero la miraba cada cierto rato. Cuatro pacientes operados entre ese día y el anterior podían requerir alguna consulta. Sin anestesia, el cirujano gástrico fue acercándose poco a poco a la confesión, motivo de su visita.
«Yo fui abusado… pertenecía a un movimiento religioso en una parroquia de Santiago y fui abusado por el cura», espetó. «De manera sistemática, abusó de muchas otras personas. Viví en ese infierno cerca de veinte años y no me atrevía a dejarlo.»
Quedé atónita. Mientras escuchaba sus primeras palabras de denuncia y la referencia al movimiento religioso en una parroquia de Santiago, una idea fugaz pasó por mi cabeza. Como un rayo, antes de que él lo pronunciara, se me cruzó el nombre del cura de El Bosque, del que tanto había escuchado hablar desde mi juventud. Tras recobrar el aliento, atiné a preguntar:
—¿Por qué no te atrevías a dejarlo?
—Por miedo…
—¿Quién es el abusador?
—Fernando Karadima.
Cuando Jimmy Hamilton lanzó el nombre, sentí una mezcla de estupor y coherencia. Desde el primer momento tuve una fuerte percepción de que la acusación tenía sentido.
Siendo estudiante de colegio, en varias ocasiones concurrí a la misa de las once o doce los domingos a esa iglesia colorada con su característico torreón. Otras tantas, pasé frente a su fachada o la divisé a lo lejos. Me tocó asistir después a matrimonios y ceremonias fúnebres, y desde hace décadas escuché versiones que con entusiasmo hablaban de la oratoria y el carisma del cura Karadima. Sobre todo entre la gente de derecha. Desde otra mirada, ya hacia fines de los sesenta se veía a esa iglesia como un enclave conservador, en tiempos en que los aires progresistas posteriores al Concilio Vaticano II impregnaban a la Iglesia Católica chilena.
Interesada en los nexos entre los movimientos religiosos y el poder económico y político, observé más adelante el crecimiento de ese grupo que llegó a manifestarse en la existencia de medio centenar de sacerdotes y cinco obispos integrantes de la Pía Unión del Sagrado Corazón. Así es conocida la red sacerdotal constituida en torno a Fernando Karadima y la iglesia El Bosque, que tras el veredicto del Vaticano formulado por la Congregación para la Doctrina de la Fe el 16 de enero y conocido el 18 de febrero, sería sometida a «visita apostólica», lo que equivale a una investigación especial.
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