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Jeremy Scahill - Blackwater

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Jeremy Scahill Blackwater
  • Libro:
    Blackwater
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    ePubLibre
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    2012
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La historia no autorizada del épico ascenso de una de las fuerzas más poderosas - photo 1

La historia no autorizada del épico ascenso de una de las fuerzas más poderosas y secretas surgidas del «complejo militar-industrial» estadounidense. En marzo de 2004 la Guerra de Irak dio un giro decisivo tras el abatimiento de 4 soldados americanos en una emboscada de Faluya. La noticia, de gran repercusión mediática, puso al descubierto Blackwater, un ejercito privado de élite que venía operando en misiones estadounidenses desde principios de la administración Bush. El 16 de septiembre de 2007, unas inesperadas ráfagas de ametralladora disparadas en la plaza Nisour, de Bagdad, dejaron un saldo de 17 civiles iraquíes muertos, entre los que se contaban mujeres y niños. Esta matanza indiscriminada, conocida como «el domingo sangriento de Bagdad», no fue llevada a cabo por insurgentes iraquíes ni por soldados estadounidenses, pues los autores de los disparos pertenecían a una empresa secreta de mercenarios, la Blackwater Worldwide. Esta es la escalofriante historia de una compañía fundada hace más de una década en Moyock, Carolina del Sur, y que se convirtió en uno de los protagonistas más poderosos de la «guerra del terror». En su apasionante best seller, el periodista Jeremy Scahill nos lleva desde las ensangrentadas calles de Irak hasta las zonas de Nueva Orleans devastadas por el huracán Katrina, pasando por las esferas gubernamentales en Washington, para poner al descubierto a Blackwater como el nuevo y terrible rostro de la maquinaria bélica estadounidense.

Jeremy Scahill Blackwater El auge del ejercito mercenario más poderoso del - photo 2

Jeremy Scahill

Blackwater

El auge del ejercito mercenario más poderoso del mundo

ePub r1.5

adruki 21.09.15

Título original: Blackwater: The Rise of the World's Most Powerful Mercenary Army

Jeremy Scahill, 2012

Traducción: Albino Santos Mosquera & Gemma Andújar Moreno

Editor digital: adruki

ePub base r1.2

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JEREMY SCAHILL Periodista de investigación galardonado con el premio Polk - photo 4

JEREMY SCAHILL. Periodista de investigación galardonado con el premio Polk. Colabora habitualmente en la revista The Nation y como corresponsal para el programa informativo Democray Now! Scahill ha ejercido una dilatada labor como reportero en Irak, la antigua Yugoslavia y Nigeria. Actualmente, trabaja con una beca literaria de la Puffin Foundation en el The Nation Institute. Scahill vive en Brooklyn, Nueva York.

Notas

[1] También conocida como Base Al Andalus, nombre que le dieron las autoridades militares españolas que estaban a su mando. (N. del T.)

[2] Desde aquel día, destacadísima activista y figura en Estados Unidos del movimiento contra la guerra en Irak. (N. del T.)

[3] La calle K es una de las arterias centrales de Washington, D.C., y en ella se concentran la gran mayoría de los gabinetes de presión política, think tanks y movimientos y asociaciones que actúan como lobbies sobre las instituciones gubernamentales de la capital estadounidense. (N. del T.)

[4] Algo así como «Grupo de Investigación en la Ciencia del Matar». (N. del T.)

[5] Conforme a dicha modalidad de contrato, el contratista percibe, al finalizar el trabajo para el que ha sido contratado, una retribución igual al total de los costes incurridos más una prima de beneficios, que puede ser una cantidad fija preestablecida o un porcentaje sobre el volumen total del presupuesto de gastos. (N. del T.)

[6] Trad. cast.: Negar la evidencia, Barcelona, Belacqva, 2007.

El rostro de Blackwater

2 de octubre de 2007

Washington, D.C.

A sus 38 años de edad y con sus características facciones aniñadas, Erik Prince, dueño de Blackwater, entró con paso seguro en la majestuosamente decorada sala de vistas de las comisiones de investigación del Congreso. Inmediatamente acudió a él una nube de fotógrafos. Los flashes de las cámaras emitían incesantes destellos y las cabezas de los allí agolpados se volvían hacia el interior de la abarrotada cámara. El hombre que llevaba las riendas de un pequeño ejército de mercenarios iba escoltado no por su escuadrón de élite de antiguos miembros de los SEAL de la Armada y de las Fuerzas Especiales, sino por una guardia de abogados y asesores. En apenas unos minutos, su imagen sería proyectada a todo el planeta; también aparecería en las pantallas de los televisores de todo Irak, donde la indignación contra sus hombres crecía por momentos. Su empresa era ya famosa y, por vez primera desde el inicio de la ocupación, tenía un rostro.

Fue un momento al que Prince se había resistido durante mucho tiempo. Con anterioridad a aquel día (cálido en Washington) de octubre de 2007, había rehuido ser el centro de atención y era bien sabido que su gente se empleaba a fondo en frustrar cualquier intento por parte de los periodistas de obtener una fotografía suya. Cuando Prince aparecía en público, lo hacía casi exclusivamente en congresos militares, donde su papel se limitaba a cantar las excelencias de su compañía y de su labor para el gobierno estadounidense, que consistía, en parte, en mantener con vida en Irak a las autoridades más odiadas en aquel país. Desde el 11 de septiembre, Blackwater había ascendido hasta una posición de extraordinaria prominencia en el aparato de la «guerra contra el terror» y sus contratos con el gobierno federal habían crecido hasta alcanzar un monto total superior a los 1.000 millones de dólares. Ese día, sin embargo, el hombre que controlaba una fuerza situada a la vanguardia de la ofensiva bélica de la administración Bush en Irak iba a estar a la defensiva.

Poco después de las diez de la mañana del 2 de octubre, Prince prestó juramento como testigo estrella en una sesión del Comité sobre Supervisión y Reforma Gubernamental presidido por el representante Henry Waxman. El musculoso y bien afeitado ex SEAL de la Armada vestía un elegante traje azul hecho a medida (más propio de un director ejecutivo de gran empresa que de un contratista salvaje). Frente a la silla de Prince, sobre la mesa, había un adusto letrero de papel con su nombre: «Sr. Prince». Los republicanos trataron de suspender la reunión antes de que diera comienzo en señal de protesta, pero su moción fue derrotada en votación. Muy al estilo de Waxman, el título anunciado de aquel evento era genérico y minimizador de su importancia: «Audiencia sobre la contratación de seguridad privada en Irak y Afganistán». Pero el motivo de la comparecencia de Prince en el Capitolio aquel día era muy concreto y tenía una fuerte carga política. Dos semanas antes, sus efectivos de Blackwater habían estado en el centro mismo de la acción mercenaria más mortífera acaecida en Irak desde el comienzo de la ocupación, en un incidente que un alto mando militar estadounidense dijo que podría tener consecuencias «peores que Abu Ghraib». Aquélla fue una masacre bautizada por algunos como el «domingo sangriento de Bagdad».

Introducción
El domingo sangriento de Bagdad

Día: 16 de septiembre de 2007.

Hora: aproximadamente, las 12:08 del mediodía.

Lugar: plaza Nisur, Bagdad, Irak.

H acía un calor tórrido, con temperaturas próximas a los 40 grados centígrados. El convoy de Blackwater, fuertemente armado, llegó a un cruce congestionado de tráfico en el distrito de Mansur de la capital iraquí. Aquel otrora selecto barrio bagdadí conservaba aún boutiques, cafés y galerías de arte que databan de los buenos tiempos de antaño. La aparatosa caravana estaba formada por cuatro grandes vehículos blindados equipados con ametralladoras de 7,62 milímetros montadas en su parte superior. Para la policía iraquí, se había convertido en parte rutinaria de su labor diaria en el Irak ocupado detener el tráfico para dejar paso a las personalidades estadounidenses —protegidas por soldados privados armados hasta los dientes— que pasaban a su lado como una exhalación. Si se lo preguntan a las autoridades norteamericanas, éstas les dirán que el motivo de semejante medida era impedir un atentado de la insurgencia contra los convoyes estadounidenses. Por lo general, sin embargo, los policías iraquíes lo hacían para proteger la seguridad de la propia población civil del lugar, que se arriesgaba a ser abatida a tiros por el simple hecho de acercarse demasiado a las vidas más valoradas en su país: las de los altos cargos extranjeros de la ocupación.

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