Papa Francisco - La Iglesia de la misericordia
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- Libro:La Iglesia de la misericordia
- Autor:
- Editor:Penguin Random House
- Genre:
- Año:2014
- Índice:4 / 5
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La Iglesia de la misericordia: resumen, descripción y anotación
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A un año de distancia del comienzo del pontificado, el diseño eclesial y pastoral del papa Francisco aparece bien delineado en sus líneas de fondo. Si desde el principio resultó claro – en sus palabras, gestos y decisiones tomadas – la perspectiva y la marca que Francisco quería dar a su magisterio, con el paso de los meses su visión se amplía y la consolida paso a paso, hasta convertirse en el horizonte abierto de un nuevo curso en la vida de la Iglesia. Con la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), el Papa finalmente recoge en una amplia y orgánica síntesis los puntos esenciales de tal diseño, escribiendo de hecho la magna carta de la acción programática de los próximos años. En las palabras de la Exhortación –que para la articulación del cuadro de conjunto y la riqueza de los contenidos expuestos se configura más bien como una verdadera Encíclica– está presente el perfil y el llamado del rostro misionero de la Iglesia y, sobre todo, la nueva forma de «ser Iglesia» que el Papa anima, para una anunciación y un testimonio cristiano siempre más fiel al Evangelio.
Francisco, por cierto, está consciente –como recordó también al episcopado brasileño (27 de julio de 2013) mencionando el Documento de Aparecida – de que los pobres pescadores de la iglesia tienen barcos frágiles y redes remendadas, y que a menudo, a pesar de la fatiga, no alcanzan a recoger nada. Pero, a la vez está consciente del mismo modo que, siendo siempre Dios que actúa y lleva a cumplir, la fuerza de la Iglesia no descansa en las capacidades de sus hombres y sus medios –los unos y los otros débiles e insuficientes– esa fuerza «se esconde en las aguas profundas de Dios, en las cuales ella es llamada a echar sus redes».
Cómo echar las redes es el núcleo central de la predicación y de la misión apostólica de Francisco. Esta recopilación de artículos presenta, en sus líneas esenciales, el marco en el que aparece plasmado el sentido de un recorrido eclesial y pastoral bien definido, el de Francisco, caracterizado antes que todo por aquella palabra clave –casi un letrero que indica la dirección a seguir– que desde el título ha sido puesta como el sello y la clave de todo: la misericordia. La Iglesia de Francisco por lo tanto quiere ser reconocida, antes que por otro aspecto, como la casa de la misericordia que, en el diálogo entre la debilidad de los seres humanos y la paciencia de Dios, acoge, acompaña, ayuda a encontrar la «buena noticia» de la gran esperanza cristiana. Quien entra en esta casa y se deja envolver por la misericordia de Dios, además de no sentirse solo y abandonado a sí mismo, descubre en qué consiste el sentido de una existencia plena, iluminada por la fe y el amor del Dios viviente: el Cristo muerto, resucitado y siempre presente en su Iglesia. Quien lo encuentra y se queda con Él aprende la gramática de la vida cristiana: en primer lugar, la necesidad del perdón y de la reconciliación, de la fraternidad y del amor que los cristianos están llamados a manifestar en el mundo como testigos gozosos de la misericordia de Dios. Testigos no sólo para expresar sentimientos de comprensión, compasión y cercanía con quienes viven en situaciones de sufrimiento físico o moral; también testigos para comprometerse, conocer y compartir profundamente, en su circunstancia y realidad a quienes con toda la ternura, la magnanimidad y la solidaridad asumen, hasta el final, las penas y las dificultades de los demás, llevando consolación, esperanza y el coraje de perseverar en el camino del Señor y de la vida.
La novedad cristiana es el mismo Cristo; las suyas son palabras de salvación y de vida, porque Él es la salvación y la vida. En las iglesias confesamos esta verdad esencial de fe, y cada uno, tomándola en la plenitud de la vida sacramental, encuentra la orientación y el soporte para vivir como cristiano, poniéndose a sí mismo la meta de la santidad. Las etapas hacia esta meta son la escucha, la anunciación y el testimonio del Evangelio. Como se evidencia por la teología en acción del papa Francisco, el cristiano a tiempo completo no es quien se queda sentado mirándose en el espejo de su fe o discutiéndola en una mesa, sino quien sale de sí mismo, toma con coraje su cruz y va por los caminos a compartir con todos el gozo del Evangelio. Evangelizar es en primer lugar este movimiento de conversión, salida y camino que Francisco no se cansa nunca de recomendar a todos: empezando por los sacerdotes, «ungidos para ungir», llamados a acoger y a servir, exhortados a no tener miedo de andar hacia las fronteras y las periferias de la existencia, allá donde están los pobres, los marginados, los últimos.
La atención a los pobres –material, espiritual o humanamente pobres– no nace, antes de todo, del hecho de que ellos sean un problema económico o social o pastoral, sino de la fundamental conciencia que el Dios-Amor, que se hizo pobre entre los pobres, ha guardado un lugar privilegiado en su vida y en su ministerio para ellos. La «Iglesia pobre para los pobres» del papa Francisco es finalmente un principioguía que orienta y califica en sentido evangélico la opción por la pobreza y el servicio a los pobres, continuando en esto la admirable historia de la caridad de la Iglesia que a través de los siglos siempre ha sido instrumento de liberación, inclusión y promoción de los pobres, en la perspectiva de la libertad y del amor de Cristo que no ofrece solamente una solidaridad concreta, estable y generosa, sino se hace activamente a cargo de afirmar también la dignidad de la persona, de perseguir la injusticia, de construir la civilización que tenga plenamente título de ser llamada «humana».
Aquí entra por obligación la visión eclesial y pastoral de Francisco, su idea del ser humano y de sociedad. Un discurso articulado, el suyo, que camina en paralelo e interactúa; un discurso directo y fuerte, que sacude las consciencias para golpear el corazón «endurecido» de una sociedad cerrada a la cultura del encuentro y del bien, presupuesto indispensable de la fraternidad y de la paz del vivir. Pues mientras no se destruyan los ídolos que tienen el nombre de poder, dinero, corrupción, carrerismo, egoísmo, indiferencia, en una palabra, «espíritu mundano», es imposible seguir en la dirección deseada de un mundo mejor.
Todos estos conceptos, reiterados con frecuencia hasta el día de hoy, tratados con amplitud y eficacia de síntesis en la Exhortación Evangelii gaudium también, indican actitudes a remover y obligaciones pastorales a asumir como horizonte prioritario del camino de la Iglesia. En este esfuerzo es el mismo papa Francisco quien con su palabra y su ejemplo, ha tomado la iniciativa. Su objetivo es hacer comprender que no puede existir un cristianismo auténtico y creíble, vivido según el espíritu del Evangelio, si la realidad de cada persona y de las comunidades cristianas está marcada por una fe dormida y cansada, sin latidos de vida; si se estanca dentro las murallas de los corazones o de los templos; si la Iglesia enferma o envejece porque se ha acostumbrado a mirar adentro de sí misma en lugar de abrir las puertas y enfrentar los desafíos del mundo, aunque tenga que correr el riesgo de caer o de incurrir en algún accidente en la ruta. Desde aquí llegan sus incesantes llamados a eliminar la pesadez y la calcificación, las hipocresías y las faltas que minan la credibilidad del testimonio cristiano, así como llegan al mismo tiempo sus reclamos, su voluntad decidida a reformar y renovar las estructuras de la Iglesia para hacerla más idónea a los fines a perseguir y a las funciones a desarrollar.
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