Serie: Lecturas contemporáneas, 22
© Lurgio Gavilán Sánchez
© IEP Instituto de Estudios Peruanos
Horacio Urteaga 694, Lima 11
Telf.: (51-1) 332-6194
www.iep.org.pe
ISBN: 978-9972-51-636-8 (Ed. impresa)
ISBN: 978-9972-51-640-5 (Ed. digital)
ISSN: 1026-2679
Impreso en Perú
Primera edición: Lima-México, 2012 (coedición Universidad Iberoaméricana) serie Estudios sobre memoria y violencia 3
Segunda edición: Lima, junio 2017
5000 ejemplares
Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2017-07101
Registro del proyecto editorial en la Biblioteca Nacional: 31501131700644
Revisión de texto: Yisleny López y Odín del Pozo
Diagramación: Silvana Lizarbe
Carátula: Gino Becerra
Cuidado de edición: Odín del Pozo
Fotografías: Archivo del autor, derechos reservados
Prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro sin permiso del Instituto de Estudios Peruanos
BIBLIOTECA NACIONAL DEL PERÚ
Centro Bibliográfico Nacional
985.074 G31 2017 | Gavilán Sánchez, Lurgio, 1973 Memorias de un soldado desconocido / Lurgio Gavilán; [prólogo, Carlos Iván Degregori]. -- 2a ed. rev. y aum.-- Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2017 (Lima: Cimagraf). 248 p.; 21 cm.-- (Lecturas contemporáneas; 22) Glosario: p. [243]-248. Incluye referencias bibliográficas. D.L. 2017-07101 ISBN 978-9972-51-636-8 1. Gavilán Sánchez, Lurgio, 1973- 2. Sendero Luminoso (Grupo guerrillero) 3. Niños soldados - Perú - Biografía 4. Violencia política - Perú - Historia - Siglo XX 5. Perú - Política y gobierno - 1980- I. Degregori, Carlos Iván, 1945-2011, prólogo II. Instituto de Estudios Peruanos (Lima) III. Título IV. Serie BNP: 2017- 1768 |
A Rosaura, Rubén
cuyos cuerpos yacen en el olvido.
A Erick, Estela y Elif, mis hijos.
Vivan con pasión y no dejen
pasar los días sin haber sido felices.
PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN
T antas veces Lurgio titularon su artículo Karina Garay y Carlos Lezama en El Peruano . Muchas veces también se agotó la edición de Memorias de un soldado desconocido (Lima-México, 2012) que tuvo tres reimpresiones en Perú. Pienso, siguiendo a los lectores —niños, padres, políticos, académicos—, que la obra apareció, entre otras memorias, para sugerir que nada es blanco y negro sino que la violencia —en un contínuum de larga data— conlleva una profunda ambigüedad donde el otro, del lado que esté, califica si es legítima o depravada (de ello ni yo mismo me di cuenta al escribir la obra). ¿Cómo podemos entonces pensar más allá del bien y del mal, en los significados de la vida y la muerte en el camino de la existencia?
Los asuntos del conflicto y los actores no se resuelven tan fácilmente, se requieren muchas perspectivas posibles para entenderlo. No existe un arco del triunfo esperando para un abrazo de reconciliación. Es en el camino donde debemos vivir sin callar, sin silenciar, sin olvidar, para sentir esa otra forma de vida cotidiana, donde todo es uno, y que ello nos convoque para hablar con el otro, con nosotros mismos. Que nuestros ánimos no se crispen cada vez que reducimos al otro a un simple perpetrador; más bien la idea es salir y ver al hombre desnudo y lo que hemos hecho como humanidad, para poder encaminarnos a vivir más prójimos, sin el veneno de la violencia inmisericorde que está tatuada en las imágenes de las matanzas en Lucanamarca, Cayara, Iguala, Hiroshima y tantos lugares más.
Aprovecho la oportunidad para añadir en esta segunda edición un epílogo de esta historia interminable: mi experiencia en Los Cabitos. Los adolescentes de aquella guerra que vivimos en la base militar, allá en la década de 1980, estuvimos marcados por la pólvora. Historias de niños-soldados, jóvenes-soldados a los que nos tocó vivir la violencia peruana, la cual no solo nos conmueve sino que debe llevarnos a pensar en nosotros mismos, en el mundo que estamos construyendo para nuestros hijos, los hijos del país.
Incorporé también como homenaje a la vida que otorga vida, la historia de una mujer peruana, la voz de una exguerrillera (nos llamábamos así en aquel tiempo) que ha cargado con todos los dolores de la violencia. Ella vivió casi una década en las filas de Sendero Luminoso y la guerra se tragó a sus familiares, uno a uno, como una monstruosa forma de silenciar el bagaje cultural andino y, por si fuera poco —para sobrevivir—, lava ropas desde hace treinta años, visitando casas en la ciudad de Ayacucho. Asimismo, añadí al texto original algunas frases que aparecían de forma tácita, nombres propios a los lugares y personas, y nuevas imágenes para ilustrar la obra.
Empecé el manuscrito en 1997, cuando vivía en el convento franciscano de Santa Rosa de Ocopa. Ese lugar donde uno puede sentir el susurro del viento, el aleteo de los eucaliptos y pinos mientras vuelan centenares de aves y suena la campana centenaria llamando para la hora nona que nos hacía sentir la fraternidad construida en la proximidad, donde nadie es más que nadie, pues el Hacedor no mora en algún mundo invisible sino está a la vuelta de la esquina, en el prójimo, en uno mismo.
Por ello, cada vez que voy al valle del Mantaro, retorno a ese Perú profundo, vuelvo a mi tierra para renacer otra vez. Esta nostalgia por aquellos tiempos de guerra me llevó a escribir no pensando en un auditorio, sino para sentirme libre; para desasosegar la honda frustración de haber nacido en un país hermoso pero dividido, orientado al odio; para pensar en Rosaura, en Rubén cuyos cuerpos yacen en el olvido, y para que su memoria no se diluya en el tiempo y permanezcan como roca ígnea.
El manuscrito lo culminé en México; entre amigos, colegas y profesores (Yerko Castro Neira) conversábamos sobre las repercusiones que podría tener en el Perú. Los difíciles procesos de construcción de la paz, llevados al plano del texto escrito como un documento testimonial, seguían rondando el pensamiento —sobre lo que también José Carlos Agüero reflexionaba—. El estigma, la complicidad, la vergüenza, estas categorías que se han enraizado en el cuerpo, nos traen la necesidad de hablar y pensar en un futuro más próximo a la verdad de la realidad o a la realidad de la verdad. Los niños, mis paisanos, los amigos de Ayotzinapa en México están convencidos de que un pueblo solo puede mirar hacia adelante si ya ha mirado hacia atrás.
Recibí generosos comentarios y análisis —de gente de a pie, políticos, académicos y la prensa— que hicieron visible al soldado desconocido. Estoy sobradamente agradecido por suscitar esta vuelta a nuestros orígenes para pensar en nosotros mismos, para construir una cultura de paz, en un camino nuevo.
Quisiera finalizar agradeciendo a Carlos Iván Degregori Caso, significativa ausencia del presente, voz ardua en el quehacer académico que antes del fin me sugiriera seguir en la antropología. La última vez que pasé por su casa en la calle Fidelli en Barranco fue en agosto de 2011. Estaba ahí postrado en su habitación en una larga batalla por la vida. Gustavo Gutiérrez miraba el rostro corroído por la enfermedad, y Carlos dijo: “viene una historia fuerte”. Antes me había escrito un mensaje en esos correos que viajan como el pensamiento, al enterarse sobre la pérdida de mi progenitor: “Te acompaño en tu dolor. Abusando de mi salud, me vine a Kutinachaka, en la frontera entre Chungui y Andahuaylas. Un sitio impresionante en medio de la nada, y recién anoche llegué a Andahuaylas, y más tarde regreso a Lima”. Eso escribió, y eso lo dejo en el prólogo, como testimonio a su infinito.