De cómo un hongo salvó el mundo
José Ignacio de Arana
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© José Ignacio de Arana Amurrio, 2013
© Ediciones Planeta Madrid, S. A., 2013
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Con la colaboración de Juan Ignacio Alonso
Primera edición en libro electrónico (epub): septiembre de 2013
ISBN: 978-84-270-4065-6(epub)
Conversión a libro electrónico: J. A. Diseño Editorial, S. L.
ÍNDICE
Para Mercedes, como todo.
Para Almudena, Mercedes, Ignacio y Rodrigo.
Y también para mis nietos Manuel, Javier, Lucas y Nicolás.
INTRODUCCIÓN
La historia de la humanidad y la de la medicina no es que muchas veces caminen en paralelo, sino que lo hacen superpuestas. La trayectoria vital de cada individuo está indisolublemente unida a su estado físico y mental, a su salud, y el conjunto de la historia es el resultado de muchas vidas individuales interactuando. Los asuntos médicos influyen en cada acto de la vida de manera ineludible y cualquier acción dependerá en un momento determinado del estado de salud de la persona que toma una decisión o de quienes la rodean. Don Gregorio Marañón pudo realizar una ingente labor de estudio social e histórico sin apenas usar otros criterios de análisis que los derivados de su condición de médico. Decía que una biografía, labor en la que destacó sobremanera, no es sino una historia clínica liberada del secreto profesional, porque es conociendo los detalles de la biología del personaje como se alcanza a entender su comportamiento en todos los ámbitos de su existencia. Esto se puede trasladar sin esfuerzo al estudio de la sociedad en general. El nacimiento, la enfermedad física o mental, la muerte al cabo, marcan al individuo y jalonan lo que será la historia.
Además, las enfermedades se han erigido en muchas ocasiones en auténticas protagonistas de esa historia. Pensemos como ejemplo paradigmático lo que supuso la epidemia de peste negra que en el siglo XIV acabó con la vida de casi la mitad de la población europea y consiguientemente con la economía y las formas sociales de un continente: el mundo entero cambió de modo radical y para siempre como consecuencia de la acción de un microbio invisible. Dentro del avance humano en aspectos tecnológicos quizá haya sido la medicina, sobre todo en el último siglo, uno de los campos más destacados y con mayores logros; directamente y también porque se han aplicado a ella técnicas y hallazgos primariamente obtenidos para otras cuestiones ajenas a la salud.
La historia de las distintas ciencias suscita siempre atracción entre la gente, más cuanta mayor proximidad haya entre el objeto de esa ciencia y los intereses de cada cual, y en este sentido ninguna como la medicina toca un aspecto tan sensible y del que todos absolutamente tenemos alguna experiencia propia. De cien conversaciones que se escuchan al paso, probablemente ochenta tratan de asuntos de salud, ¿cómo no iba, pues, a interesar conocer los entresijos o las curiosidades que atañen a esas cuestiones? De médicos, poetas y locos se dice que todos tenemos un poco, de modo que siempre estaremos dispuestos a aprender algo nuevo o a recordar lo que ya supimos y se difuminó entre la neblina de la memoria.
Un pecado humano es la vanidad que nos hace creer que el mundo empieza con nosotros, que somos el origen de todo y muy especialmente en el campo del conocimiento. A modo de contrición incluyo en este libro un capítulo en el que me refiero a la medicina que se realizó en las épocas más primitivas de la humanidad, cuando también, no lo dudemos, se curaba a los enfermos igual que ahora, como se sabía, y añado otro sobre la que han ejercido, y siguen haciéndolo en muchos aspectos, los médicos de ese otro mundo que aquí nombramos como Oriente. El resto de la obra se dedica a lo que egocéntricamente hemos venido a denominar medicina moderna y occidental .
Este libro no pretende ser, con todo, más que un entretenimiento, una diversión, bien entendido que, como dijo Chesterton, divertido es lo contrario de aburrido, no de serio. La Historia de la medicina es sumamente extensa y no es posible presentarla en fragmentos sin desvirtuarla, por eso me limitaré a espigar aquí y allá curiosidades e historias sueltas, con minúscula, sin otro afán que despertar en el lector ganas de saber más y hacerle pasar unas horas de amable entretenimiento. Para ello he procurado salpimentar el texto con referencias a casos concretos, muchos con nombres y apellidos conocidos, de personajes que padecieron algunos de los males que aquí se mencionan, porque así se humaniza y aproxima el hecho de enfermar, tan personal. El recuerdo de todos va teñido del máximo respeto y, en un sentido etimológico, de compasión, de padecer con ellos, de acompañarlos en su condición de personas con quienes nos une la íntima capacidad de sufrir.
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CONOCIENDO NUESTRO CUERPO
El conocimiento que los hombres han tenido de su propio cuerpo estuvo limitado durante miles de años a su aspecto externo y a la imagen del esqueleto en que quedaba reducido tras la muerte y sepultura. Tampoco los médicos tuvieron a lo largo de ese tiempo más datos sobre aquel organismo que se les presentaba lleno de misterios tanto en la salud como en las enfermedades. Con el individuo vivo no era posible saber qué había bajo la superficie de la piel; y una vez muerto, un temor reverencial impedía también desgarrar aquel cuerpo para conocer su intimidad, aparte de que tras la muerte carecía de interés ese conocimiento que ya en nada iba a ayudar para la curación según la forma de pensar de aquellos médicos.
La religión egipcia estableció un complejo ritual alrededor de la muerte que incluía, como sabemos, la necesidad de conservar los cuerpos para la vida de ultratumba. Los sacerdotes-médicos de Egipto desarrollaron técnicas que les permitieran evitar la descomposición post mortem consiguiendo la momificación. Una de las fases de este largo y muy complicado proceso consistía en la extracción de las vísceras del cadáver: corazón, cerebro, pulmón, intestinos eran separados del cuerpo y depositados en unos recipientes zoomórficos llamados vasos canopos , bajo la protección de diversos dioses, que luego se colocaban junto al sarcófago. De este modo, aquellos médicos del Nilo adquirieron unos conocimientos de la anatomía humana que, si bien no eran de aplicación a la curación de enfermedades, les permitieron adelantarse en muchos siglos a los otros pueblos del Mediterráneo en su cabal comprensión del cuerpo.
Los griegos y los romanos, que sepultaban o incineraban a sus muertos, no tuvieron esa oportunidad. Por eso sus médicos, cuando comenzaron a sentir deseos de saber cómo era un organismo humano por dentro, pretendieron deducirlo de la observación en animales. En ambas culturas existía el rito del sacrificio de animales, bien como ofrenda a los dioses en sus templos, o bien para adivinar la voluntad de esos mismos dioses mediante los oráculos. Los sacerdotes encargados de estos últimos llegaron a conocer con perfección minuciosa cada órgano de dichos animales: ocas, gallos, águilas, cerdos, vacas, etcétera. Tenían que aprenderlo, puesto que de su interpretación como voz divina quizá dependiera la consumación de un negocio, el apalabramiento de una boda o el inicio de una guerra.
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