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Julio Gil Pecharromán - Las guerras del opio

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Julio Gil Pecharromán Las guerras del opio

Las guerras del opio: resumen, descripción y anotación

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Carta del emperador Gaozong al rey Jorge III de Inglaterra (1793)

S I, como afirmáis, vuestro respeto hacia Nuestra Celestial Dinastía hace nacer en vos el deseo de adquirir nuestra civilización…, nuestros ritos y nuestras costumbres no se asemejan en nada a las vuestras, y aunque vuestro enviado (lord Macartney) fuera lo bastante competente como para adquirir algunos rudimentos de nuestras costumbres, no creo que pudiera trasplantarlas a vuestras bárbaras tierras… Los objetos extraños y costosos no me interesan. Según vuestro embajador ha podido apreciar con sus ojos, nosotros lo poseemos todo. No atribuyo ningún valor a los objetos extraños e ingeniosos, y no encuentro aplicación alguna a los productos manufacturados procedentes de vuestro país. Esta es mi respuesta a vuestro requerimiento para el nombramiento de un representante cerca de nuestra Corte, requerimiento que, por otra parte, es contrario a nuestras costumbres dinásticas y del que no podrán resultar, para vos, más que inconvenientes. («Annals and Memoirs of the Peking Court», citado por Tsui Chi en «Historia de China»).


Carta del emperador Jiaqing a Jorge III de Inglaterra (1816)

E STE año, oh rey, has enviado nuevamente mensajeros portadores de una petición y les has entregado objetos procedentes de tu país, con el fin de que me fueran ofrecidos como presentes (…). El día establecido para contemplarme en audiencia, cuando tus enviados habían llegado ya a las puertas de palacio y yo iba a ocupar mi lugar en la sala del trono, tu primer enviado (lord Amherst) declaró que una enfermedad repentina le impedía moverse o andar. Pensé que era muy posible que un súbito mal aquejara al primer enviado y ordené que sólo entraran en mi presencia los segundos invitados. Sin embargo, también declararon que se sentían enfermos. La descortesía, fue, pues, inconcebible… Sin embargo, teniendo en cuenta que tú, rey, me habías dirigido esta petición y que…, la culpa era de ellos, comprendí que tú, rey, tenías un corazón respetuoso y buena voluntad. Asimismo, recibí y acepté los objetos que me enviaste como tributo, mapas geográficos, cuadros, paisajes y retratos. Yo alabo tu corazón sincero, lo cual equivale a decir que lo acepto todo. Además te hago donación a ti, oh rey, de un Ru yi o cetro de felicidad, de jade blanco, de un collar de corte de jade verde, de dos pares de saquillos grandes y ocho pequeños, en testimonio de afecto y de bondad. Por lo demás, estás a una distancia demasiado grande de China y la expedición de enviados que realizan por mar tan largo viaje resulta muy difícil. Además, tus enviados no pueden estar al corriente de las formas rituales chinas, lo cual da lugar a una serie de discusiones que se repiten y de las cuales prefiero no enterarme.

La Corte Celeste no asigna el valor de preciosos a los objetos llegados de lejos, y todas las cosas curiosas e ingeniosas de tu reino tampoco pueden ser consideradas como algo de gran valor. Tú, procura mantener la concordia entre tu pueblo, vela por la seguridad de tu territorio, sin flaquear en las cuestiones próximas o lejanas. He aquí, en verdad, lo que yo alabaría.

En lo sucesivo ya no será necesario arriesgar a unos enviados para venir tan lejos… Basta sólo con que sepas mostrar el fondo de tu corazón y aplicarte a la buena voluntad, y entonces podrá decirse, sin que sea necesario que envíes cada año representantes a mi corte, que estás en la senda de la transformación civilizadora. Y para que la obedezcas durante mucho tiempo, te dirijo esta Orden Imperial. (Cit. en J. Chesneaux y M. Bastid, «China, de las guerras del opio a la guerra franco-china»).


Carta del comisionado Lin Zexu a la reina Victoria (1839)

C OMPROBAMOS que vuestro país dista de China 60 o 70 millones de li. Sin embargo, buques bárbaros se empeñan en venir a comerciar aquí con la intención de hacer grandes beneficios. Las riquezas de China son empleadas en beneficio de los bárbaros. Puede decirse que los grandes beneficios obtenidos por los bárbaros son arrebatados de la parte legítima de China (en el comercio). ¿Con qué derecho, pues, utilizan la droga venenosa para perjudicar al pueblo chino? Incluso si los bárbaros no desearan expresamente perjudicarnos, en su extremo afán de ganancias no se preocupan por el daño que causan al prójimo. Nos preguntamos, ¿dónde está vuestra conciencia? Tengo entendido que en vuestro país está muy estrictamente prohibido el uso del opio; ello se debe a que comprendéis claramente el daño que causa. Si no permitís que el opio cause males en vuestro propio país, ¡menos aún debéis exportarlo en detrimento de otros países, en detrimento de China! Entre todos los productos que China exporta al extranjero, no existe uno solo que no sea beneficioso para la gente… Por el contrario, los objetos que entran en China del exterior sólo sirven como juguetes. Podemos adquirirlos o rechazarlos. Dado que China no los necesita, ¿qué impedimento existe para que cerremos las fronteras y cesemos la actividad comercial? Sin embargo, nuestra Corte Celeste permite la exportación ilimitada de té, de seda y de otras mercancías y permite el envío a todas partes de estos productos sin la menor restricción. No existe para ello otra razón que la voluntad de repartir los beneficios con los pueblos del mundo entero. (Cit. en Teng-Fairbank, «China’s Response to the West».)


La reina Victoria pasa revista a los granaderos de la guardia Ley Taiping - photo 1

La reina Victoria pasa revista a los granaderos de la guardia.


Ley Taiping sobre la tierra (1853)

L A distribución de la tierra se hará según el tamaño de la familia, sin consideración de sexos y teniendo únicamente en cuenta el número de personas; cuanto mayor sea dicho número, más tierras recibirán, y viceversa. Las tierras a repartir se dividen en nueve categorías. En una familia de seis personas, tres recibirán tierra buena y tres recibirán tierra mala: es decir, la mitad buena y la mitad mala. Todas las tierras que se hallan bajo el cielo serán cultivadas conjuntamente por los hombres bajo el cielo. Si la producción es insuficiente en un lugar, dirigíos a otros en el que sea más abundante. Toda la tierra que se halla bajo el cielo debe ser accesible tanto en tiempo de abundancia como de penuria. Si hubiera miseria en una zona, llevad allí los excedentes de otra zona donde reine la abundancia, con el fin de alimentar a los hambrientos. De este modo, los hombres que se hallan bajo el cielo gozarán todos de la gran felicidad concedida por el Padre Celeste, Señor Supremo y Dios Augusto. La tierra se repartirá entre todos, el arroz será consumido por todos, los vestidos serán llevados por todos, el dinero será gastado por todos. No habrá desigualdad y nadie quedará sin alimentos ni protección contra el frío.

Tanto si es hombre como mujer, cada individuo de más de dieciséis años recibirá tierra. Y si queda tierra, las personas de quince años o menos recibirán la mitad de una parte…

En todo el Imperio se plantarán moreras junto a los muros. Todas las mujeres criarán gusanos de seda, tejerán y confeccionarán prendas de vestir. En el Imperio, cada familia sin excepción poseerá cinco gallinas y dos cerdas. Durante la cosecha, el jefe de sección asesorará al jefe de equipo para la reserva de la cantidad de grano que sea necesaria para sus veinticinco familias y entregará el resto al granero público. La misma regla se aplicará también al trigo, a las judías, al cáñamo, a los tejidos, a la seda, a los pollos, a los perros, etc. Y también al dinero. Ya que sobre la tierra todo pertenece a la gran familia del Padre Celeste, Señor Supremo y Dios Augusto. Nadie en el Imperio podrá poseer una propiedad privada, ya que todo pertenece a Dios, de modo que sólo El puede disponer de todas las cosas. En la gran familia del cielo, todos los lugares son iguales y cada uno vive en la abundancia. Tal es el edicto del Padre Celeste, Señor Supremo y Dios Augusto, que ha dado muy especialmente al Verdadero Señor de los Taiping la orden de salvar al mundo. (

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