. Y debería convertirse en eso mismo, pues aunque tengo cierto conocimiento de la historia de los santos, mi cultura no es tan vasta como para reconocerlos a todos. Me faltaba una herramienta que pudiera guardar en el bolsillo y consultar cuando lo necesitara, durante mis visitas a museos, iglesias, capillas e incluso calles, pues los santos están por todas partes. Vivimos con ellos y ellos viven con nosotros.
Esta obra tiene la única pretensión de servir de guía. No es un martirologio ni un calendario litúrgico, sino una vía que permite acceder directamente a la identificación de los santos. El doble listado le permitirá reconocer fácilmente al personaje representado, sea usted un amante del arte, un religioso, un paseante o el admirador de una escultura, un cuadro o una vidriera. Por ejemplo, en la joven que apoya contra su pecho un cáliz coronado por la Sagrada Forma podrá reconocer a Santa Bárbara, que la iconografía suele representar con balas, una espada, una pluma de pavo real o junto a una torre (normalmente en forma de faro) provista de tres ventanas. A partir de esta información, tendrá la opción de remitirse a otras obras más completas y conocer más datos. E L AUTOR
Introducción
YA SEAMOS RELIGIOSOS, YA ATEOS, cristianos o no cristianos, los santos forman parte de nuestra vida.
Están por todas partes, en las ciudades y en los pueblos. En España hay cientos de pueblos que llevan el nombre de un santo, como San Martín, San Pedro, San Vicente y San Jorge. En muchas calles basta con levantar la cabeza para contemplar un nicho, y las habitaciones y los salones de muchas casas están adornados con cuadros y esculturas de santos. En las iglesias y las capillas, los santos ocupan su lugar natural en las vidrieras, sobre el altar, en los frescos y en las estatuas. Nuestra cultura se funda, esencialmente, en la cristiandad: basta con entrar en los museos para constatar que la mayoría de los cuadros están inspirados en escenas religiosas. ¡Y lo mismo ocurre en la pequeña pantalla! Todas las noches, el hombre del tiempo anuncia la festividad del día siguiente.
La mayoría de nuestros nombres pertenecen a santos. Los padres eligen un santo para que proteja a su hijo y le conceden su nombre. Si una madre invocaba a Santa Teresa de Lisieux para que protegiera la cuna de su hija, al crecer esta prefería encomendarse a Santa Teresa de Ávila. De hecho, todos somos santos, pues la Iglesia celebra el primer día de noviembre la festividad de Todos los Santos o, dicho de otro modo, de todas las almas que han sido recibidas en la plenitud del Señor. Aunque en los escritos apostólicos santo equivale a cristiano , no todos los cristianos han sido «elevados a los altares», como dice la expresión sagrada. Los hombres y las mujeres que han sido santificados a lo largo de los siglos han sido beatificados o canonizados por la Iglesia para reconocerlos de forma oficial.
Los primeros santos fueron principalmente mártires. A finales del siglo VI les llegó el turno a los Padres de la Iglesia, los frailes y los padres espirituales que «profesan su fe sin verter su sangre y hacen de su “confesión” una equivalencia a la del mártir». «Mortificad y crucificad vuestro cuerpo y recibiréis también la corona de los mártires», escribió San Juan Crisóstomo. Durante su pontificado, de 1978 a 2005, el papa Juan Pablo II santificó a 482 fieles y beatificó a 1338. También incrementó su número en el calendario litúrgico. Después de 2000 años de cristiandad, ¿cuántos son los fieles que han recibido esta distinción? Las hagiografías, las Actas de los mártires , las Pasiones , las Vidas de los santos , las leyendas (como La leyenda áurea y La flor de los santos , de Santiago de la Vorágine) y los martirologios (obras consagradas a las biografías de los santos) están repletos de nombres conocidos y desconocidos de servidores de Dios.
En sus orígenes, la Iglesia carecía de un registro y la santificación era reemplazada por la aclamación popular. Los mártires que daban la vida por su fe en Jesucristo eran venerados y, con frecuencia, sus tumbas se convertían en lugares de peregrinación. En el año 993, el papa Juan XV reconoció por primera vez a un santo, Ulrico de Augsburgo, cuyo nombre quedó inscrito en el canon o lista oficial de santos a los que está permitido rendir culto. San Jerónimo estableció el primer martirologio en el siglo IV, apoyándose principalmente en los calendarios de los santos de origen romano, africano y sirio. Esta obra, considerada apócrifa, era un compendio de distintos calendarios. Sin embargo, no nos corresponde aquí citar la bibliografía de todos los martirologios que establecieron los religiosos, entre los que destaca el del fraile Usuardo (siglo IX), que ejerció una gran influencia sobre muchos de sus sucesores.
El único martirologio que tiene autoridad a los ojos de la Iglesia romana es el martirologio romano, cuya primera edición se publicó en el año 1583 bajo la dirección del cardenal Baronio. Gregorio XIII ordenó la revisión del calendario juliano, que fue reemplazado por el gregoriano. En los años 1584, 1586 y 1589 se realizaron diversas rectificaciones en el martirologio romano, que se repitieron en 1630 bajo la dirección del papa Urbano VIII. En 1748, Benedicto XIV participó en una nueva edición que suprimió los nombres de todos aquellos que eran considerados santos sin que existieran pruebas de su condición. La edición de 1756 incluía 1486 entradas, mientras que la del año 1959 ascendía a 2565. El uso de una fecha festiva vinculada a cada uno de los nombres se remonta a este periodo, en el que la Iglesia impuso una lista para que los padres eligieran al santo protector de sus hijos recién nacidos.
El Concilio Vaticano II decidió que las biografías de los mártires y los santos debían concordar con la realidad. Fue entonces cuando San Jorge, Santa Filomena, Santa Bárbara e incluso San Cristóbal desaparecieron del calendario romano general. La última versión contiene una lista de siete mil santos y beatos venerados por la Iglesia y a los que se les puede rendir culto como «modelos dignos de ser imitados». Para tratarse de la Iglesia universal, el número es bastante reducido, sobre todo teniendo en cuenta que el martirologio romano incluía cuarenta mil santos. Es importante establecer la diferencia entre un martirologio y un calendario: el clero no celebra las festividades inscritas en el primero, pero sí las que figuran en el segundo. ¿CÓMO SE RECONOCE A UN SANTO en una iconografía? En primer lugar, por el halo o la aureola que hay encima o detrás de su cabeza. ¿CÓMO SE RECONOCE A UN SANTO en una iconografía? En primer lugar, por el halo o la aureola que hay encima o detrás de su cabeza.