GUILLERMO SUMMERS (SÉNIOR) n. 1941. Ha ejercido diferentes actividades relacionadas con el humor y la ilustración gráfica, aunque su imagen es más conocida por haber trabajado en televisión como presentador más o menos presentable.
Creador y guionista de diversos programas televisivos, en su momento no dudó en subirse al «Olimpo de los Diésel» protagonizando la campaña de publicidad de un conocido automóvil con un par de «chevrones».
Autor y coautor de libros como Yo soy aquel negrito, El cocherito Leré, Cocina para vagos, Tapas para vagos y La loca Historia de España, en esta ocasión se da el gustazo de proponernos esta humorística historia de los inventos realizada a dos manos junto a su hijo Guillermo.
GUILLERMO SUMMERS G. (JÚNIOR) n. 1968. Desde muy pequeño, cuando cogió su primer lápiz, se dio cuenta de que tenía en sus manos una mina, así que, tras licenciarse en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, empieza a currar enseguida como pintor, escultor, ilustrador y diseñador gráfico. Se reconoce amante de la música (aunque se entere el músico) y viene trabajando como compositor y bajista en distintas formaciones desde finales de los ochenta. Ha colaborado en diversas publicaciones periódicas y en importantes editoriales. Actualmente alterna esta actividad con la música (con permiso de su señora y el músico).
Guillermo Summers & Guillermo Summers G., 2011
Editor digital: Un_Tal_Lucas
ePub base r2.0
Para Eva y María, los mejores inventos del mundo mundial
EL BIKINI
Hay quien piensa que los inventores del bikini fueron una pareja de bañistas que se llamaban Vicky y Quini, pero nada más lejos de la realidad, porque el auténtico creador fue un francés llamado Louis Reard, que mantenía la teoría de que el verdadero espejo del alma es el ombligo, que viene a ser como el ojo que mira hacia el interior.
Sabemos que los franceses, en general, son muy dados a mirarse el ombligo, pero a este Louis en particular le gustaba más observar el de las damas, así que se le ocurrió la idea de inventar una prenda de baño de dos piezas pensada en principio para uso femenino, que dejaba semidescubierta la anatomía de las usuarias y sus misteriosos encantos umbilicales. No solo fue un inventazo anatómico, también podría decirse que en cierto modo fue «atómico», ya que su presentación se hizo en pleno verano de 1946, coincidiendo con la sonora ocurrencia que tuvieron los Estados Unidos de hacer explosionar la primera bomba de plutonio. Dicha deflagración tuvo lugar en el atolón de Bikini, en aguas del Pacífico, razón por la cual este peculiar traje de baño lleva su nombre. Sin duda el impacto que tuvo fue similar al de la dichosa bomba, si bien sus efectos se mostraron bastante más benéficos.
Eso sí, la conmoción fue importante y jamás pensó Louis Reard que su «dos piezas» fuera a dejar «de una pieza» a la pudibunda y todavía reservada sociedad de entonces. Los sectores más conservadores, y sobre todo los estamentos religiosos, tacharon su aparición de provocadora, revolucionaria y hasta pecaminosa, y las autoridades eclesiásticas no tardaron en condenar y prohibir el uso de tan descocado e inmoral semitraje de baño. El bikini o algo muy parecido ya era conocido en la antigua Roma y en la no menos antigua Grecia, lugares donde esta prenda debía de ser de uso habitual, al menos a la hora del baño, y también, ¿por qué no?, para practicar la danza y la gimnasia. Existen manifestaciones pictóricas en las que aparecen representadas damas de la época en sujetador y bragas, dicho mal y pronto, en actitudes danzarinas y bailonas y en otras que sugerían que tan fragmentada prenda se usaba para «poner» al personal y hacerle sucumbir al pecado de la carne.
Pero dejando aquellos tiempos remotos y ciñéndonos al invento de Louis Reard, digamos que el bikini tuvo su presentación oficial en París, capital del amor, donde una bailarina de variedades llamada Micheline Bernardini, metidita en carnes, posó sin el menor rubor ante un público asombrado y hasta entonces poco acostumbrado a la exhibición de tanta «chicha» y tanto michelín celulítico.
En un principio la cosa resultó escandalosa y las escasas mujeres que se atrevieron a usarlo fueron tachadas de licenciosas, modernas e incluso de marranas, y no fue hasta la década de los sesenta cuando el bikini, poco a poco, fue ganando terreno y perdiendo tela, lo cual alegró a su creador «tela marinera», pues las rutilantes estrellas de Hollywood comenzaron a usarlo dentro y fuera de sus películas, haciendo las delicias de los espectadores.
Nunca antes un traje de baño había sido tan herético y tan erótico. Tengamos en cuenta que la primera mujer que usó una indumentaria especial para bañarse en el mar (que se sepa) fue la famosa duquesa de Berry, que dejó atónito al personal con el primer bañador integral compuesto de una camisa de tejido grueso, un pantalón que le cubría las pantorrillas y unos calcetines largos, con lo que solo dejaba al aire la anatomía de su atractiva cara y sus delicadas manos. A pesar de ello, el hecho se consideró una exótica y erótica procacidad. Y es que en 1822 (que es cuando se produjo el acontecimiento) solo las duquesas hacían este tipo de cosas y no pasaba nada, ¡audacias de la aristocracia!
Con el paso del tiempo y posiblemente con la premonitoria intuición del cambio climático y el dichoso calentamiento del planeta, el personal femenino fue deshaciéndose poco a poco de parte de esas prendas, empezando por los incómodos e inapropiados calcetines.
Aquel primitivo bañador, que era casi de cuello vuelto, se fue convirtiendo en el de una sola pieza, eso sí, con una púdica faldita que, aunque ocultaba los muslos, al menos dejaba mostrar los brazos y las pantorrillas, permitiendo así el movimiento necesario para la práctica de la natación.
Como ya hemos dicho antes, esta lenta evolución fue como un paulatino estriptis alargado en el tiempo. Y así, poquito a poco, llegamos al año 1946, que es cuando aparece el primer bikini.
Más tarde, algún espabilado, observando la aceptación de la prenda, tuvo la ingeniosa idea de minimizarla y hacerla más exigua. Inventó el monokini, porque se dio cuenta de que si al bikini se le suprimía la parte superior el resultado era todavía «superior» (la prenda se había hecho mayor y había que «destetarla»).
Fue un italiano llamado Carlo Ficcardi quien dio un paso más, pues, al parecer, al invento le quedaba mucha tela que cortar. Se fue a Brasil para inspirarse y allí crear el tanga. Así fue como desde el país carioca, aglutinador de bellos y macizos glúteos, nos llegó esa mínima expresión del traje de baño.
Si el inventor del bikini, Louis Reard, levantara hoy la cabeza, se quedaría atónito al ver a tanta mujer despechada conjugando sin el menor rubor ese nuevo verbo que es «toplessear», o lo que es lo mismo, enfrentarse a los rigores de la canícula a pecho descubierto y con un par de razones muy estéticas, nunca mejor dicho.