Prólogo
En 2015, la editorial japonesa Iwanami Shoten lanzó el primero de una serie de volúmenes de ensayos sobre temas de actualidad, al cual contribuí con un artículo titulado «War and Terror Since World War Two». Dicho texto es el germen de este breve libro.
El tema es el mismo, pero aquí se desarrolla en el contexto de la famosa frase «el siglo americano» acuñada en 1941 por el editor Henry Luce, a la que aquí hemos añadido el inquietante adjetivo «violento». Esta expresión de Luce hizo fortuna por razones obvias. De hecho, Estados Unidos salió de la guerra como la nación más próspera, poderosa e influyente del mundo, como lo sigue siendo hoy. Sea como fuere, esta afirmación requiere varias puntualizaciones.
Pese a la abundante retórica sobre la Pax Americana popularizada durante las décadas de la posguerra, Estados Unidos nunca ejerció nada parecido a la hegemonía global. La guerra fría, desde 1945 hasta 1991, presenció una alarmante confrontación entre las potencias estadounidense y soviética —o, en términos generales, entre dos «campos» o «bloques», el capitalista y el comunista—, e incluso esta clasificación bipolar era una gran simplificación de un mundo fracturado y turbulento.
Aparte de ello, pese a la disolución de la Unión Soviética en 1991 y la consiguiente aparición de Estados Unidos como la «única superpotencia» mundial, el siglo XXI ha sido testigo de innumerables razones para desestimar la hipótesis de un siglo americano. Cierto es que para ese país el fin de la guerra supuso un triunfo trascendente, y la práctica destrucción simultánea de las fuerzas iraquíes por parte de los estadounidenses en la corta guerra del Golfo en 1991, parecieron confirmar el indiscutible poderío de esa nación en una nueva era de guerra digital y armas de precisión. Sin embargo, esta doble victoria resultó ser engañosa.
Durante la guerra fría, Estados Unidos, pese a su apabullante poder, ya había experimentado el estancamiento y la derrota en Corea y Vietnam. Solo una década después de 1991 el fracaso militar se cerniría de nuevo sobre el país, cuando Washington inició una «guerra global contra el terror» como respuesta a los ataques perpetrados por Al Qaeda al World Trade Center y al Pentágono el 11 de septiembre de 2001, desencadenando un caos y una inestabilidad aparentemente interminables en el gran Oriente Medio. Para enorme disgusto y frustración de Washington, la apabullante superioridad tecnológica del Pentágono se vio obstaculizada por una agregación casi anárquica de actores no estatales y nacionales implicados en una guerra irregular y de baja intensidad.
Así pues, nos enfrentamos a una imagen contradictoria de Estados Unidos como una nación rica y espectacularmente armada con una gran retórica, un enorme poder, una soberbia abrumadora, una paranoia profunda y arraigados defectos y patologías. Pese a todo, la acuñación del término «siglo americano» sigue pareciéndome útil. Para bien o para mal, Estados Unidos domina el globo y sin tener una verdadera competencia. Su economía no tiene rival. Su prosperidad y los ideales que profesa siguen siendo una inspiración para muchos. Al margen de cómo valoremos su éxito en sus actividades bélicas (o en el mantenimiento de la paz), su magnitud sigue siendo impresionante. El mundo nunca ha albergado un Estado con tantas bases militares en tantos países remotos: más de ochocientas en la segunda década del siglo XXI , guarnecidas por ciento cincuenta mil soldados en unas setenta naciones. El gasto militar anual estadounidense supera el total del gasto de gran parte del resto del mundo. Y en cuanto al constante mantenimiento y actualización de los instrumentos de destrucción más sofisticados que podamos imaginar —incitando de ese modo a aliados y potenciales antagonistas a intentar mantener la paz— Estados Unidos, sin duda, no tiene rival.
Esta superioridad militar, con todos sus fallos e incidencias, es un aspecto fundamental del siglo americano iniciado tras la segunda guerra mundial. Junto a ella (lo que corresponde a la otra parte del título de este libro), está la violencia que ha actuado como un bajo continuo a lo largo de estas largas décadas de la posguerra. Así pues, un simple aunque fundamental objetivo de este libro ha sido ensamblar una concisa panorámica del alcance, la magnitud y la diversidad de los conflictos globales y de la muerte, el sufrimiento y los traumas causados por la guerra desde 1945. Todo ello incluye genocidios, politicidios, guerras civiles y conflictos localizados en los que Estados Unidos puede no haber desempeñado ningún papel o, si acaso, un papel periférico. Al propio tiempo, EE. UU. ha participado en la violencia fuera de sus fronteras mucho más a menudo de lo que la mayoría de estadounidenses piensa o le interesa saber, a veces en despliegues explícitos, otras junto con las Naciones Unidas o la Organización del Tratado del Atlántico Norte, pero habitualmente en operaciones en solitario, clandestinas y «encubiertas». Tanto durante como después de la guerra fría, Estados Unidos, al igual que la Unión Soviética y su sucesora, Rusia, instigaron la violencia mediante guerras vicarias, ventas de armas, y apoyo a regímenes totalitarios, acciones invariablemente emprendidas, en el caso de EE. UU., en nombre de la paz, la libertad y la democracia. Una buena parte de este intervencionismo alimentó, y sigue alimentando, las represalias contra los estadounidenses.
Poniendo de manifiesto la violencia relacionada con la guerra, me sitúo en contra de la moda actual en los estudios académicos que pone el acento en el carácter pacífico de las décadas de la posguerra, incluso hasta el punto de avalar un vertiginoso declive de la violencia global desde 1945. En estas páginas no debatiré directamente con los apóstoles de este descenso que se dedican a recalcar interesantes tendencias cuantitativas, pero yo observo el mundo desde una perspectiva distinta —tal vez más trágica— y he intentado demostrar por qué investigando la violencia militarizada desde diversos ángulos. Uno de los elementos centrales de este análisis lo constituyen las décadas que abarcan desde 1945 hasta el desmoronamiento de la Unión Soviética en 1991, una época en la que el panorama global de muerte y devastación hacen que la expresión «guerra fría» se convierta en una broma burda y cruel.