RICARDO S. SÁNCHEZ es teniente general retirado del Ejército de los Estados Unidos y sirvió como comandante de la coalición de tropas en Irak de junio de 2003 a junio de 2004. Era el hispano de mayor rango en la Armada cuando se retiró el 1ro de noviembre de 2006, culminando treinta y tres años al servicio del Ejército de los Estados Unidos. Actualmente, Sánchez vive en Texas.
DONALD T. PHILLIPS ha sido el autor de veinte libros, incluyendo Lincoln on Leadership , y vive en Illinois.
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E l 20 de marzo de 2003, las fuerzas de la coalición, encabezadas por los Estados Unidos, invadieron a Irak. Seis meses antes, la administración Bush había iniciado una campaña nacional por los medios de comunicación para persuadir al pueblo norteamericano de que Saddam Hussein era una amenaza para la seguridad de los Estados Unidos. En septiembre de 2002, el vicepresidente Dick Cheney, la asesora de Seguridad Nacional Condoleezza Rice, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld y otros funcionarios clave anunciaron que Irak tenía vínculos de larga data con Al-Qaeda y, por consiguiente, era responsable en parte de los ataques del 11 de septiembre contra los Estados Unidos. También dijeron que Saddam era capaz de infligir muerte a escala masiva a través de su búsqueda y desarrollo de armas de destrucción masiva. Considerando ciertas estas declaraciones, el 10 de octubre de 2002, las dos Cámaras del Congreso de los Estados Unidos aprobaron resoluciones autorizando al presidente Bush a utilizar las fuerzas armadas de los Estados Unidos para defender la seguridad nacional del país contra la continua amenaza representada por Irak, y hacer cumplir las resoluciones del Concejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
En su alocución del Estado de la Nación de enero de 2003, el presidente Bush afirmó que Saddam poseía “el material para producir hasta 500 toneladas de sarín, gas de mostaza y agente nervioso VX…, más de 38.000 litros de toxina botulínica… y hasta 30.000 municiones capaces de suministrar agentes químicos”. Dijo además que Irak había intentado comprar tubos de aluminio de alta resistencia, adecuados para la producción de armas nucleares y que había buscado cantidades significativas de uranio en África. Una semana después, en febrero de 2003, el secretario de estado Colin Powell, habló ante el Concejo de Seguridad de las Naciones Unidas, reafirmando el vínculo entre Al-Qaeda e Irak. Y presentó fotografías de satélite que según él mostraban los búnkeres de armamento químico, armas móviles para la producción de armas biológicas. Además, el secretario Powell dijo también que las persistentes negaciones de estas acusaciones estadounidenses por parte de Irak eran “toda una red de mentiras”.
Nada de esto era cierto. Irak no tenía vínculos con Al-Qaeda, no tenía armas nucleares. Yo estaba en Irak, y lo sé. Jamás encontramos nada. Y no había vínculos entre Al-Qaeda e Irak, ni una presencia significativa de Al-Qaeda en Irak, hasta después de la abortada batalla de Fallujah. Estos hechos fueron confirmados (en parte o en su totalidad) por tres grupos de estudio gubernamentales independientes: El Informe del Senado de los Estados Unidos sobre Inteligencia de la Preguerra en Irak (9 de julio de 2004); un estudio británico, la Revisión Butler (14 de julio de 2004); y el Grupo de Estudio de Irak (30 de septiembre de 2004), inicialmente dirigida por David Kay, antes de su renuncia. Entonces, para usar la frase de Colin Powell ¿cuál era la verdadera “red de mentiras”? ¿Las negaciones de Irak o las afirmaciones de la administración Bush?
Hace más de tres décadas, en las selvas de Viet Nam, el Ejército de los Estados Unidos fue microadministrado por la Casa Blanca, fue obligado a combatir en batallas incrementales y quedó atrapado en una situación militar sin salida. En ese entonces, el Ejército se enfocó casi exclusivamente en el sureste asiático con exclusión de todo lo demás. Se requirió más de una década para reconstituir el “Ejército quebrado”, como se le conocía entonces.
También la guerra de Irak se convirtió en una pesadilla nacional, cuyo fin no se puede vislumbrar. Los planes iniciales de las fuerzas armadas fueron microadministrados por la administración Bush al igual que muchas de las batallas individuales de la movilización de tropas y de las operaciones estratégicas. De hecho, esa microadministración se llevó a cabo con la exclusión total de los aspectos políticos y económicos de la reconstrucción de Irak. El Ejército de los Estados Unidos y el Cuerpo de la Marina se concentró casi exclusivamente en el Medio Oriente y se causó un gran daño a su espectro total de capacidad de respuesta en caso de emergencia. Será necesaria al menos una década para reparar ese daño.
Además, no ha habido una investigación completa por parte de una comisión totalmente independiente ni de ninguna otra actividad para analizar toda la verdad de el por qué fuimos a la guerra contra Irak, de cómo la suspensión de la Convención de Ginebra llevó a poner a los Estados Unidos en la vía de la tortura y de por qué los elementos políticos, económicos y militares del poder no se coordinaron debidamente como parte de una gran estrategia durante el primer año en Irak. A menos que se haga una exhaustiva investigación, jamás sabremos el alcance de las acciones de nuestro gobierno, y tampoco podremos aprender de todo ese debacle.