La parte central de este libro se basa en el testimonio de varios sobrevivientes de la tragedia de Victoria, Texas, y, por lo tanto, no se podría haber escrito sin las conversaciones que grabé con Enrique Ortega, Alberto Aranda Amaro, José Reyes Arellano e Israel Rivera Sánchez. Los cuatro me permitieron publicar las entrevistas que, originalmente, habíamos hecho para un programa de televisión. Más tarde, me volví a comunicar con Enrique, Alberto y José para ampliar la información y aclarar los datos y asuntos que surgieron durante nuestros largos diálogos en Houston y Victoria, Texas.
Gracias Enrique. Gracias Alberto. Gracias José. Gracias Israel. Sin ustedes, una parte importante de esta historia se hubiera evaporado y perdido para siempre.
Carolina Acuña, la madre del niño Marco Antonio, pasó horas explicándonos en la ciudad de México cómo se fue su hijo a Estados Unidos y cómo lo recuerda cada día que pasa. Gracias por tu valor, Carolina.
Salvador Villaseñor del Villar, primo de José Antonio Villaseñor—el padre del Marco Antonio—habló con mucha candidez en nombre de la familia Villaseñor. Debido a su testimonio fue posible tener una perspectiva más balanceada de los eventos que culminaron con la muerte de José Antonio y de su hijo Marco Antonio. Además, Salvador, controlando su dolor, pudo poner en perspectiva el drama diario que viven miles de mexicanos que sueñan con irse al norte. Gracias por eso.
Este libro surge, también, de la investigación realizada por un valioso y talentoso equipo de periodistas del departamento de noticias de Univision. Marilyn Strauss y Lourdes Torres fueron las productoras ejecutivas del programa Viaje a la Muerte, transmitido originalmente en noviembre de 2003. Evelyn Pereiro, Angel Matos, Porfirio Patiño y Martín Guzmán formaron parte de un extenso grupo de colaboradores en este proyecto.
Desde luego, la extraordinaria cooperación y apoyo de Univision a todos mis proyectos editoriales—en particular de Ray Rodríguez, Frank Pirozzi y la vicepresidenta de noticias, Sylvia Rosabal—fue fundamental para que ese programa especial de noticias se convirtiera eventualmente en este libro.
Rosaura Rodríguez, una vez más, revisó y corrigió el texto original con muchísima paciencia, cariño, visión y generosidad. Ella me ayudó a publicar mi primer libro, y desde entonces, de alguna manera, ha participado en la edición de todos los demás. Gracias RR.
Mi agradecimiento, también, al sheriff Henry García Castillo del condado de Victoria, Texas, a la enfermera Gilda Miller del hospital Citizens y a María Ortega, la hermana de uno de los inmigrantes, por las declaraciones que hicieron sobre el caso a Marilyn Strauss, productora de eventos especiales de Univision, y que incluyo en uno de los capítulos.
Las entrevistas y el contexto que me proveyeron los cónsules de Honduras y de México en Houston, Lastenia Pineda y Eduardo Ibarrola, respectivamente, fueron decisivos para entender las causas que provocaron este terrible incidente.
La cónsul mexicana, Carolina Zaragosa, encargada de protección a los inmigrantes, actuó como una maravillosa y generosa fuente de apoyo para muchos de los sobrevivientes, y los defendió y protegió mucho más allá de lo que requerían sus funciones diplomáticas. Fue, además, un cuidadoso y respetuoso puente de contacto con algunos de los entrevistados. Carolina sabe más de este caso que cualquier otra persona. Pero amablemente compartió mucha de esa información conmigo. Muchas gracias, Carolina.
El magnífico libro de Luis Alberto Urrea, The Devil’s Highway —sobre la muerte de catorce inmigrantes en el desierto de Arizona—me convenció de que es preciso contar este tipo de historias; sin denuncias, sin un sentido de urgencia, nada cambiará el cementerio que todos los días crece en la frontera de México y Estados Unidos.
Al final de cuentas, hubiera preferido no tener que escribir este libro. Pero la historia de los diecinueve muertos de Victoria y de los sobrevivientes se tiene que contar con la esperanza de que, más tarde, no se vuelva a repetir.
Nota: Una parte de los ingresos de este libro será destinada a organizaciones que ayudan a inmigrantes, dentro y fuera de Estados Unidos. Para más información sobre cuáles son esas organizaciones y cómo ponerse en contacto con ellas, favor de visitar el sitio de Internet www.jorgeramos.com .
La Ola Latina
Atravesando Fronteras
La Otra Cara de América
A la Caza del León
Lo Que Vi
Detrás de la Máscara
JORGE RAMOS ha sido el conductor del Noticiero Univisión desde 1986. Ha ganado siete Emmys y el premio María Moors Cabot por excelencia en periodismo otorgado por la Universidad de Columbia. Ramos escribe una columna semanal para más de 50 diarios en todo el continente americano a través de the New York Times Syndicate. Además, hace tres comentarios radiales diarios para decenas de estaciones de radio en Estados Unidos (a través de LBC, Cadena Latina) y ha sido invitado a varios de los más importantes programas de televisión como Nightline de ABC, Today show de NBC, Larry King Live de CNN, The O’Reilly Factor de FOX News y Charlie Rose de PBS, entre otros. Es el autor de los bestsellers Atravesando Fronteras y La Ola Latina.
O lía a muerte.
Cuando el chofer Tyrone Williams abrió las puertas de su tráiler en la madrugada del miércoles 14 de mayo de 2003, jamás se imaginó encontrar a tantas personas. Y, peor aún, que varias de ellas estuvieran muertas. Pero era así.
Tras halar la palanca que abría las puertas de la caja de su tráiler de dieciocho ruedas, tuvo que hacerse a un lado para no ser arrollado por los inmigrantes que brincaban al piso en busca de aire y de vida. Algunos cuerpos cayeron inmóviles. Le bastó una ojeada para darse cuenta de que las cosas no estaban bien.
Dentro del tráiler, decenas de personas tiradas en el piso metálico. Unas estaban inconscientes, desmayadas, otras parecían dormir, y diecisiete estaban muertas. (Dos más morirían después en el hospital.) Sin embargo, en ese momento era imposible saber quiénes habían perecido y quiénes estaban al borde de la muerte. Eran alrededor de las dos de la mañana. Nadie transitaba por este camino rural de Victoria, en el sur de Texas, a un lado de la carretera interestatal 77 (U. S. Highway 77).
El interior del tráiler no tenía luz y no llevaban linternas. Sólo la luz de la luna despejaba el espeso manto de la oscuridad. El reflejo de las luces de una gasolinera se filtraba a través de una de las puertas del tráiler formando una fina línea blanquecina. Dentro, las sombras sugerían un amasijo de carnes sudadas y voluntades quebrantadas.
No todos brincaron del tráiler. Caminando como zombis, algunos se dirigieron a la puerta del camión y bajaron con dificultad los tres o cuatro pies que los separaban del piso. Primero, se sentaban sobre la orilla del tráiler, luego se empujaban. Varios se encontraban tan débiles, mareados y desorientados que se cayeron al bajar, a pesar de que no estaban a gran altura. Los que aún tenían un poco de fuerzas ayudaban a los otros. Al abrir las puertas, varios de los desmayados recobraron la conciencia y, con suma dificultad, se arrastraron hacia la salida. Los que se quedaron dentro del tráiler apenas se movían.
Nunca sabremos con exactitud cuántas personas viajaban dentro del tráiler. Al menos setenta y tres, si contamos a los diecinueve muertos y a los cincuenta y cuatro sobrevivientes que detuvo la policía. Entre los muertos se cuentan dieciséis mexicanos, un salvadoreño, un hondureño y un dominicano. Y entre los sobrevivientes se cuentan treinta y dos mexicanos, catorce hondureños, siete salvadoreños y un nicaragüense.