Contenidos
| El viaje
| El papa de los barrios bajos
| Agitación en la Iglesia
| Un chico, una abuela y un llamado
| El jesuita y los generales
| Abrir las puertas de la Iglesia
| El cardenal y los Kirchner
| Dos chicos llamados Gabriel
| El camino hacia el poder
E scribir un libro sobre el papa Francisco en medio del frenesí de los medios de comunicación que siguió a su elección no hubiese sido posible sin la generosidad que tuvieron nuestras docenas de fuentes alrededor del mundo para brindarnos su tiempo y entendimiento. De las muchísimas personas que hablaron con nosotros, pública y confidencialmente, nos gustaría nombrar a algunas de ellas aquí.
De Buenos Aires, quisiéramos agradecer a Eduardo de Winne, Graciela Ocana, al padre Rafael Velasco, Jose Vales, Eduardo Suarez, Carlos Custer, Gabriel Marronetti y Adriana Triaca, una amiga del padre Bergoglio de toda la vida, y a la arquidiócesis, que resultó invaluable al brindarnos consejos y presentaciones.
Al rabino Abraham Skorka, quien escribió Sobre el Cielo y la Tierra con el arzobispo Bergoglio en 2010, que fue muy generoso con su tiempo y perspectivas. Dependimos muchísimo de su libro para lograr comprender mejor a Francisco. También nos gustaría agradecer a los curas villeros que se sentaron con nosotros para describirnos su trabajo, los padres Toto y Juan de la Villa 21-24 y los padres Gustavo, Hernán y Gabriele de Bajo Flores. En la Villa 21-24, Jader Benítez nos enseñó el barrio con mucha paciencia e hizo las presentaciones. Por supuesto, estamos sumamente agradecidos con el padre “Pepe” Di Paola, que nos dio la bienvenida con los brazos abiertos, a pesar de que le llovían pedidos para entrevistas. Taos Turner, un corresponsal de Argentina en la oficina de Dow Jones en Buenos Aires, merece reconocimiento especial por compartir sus puntos de vista, contactos y amplio círculo de amigos. Su esfuerzo resultó esencial para asegurarnos una serie de entrevistas difíciles de conseguir, que hicieron posible este libro.
También quisiéramos agradecer a todo el departamento de Buenos Aires, incluidos el Jefe del Departamento Ken Parks, Shane Roming, quien proporcionó una valiosa ayuda para descifrar la relación del arzobispo Bergoglio con los Kirchner, y a Pilar Conci, quien nos proporcionó una valiosa ayuda en el reportaje.
Agradecemos al equipo de medios del Vaticano del Rvdo. Federico Lombardi y Gregory Burke por su ayuda durante el cónclave y posteriormente. El Rvdo. Thomas Rosica de Toronto y Marc Carroggio de Roma realizaron aportes muy valiosos, al igual que Jeffrey Lena y Ettore Gotti Tedeschi. Un agradecimiento enorme a los vaticanistas John L. Allen Jr., Sandro Magister, Francis X. Rocca y Alessandro Speciale, por su experiencia a lo largo de los años. También quisiéramos agradecer a los cardenales mencionados en este libro, como también a aquellos que no mencionamos, por compartir sus puntos de vista sobre el papa Francisco, su elección y el estado de la Iglesia Católica.
Nuestros colegas John D. Stoll, Gordon Fairclough y el departamento de Roma, Liam Moloney y Christopher Emsden, proporcionaron un apoyo invaluable durante los agitados días del cónclave. Gracias a Giada Zampano por viajar hasta Piamonte en busca de pistas acerca de las raíces de Bergoglio.
Sin ellos, no habríamos podido escribir este libro y cubrir el desarrollo de los sucesos.
Agradecemos a Gerry Baker, el editor en jefe de The Wall Street Journal , por su apoyo para profundizar la cobertura en el Vaticano y por aprovechar la oportunidad de escribir un libro sobre el nuevo Papa. Gracias a Gail Griffin por manejar todos los detalles. Gracias a Michael Signorelli de HarperCollins por sus perlas de sabiduría y por advertirnos sobre “las peculiaridades tangenciales”.
Un agradecimiento especial para nuestros editores, los maravillosos artífices de las palabras Jesse Pesta y Bill Power, por sostenernos cuando tropezábamos y hacernos pensar cuando no lo hacíamos. Sobre todo, nuestra sincera gratitud va para Matt Murray, nuestro editor, quien, simplemente, hizo que todo fuera posible.
S emana Santa es el momento más importante del año litúrgico para el prelado católico. Al conmemorar los últimos días de la vida de Jesucristo, su crucifixión y resurrección el Domingo de Pascua, las ceremonias constituyen el pilar de la fe católica. Se cree que el papa Benedicto XVI programó su partida para el 28 de febrero de 2013, para darles a los cardenales suficientes días y así pudieran elegir a su sucesor a tiempo para este momento crucial en el calendario católico.
Los papas celebran tradicionalmente el Jueves de la Semana Santa con una ceremonia durante la cual les lavan los pies a 12 sacerdotes, en memoria del lavado de pies que Jesús hizo a sus apóstoles durante la última cena con ellos. El ritual, que honra la humildad del acto de Jesús, es un momento embebido de simbolismo. Para el papa Francisco, fue el telón de fondo perfecto para uno de los gestos grandiosos que lo caracterizan.
El papa recién elegido llevó el ritual a un centro de detención juvenil ubicado en las afueras de Roma. Allí, se arrodilló ante 12 reclusos jóvenes y, a uno por uno, les lavó y besó los pies. Entre los reclusos a los que el nuevo papa les lavó los pies se encontraban dos mujeres: una católica italiana y una musulmana de Serbia. Nunca antes un papa había lavado los pies de mujeres o personas que no fueran cristianos, y menos aun durante un ritual que reconstruye un momento entre Jesús y sus apóstoles. “Es un ejemplo de nuestro Señor”, dijo el papa Francisco en la homilía que ofreció a los prisioneros. “Aquél que se encuentra en la posición más alta, debe estar al servicio de los demás”.
Francisco, que ahora representa la personificación del poder católico en Roma, seguía haciendo lo que durante mucho tiempo había predicado y practicado como prelado en los confines de la Tierra, en Argentina, y en el margen de la sociedad, en las villas de Buenos Aires. Servía a los miembros más vulnerables de su rebaño, a los que había ubicado en el centro de su propia misión. Y lo había hecho luego de una sucesión de pequeños gestos que rehuían la pompa y circunstancia de la Iglesia. Para su investidura, el papa Francisco solo usó prendas blancas, en lugar de los ornamentos tradicionales con oro y joyas. Se quedó en una casa de huéspedes modesta del Vaticano en lugar de mudarse al Palacio Apostólico, que durante décadas fue el centro neurálgico de la administración del Vaticano.
Al elegir al padre Bergoglio para el cargo, los cardenales católicos apostaron precisamente a esto. Eligieron a alguien que pensaron que, a través de su visión pastoral, podría cambiar la imagen y la narrativa de una Iglesia plagada de escándalos de abusos sexuales y de luchas burocráticas internas y cuya influencia en Occidente ha disminuido. “A veces, para hacerle frente a una crisis, pateas la pelota en una dirección distinta. Y eso es exactamente lo que este papa ha hecho. Es decir: Lo que yo defiendo es una forma de vida en el Evangelio y dar testimonio de Él”, dice el cardenal británico Comarc Murphy-O’Connor, arzobispo emérito de Westminster.
Aún así, la interpretación poco exacta que realizó el papa Francisco de las antiguas tradiciones del papado hace que se corra el profundo riesgo de alienar a algunos creyentes. Muchos católicos que reclaman una revisión del Concilio Vaticano Segundo, una serie de reformas liberadoras que la Iglesia realizó en la década de 1960, contemplaron horrorizados el ritual del lavado de los pies del nuevo papa. “El fin oficial de la Reforma de la Reforma, a través del ejemplo”, es como Rorate Caeli, un sitio web de noticias para católicos tradicionales, tituló su artículo sobre la visita a la prisión el Jueves Santo.