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Summers - 50 inventos y la mente que los parió

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Summers 50 inventos y la mente que los parió
  • Libro:
    50 inventos y la mente que los parió
  • Autor:
  • Editor:
    Grupo Planeta
  • Genre:
  • Año:
    2011
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50 inventos y la mente que los parió: resumen, descripción y anotación

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Para Eva y María los mejores inventos del mundo mundial NOTA DE LOS AUTORES - photo 1

Para Eva y María, los mejores inventos del mundo mundial

NOTA DE LOS AUTORES

Persuadidos de que en España no hemos sido capaces todavía de sacudirnos la pereza inventiva y de que sigue vigente el conocido aserto «que inventen ellos», hemos decidido coger el toro por los cuernos y nos hemos inventado esta historia de los inventos. En ella el lector podrá comprobar que la mayoría de los ingenios no fueron obra de un genio, sino de una mente que se puso a pensar cómo resolver un problema, y que hay inventos que no tienen precio. Uno de los más importantes de la humanidad es el libro (este concretamente tiene un precio que está muy bien, así que ¡cómprelo!).

AL PRINCIPIO (PREHISTORIA FICCIÓN)

L a Edad de Piedra era una época primitiva y oscura en la que el progreso no es que se hubiera detenido..., es que ni tan siquiera se había puesto en marcha. El hombre ya tenía bastante con albergarse en las cavernas y sobrevivir de la caza. Su mente no le daba para mucho más, o tal vez no tenía tiempo para otra cosa, porque lo de ser prehistórico y primitivo resultaba bastante duro. Habría que ponerse en su lugar para hacernos una idea de lo difícil que era la vida en aquellos tiempos. Pero como seguramente a nadie le apetece ponerse en su lugar, hagamos una pequeña abstracción e imaginemos por un momento cómo podría haber sido un diálogo entre dos individuos de la época. Retrocedamos, pues, en el tiempo, situémonos en aquella era y fabulemos un poco...

Amanecía y, en el interior de la caverna, Simplugh bostezaba mientras retiraba con gran esfuerzo un enorme peñasco que servía de puerta. Dentro se fue haciendo la luz y los primeros rayos del alba despertaron a Ingen. Simplugh fue a por la garrota y se dirigió a su compañero, que ya estaba sentado en el peñasco frotando dos palitos con fuerza y paciencia.

—Ingen, tenemos que salir de caza, porque estamos sin comida —le dijo.

—Ve tú solo, yo estoy todavía con esto.

—¡Otra vez con lo mismo, mira que tienes morro! ¿Se puede saber qué haces con los dichosos palitos?

—¿Es que no lo ves, Simplugh? Estoy tratando de inventar el fuego, que es que no te enteras...

—¡El fuego, el fuego!... El fuego solo nos lo trae el rayo y no estamos en época de tormentas.

—Mira, Simplugh: yo estoy harto de pasar frío, de comer carne cruda y de estar todo el tiempo a oscuras, y me apetece inventar el fuego, ¿vale? —dijo Ingen sin dejar de frotar los palitos.

—Eso, y yo mientras tengo que cazar y cargar con todo, que estoy deslomado y con los riñones hechos cisco.

—Pues déjame que dé con el fuego y luego te invento la rueda.

—Pero ¿qué es eso de la rueda? ¡Tú estás majareta!

—La rueda es una cosa que da vueltas en mi cabeza hace tiempo. Mira, si cogemos un árbol de tronco gordote y lo cortamos en rodajas, con esas rodajas fabricamos eso de la rueda.

—Pero, Ingen, ¿tú estás loco o qué? ¿Cómo vamos a cortar un tronco gordo en rodajas?, ¿con qué?

—Pues eso, Simplugh, que habrá que inventar también una sierra.

—¿Una sierra? Pero ¿una sierra de qué, de piedra?

—No, metálica, pero si le pones pegas a todo habrá que esperar a la Edad de Hierro. Es que si no nos ponemos a inventar vamos a ser primitivos toda la vida, chato.

—¡Pero tú sabes lo complicado que es eso de inventar con lo escasos que estamos de talento, de recursos y de infraestructuras!

—Mira, con esos razonamientos no vamos a dejar de ser nunca unos cavernícolas sin proyectos de futuro. Así que vete a cazar y déjame a mí, que yo sí que tengo mogollón de talento, ¿vale?

—Pero ¿cuánto tiempo llevas chocando piedras y frotando palitos? Si es que yo creo que se te ha ido la olla...

—Pues no, porque tampoco está inventada, pero si me dejas en paz ya la inventaré... Y la electricidad, y la máquina de vapor también, y el aeroplano, y un montón de cosas que tengo en la cabeza y en las que no me dejas concentrarme...

—Tú lo único que inventas, Ingen, son pretextos para no dar un palo al agua. Esas cosas que dices no sé lo que son, pero seguro que no valen para nada.

—Vamos a ver, Simplugh, ¿es que no te das cuenta de que tengo una mente prodigiosa y avanzadísima?, ¿es que no ves que con tu tozuda actitud lo que haces es frenar el progreso?

—Pero, coño, si es que hablas mucho, pero no inventas nada. Tío, de verdad, creo que estás más loco que una chota o poseído por un mal espíritu... ¡Llevas un mes con los palitos!

—¡Qué loco ni qué mal espíritu! ¡Vete a la mierda ya, y déjame tranquilo! ¡Vamos, lárgate antes de que te arree un estacazo! ¡A ver si voy a tener que inventar también un arma de fuego! ¡Fuera de aquí!

Al ver a Ingen como un poseso, Simplugh salió corriendo de la caverna y fue a reunirse con unos colegas que estaban también dispuestos para la cotidiana faena de la caza. Llegó aterrorizado aún por la violenta y agresiva reacción de Ingen y convencido de que su compañero estaba poseído por los malos espíritus. En asamblea acordaron acabar con él, eso sí, purificándole y expulsando la maldad que le había poseído.

Pero ahora se presentaba el problema: esa purificación solo se podía obtener mediante la incineración. El poseso debía morir devorado por las llamas, y no era época de tormentas. Los rayos no estaban ni se les esperaba. No había otra solución, tenían que apresarle y esperar a que les llegara una buena borrasca con aparato eléctrico. Armados con sus estacas hasta los dientes, los colegas cavernícolas marcharon hacia la cueva de Ingen y cuando llegaron dispuestos a prenderle, vieron que del interior salía una delgada columna de humo.

Ingen, sonriente y con cara de satisfacción, salió a recibirlos y los invitó a entrar.

Cuando estuvieron en el interior y vieron aquella hoguera fantástica se quedaron estupefactos.

Ingen, con aire triunfal y con los ojos desorbitados, empezó a gritar como un loco:

—¡¡¡Ahí está, con dos cojones y un palito!!! ¡¡¡Yujuuuu!!!

Y empezó a dar enormes saltos y gritos de alegría señalando el fuego. Nunca se sabe cómo puede reaccionar un cavernícola, pero aquellos, sin duda por miedo a lo desconocido, se lanzaron contra Ingen, le redujeron y avivaron el fuego hasta conseguir una gran pira. A pesar de la resistencia que el inventor oponía, consiguieron arrojarle a la hoguera, donde fue rápidamente pasto de las llamas que él mismo había provocado.

Simplugh y el resto de ejecutores fueron cayendo uno a uno intoxicados por la mala combustión que se produjo en el interior de la cueva y el secreto del descubrimiento del fuego se fue con ellos. Dicen que transcurrieron todavía cientos de años hasta que surgió otro Ingen que tuvo que volver a idear desde el principio el procedimiento para conseguir el fuego de aquella primitiva manera.

Moraleja: «Como este hay ejemplos a cientos en la cosa del invento».

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EL ABRELATAS

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Estamos en plena era de la información y, hoy por hoy, a nadie se le escapa lo que es una lata (y no hablamos de programas de televisión). En el pasado, la lata, o no se conocía o se empleaba solamente para hacer cacharros, artilugios o piezas decorativas. Sin embargo, a nadie se le había ocurrido emplear este material como envase para conservar alimentos.

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