Está prohibido matar y todo asesino será castigado, a no ser que mate en compañía de muchos y al son de trompetas.
NOTA PARA EL LECTOR
Lo que sigue es el relato de cómo Estados Unidos terminó por aceptar el asesinato como elemento central de su política de seguridad nacional. Es también un relato de las consecuencias que semejante decisión ha tenido para personas de innumerables países de todos los confines del planeta y para el futuro de la democracia norteamericana. Aunque los atentados del 11-S alteraron radicalmente el modo en que Estados Unidos se comporta en su política exterior, los orígenes de esta historia son muy anteriores al derrumbe de las Torres Gemelas. En el mundo posterior al 11-S existe cierta tendencia a ver la política exterior estadounidense a través de un cristal partidista que, por un lado, nos induce a creer que la invasión de Irak ordenada por George W. Bush fue un desastre absoluto que empujó a la nación norteamericana hacia una mentalidad de guerra global y, por otro, nos hace pensar que el presidente Barack Obama ha tenido que recoger y limpiar los platos rotos. A ojos de no pocos conservadores, el presidente Obama ha mostrado una actitud débil frente al terrorismo. A ojos de muchos liberales de izquierda, ha impulsado una guerra «más inteligente». La realidad, sin embargo, admite muchos más matices.
Este libro narra la historia de la expansión de las guerras encubiertas de EE.UU., del abuso del «privilegio ejecutivo» y de la protección de los secretos de Estado por parte de la presidencia de ese país, y de la aceptación del uso de unidades militares de élite que no responden de sus actuaciones ante nadie más que ante la Casa Blanca. Guerras sucias revela igualmente la continuidad con la que se ha manifestado a lo largo de las diferentes administraciones presidenciales (tanto republicanas como demócratas) un particular modo de pensar desde el que se concibe «el mundo como un campo de batalla».
El relato comienza con un breve repaso histórico de la manera en que Estados Unidos enfocó el terrorismo y el asesinato como método antes del 11-S. A partir de ahí, voy entretejiendo diversas historias que abarcan un marco temporal que se extiende desde los primeros tiempos de Bush en el cargo presidencial hasta los inicios del segundo mandato de Obama. Conoceremos en ellas a figuras de al-Qaeda en Yemen, a señores de la guerra respaldados por Estados Unidos en Somalia, a espías de la CIA en Pakistán y a comandos norteamericanos de operaciones especiales que tenían encomendada la misión de dar caza a personas catalogadas como enemigos de América. Conoceremos también a los hombres que dirigen las operaciones más secretas de las fuerzas armadas estadounidenses y de la CIA, y leeremos los testimonios de personas que conocen los hechos de primera mano y que llevan toda una vida entre sombras: algunas de ellas hablaron conmigo a condición de que su identidad jamás fuese revelada.
Hoy el mundo conoce al Equipo 6 de los SEAL y al Mando Conjunto de Operaciones Especiales porque son las unidades que mataron a Osama bin Laden. Este libro revelará la existencia de otras misiones no difundidas —o de las que apenas se tenía noticia hasta el momento— que fueron llevadas a cabo por esas mismas fuerzas y que nunca mencionarán públicamente quienes llevan el timón del poder en Washington ni serán protagonistas de ninguna película de Hollywood. Ahondaré en la vida de Anwar al-Awlaki: que se sepa, el primer ciudadano estadounidense seleccionado por su propio Gobierno como blanco de un asesinato oficial... pese a no haber sido acusado formalmente jamás de delito alguno. También oiremos testimonios de quienes quedan atrapados en el fuego cruzado: miembros de la población civil que sufren tanto los bombardeos de los drones como los atentados terroristas. Entraremos en el hogar de unos ciudadanos afganos cuyas vidas quedaron destruidas por un asalto nocturno de fuerzas estadounidenses de operaciones especiales que salió mal y que los transformó de aliados de los norteamericanos en potenciales terroristas suicidas.
Tal vez algunos de los relatos e historias de este libro parezcan un tanto inconexos al principio, puesto que se refieren a personas a quienes separa todo un mundo. Pero juntos nos revelan una inquietante imagen de lo que nos depara el futuro en un mundo que es presa cada vez más indefensa de estas guerras sucias en continua expansión.
J EREMY S CAHILL
PRÓLOGO
El joven muchacho adolescente estaba sentado fuera, junto a sus primos, reunidos allí en torno a una barbacoa. Llevaba el pelo largo y desordenado. Su madre y sus abuelos le habían insistido en que se lo cortara. Pero el chico creía que esa era ya una de sus señas de identidad y le gustaba. Unas semanas antes, había huido de casa, pero no por un acto de rebeldía adolescente. Tenía una misión. En la nota que dejó para su madre antes de salir a hurtadillas por la ventana de la cocina rumbo a la estación de autobuses, justo al clarear el alba, confesaba haber cogido algo de dinero de su cartera (unos 30 euros) para pagar el billete del autocar, y se disculpaba por ello. También explicaba allí su misión y rogaba que le perdonaran. Decía que pronto estaría de vuelta en casa.
El chico era el mayor de los jóvenes y pequeños de su familia. Y no solo de la más inmediata —la que formaba con sus padres y sus otros tres hermanos y hermanas—, sino de toda la casa que compartían con sus tías, sus tíos, sus primos, sus primas y un abuelo y una abuela. Era el preferido de su abuela. Cuando venían visitas, él les traía té y dulces. Cuando se iban, él se encargaba de limpiar. Una vez, su abuela se torció un tobillo y fue al hospital para que se lo inmovilizaran. Cuando salió de la sala donde la curaron, allí estaba el muchacho para acompañarla y asegurarse de que llegara bien a casa. «Qué chico más dulce eres —le decía siempre su abuela—. No cambies nunca.»
La misión del muchacho era muy simple: quería encontrar a su padre. No lo veía desde hacía años y temía que, si no daba con él, lo único que le quedaría de aquella figura serían unos pocos recuerdos borrosos: recuerdos de su padre enseñándole a pescar o a montar a caballo, sorprendiéndolo con abundantes regalos por su cumpleaños, llevándoselo a él y a sus hermanos a la playa o a la tienda de caramelos.
De todos modos, hallar a su padre no iba a ser tan fácil. Aquel hombre estaba en busca y captura. Se ofrecía una recompensa por su cabeza y ya había escapado por los pelos de una muerte casi segura en más de una docena de ocasiones. Pero el hecho de que fuerzas poderosas de múltiples países quisieran ver muerto a aquel hombre no disuadió al chico. Estaba cansado de ver vídeos que presentaban a su padre como un terrorista y una figura malvada. El solo sabía que era su padre y que quería tener, al menos, un último momento junto a él. Pero las cosas no salieron como esperaba.