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José Gil Olmos - Santos populares: La fe en tiempos de crisis

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José Gil Olmos Santos populares: La fe en tiempos de crisis
  • Libro:
    Santos populares: La fe en tiempos de crisis
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial México
  • Genre:
  • Año:
    2017
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Santos populares: La fe en tiempos de crisis: resumen, descripción y anotación

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Santos populares, santos profanos, santos extraoficiales, santos bandidos. Una investigación sobre las peculiares figuras religiosas en las que miles de desamparados buscan un refugio y esperanza.

Por el autor de Los brujos del poder. José Gil Olmos rastrea la memoria colectiva de esos singulares patronos que manifestaron, por azar o por milagro, dones de sanación y protección para los sectores sociales más golpeados.

Con Prólogo de Javier Sicilia.

Santos populares, santos profanos, santos extraoficiales, santos bandidos. Desde finales del siglo pasado han surgido diversos íconos religiosos en los cuales miles de personas encuentran un refugio espiritual. Los vemos en imágenes o efigies, en las calles, en capillas o en algún lugar especial de las casas de familias que sufren el embate de la inseguridad, el desempleo y el desamparo. Se trata de genuinas expresiones de la fe popular que la Iglesia católica ha considerado una blasfemia, pero que en realidad significan una competencia que le ha restado devotos.

En esta investigación José Gil Olmos rastrea la memoria colectiva de esos singulares patronos que llevaron una vida de martirio y que manifestaron, por azar o por milagro, dones de sanación y protección para los sectores sociales más golpeados. Asimismo, presenta las historias de algunas corrientes religiosas como el Espiritualismo Trinitario

Mariano o la Iglesia La Luz del Mundo, que aglutinan a millones de fieles y demuestran que un fervoroso pueblo se niega a perder la fe.

Santa niña de Cabora · Niño Fidencio · Juan Soldado · Jesús Malverde

San Judas Tadeo · Emiliano Zapata, Protector de los débiles

San Nazario · Roque Rojas · Pancho Villa, Santo Justiciero

Benito Juárez, Patrono de la justicia y más...

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Las historias que José Gil Olmos narra en este libro son tan fascinantes como reveladoras de estos tiempos

oscuros, atroces y miserables -Javier Sicilia-

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Índice
Prólogo

No es posible hablar de los santos populares y de la religiosidad popular que los genera, sin referirnos a la superstición. La palabra, que tiene en nuestro tiempo connotaciones negativas, viene del latín superstitio (super = sobre, stare = estar y tion = acción o efecto) y se refiere, en su sentido etimológico, a lo que está por encima de una situación o, en un sentido más elaborado, lo que se encuentra encima de lo establecido y que persiste o pervive en la mente de las personas como un elemento sobre añadido. La superstición tiene así características religiosas que permiten a la gente religarse, unirse en una esperanza, y elementos sobrenaturales, incluso fantásticos, que permiten que la esperanza tenga un carácter trascendente, incluso, como nos lo muestra el libro de José Gil Olmos, mesiánico y redentorista.

Estas supersticiones, que en el pasado no eran condenadas ni vistas de manera negativa, aparecen y continúan apareciendo no sólo en todas las grandes tradiciones religiosas, sino en los héroes que forman parte del santoral laico del Estado. La propia Iglesia, a pesar de la condena que hace de muchos de los cultos que el libro de Gil Olmos nos relata, está llena de ellas. Pensemos simplemente en muchos de los Evangelios apócrifos que —antes de que se constituyera el canon del Nuevo Testamento en el siglo IV, que los redujo a cuatro, eran parte de la nueva fe— están llenos de elementos fantásticos o en la larga tradición hagiografía, de la que dan testimonio los comics de las Historias ejemplares que circularon en los puestos de periódico de los años sesenta, en donde las vidas de los santos son una mezcla de hechos tan heroicos como irreales. Recuerdo en este sentido la historia de una pequeña cuya santidad era tal que, según su biógrafo, de recién nacida se negaba los sábados a ser amamantada porque ese día la tradición lo consagró a la Virgen. El Estado laico, en sus versiones liberal, fascista o comunista, está también lleno de héroes que, como copia de las hagiografías católicas, realizan actos de una heroicidad sentimentalmente conmovedora. Quién no recuerda, para hablar de nuestra historia patria, la losa con la que la que Juan José de los Reyes Martínez Amaro, El Pípila, cargó sus espaldas para eludir el fuego enemigo e incendiar la Alhóndiga de Granaditas al lado de las huestes de Hidalgo o a Juan Escutia —del que en realidad lo único que se sabe es que murió en la defensa del Castillo de Chapultepec durante la intervención estadounidense— envolviéndose en la bandera de México y lanzándose al precipicio para evitar que el símbolo de la nación cayera en manos enemigas.

Estas leyendas populares, que nadie puede detener y que forman parte de procesos ideológicos de control político o de las aspiraciones redentoristas de un pueblo humillado y sin directrices, han vuelto a renacer en medio de un México roto y devastado por la violencia del crimen organizado y del Estado.

Los que el libro de José Gil recoge pertenecen, con excepción de san Judas Tadeo y san Toribio, reconocidos por la propia Iglesia católica, a esta última categoría. Van de santos y cultos que nacieron en los periodos de la Revolución mexicana y de la guerra cristera, como el de Teresa Urrea, la Santa de Cabora, o Fidencio, el Santo Niño Sanador, hasta los que en medio de la guerra contra el narco tienen una filiación tan imprecisa como aterradora, como el de la Santa Muerte, el de Malverde o el de Nazario, de quien Gil Olmos nos habló ya en su libro Batallas de Michoacán (Proceso, 2015). Nos habla de otros cultos más que vienen directamente de los héroes revolucionarios que nacieron del pueblo mismo, como Benito Juárez, Emiliano Zapata y Pancho Villa, asociados en la religiosidad popular con el maíz, alimento fundamental de la cultura mexicana, la justicia y las causas sociales. Todas esas historias, que, como toda superstición, se sobreponen a la realidad establecida, están llenas de verdad histórica, sincretismo religioso y político, fantasía sobrenatural y sueños mesiánicos de una vida donde la igualdad y la justicia reinen.

Mucho habría que hablar desde la perspectiva antropológica de la construcción de estas figuras y estos cultos que atraviesan no sólo la historia de nuestro país, sino la del mundo entero. Sobre ellos, antropólogos e historiadores como René Girard, Norman Cohn, para el mundo europeo, y Elio Masferrer, en México, se han inclinado para desentrañarlos. Para José Gil Olmos, que los mira y los relata con la mirada del periodista, esos santos y sus cultos son formas que el pueblo genera en sus crisis religiosas y políticas más duras para sobrevivir en un “mar de incertidumbres”, santos y cultos populares que surgen y se reproducen “aglutinando a millones de mexicanos que buscan alivio, refugio, auxilio ante el desamparo, la injusticia, el infortunio, las penurias y miserias”, formas religiosas de la rebelión y la esperanza.

Para mí, que hundo mis raíces en el minimalismo de la mística, Santos populares de José Gil Olmos me hablan de esos momentos de profunda crisis civilizatoria en que la humanidad frisa el final de los tiempos y entra en un grave estado de anomia y de destrucción que me hace temblar y, a diferencia de la esperanza popular que estos cultos avivan en sus seguidores, agotan la mía en la historia y en el hombre.

Sea lo que sea, las historias que José Gil Olmos nos narra en este libro son tan fascinantes como reveladoras de estos tiempos oscuros, atroces y miserables.

JAVIER SICILIA

Barranca de Acapantzingo, 2 de octubre de 2016

Breve introducción

Desde finales del siglo XX, México está sumido en una de sus peores crisis, en particular en lo referente a la violencia e inseguridad. El crimen organizado ha logrado entronizarse y ahora es el grupo más poderoso, capaz de controlar buena parte del territorio nacional; se ha erigido en un nuevo tipo de gobierno que ejerce su fuerza y control absolutos a través del terror.

Actualmente, el mapa mexicano se encuentra dividido en zonas que los grupos delictivos se disputan de una manera salvaje e inmisericorde, sometiendo a la población a una vida llena de zozobra, incertidumbre e inseguridad, pues las instituciones de gobierno han sido rebasadas e incluso muchas veces terminan fundiéndose con las organizaciones criminales.

Convertidos en corresponsales de guerra, los periodistas mexicanos hemos cubierto esta problemática al contar la historia de cada una de estas organizaciones, la de sus jefes y sus familias, sus peleas y el surgimiento de sus emporios que trascienden fronteras.

Las imágenes de batallas sangrientas en las calles de pueblos, comunidades y ciudades, en las montañas, cerros y playas, han sido registradas en las páginas de todos los periódicos y revistas, a veces con cierto morbo. Los noticieros de las televisoras y estaciones de radio comenzaron a reportar cada hora las bajas que ya alcanzan más de 150 mil muertos desde el 2006, cuando el presidente Felipe Calderón lanzó de manera irresponsable la declaración de guerra contra el narcotráfico.

A la par, la prensa ha registrado los escándalos de corrupción entre autoridades y políticos de todas las corrientes ideológicas y los casos de impunidad, pues muchos de estos personajes de la vida pública —jefes de las policías, militares, presidentes municipales, gobernadores, legisladores, empresarios, banqueros, inversionistas, etcétera— fueron cooptados por los delincuentes.

Paralelamente, se han documentado las ejecuciones diarias de gente inocente —que el presidente Felipe Calderón llamó impúdicamente “bajas colaterales”— y las desapariciones de miles de personas de todas las edades que se convirtieron en rehenes de un negocio sumamente próspero: las extorsiones y los secuestros. Muchas de estas personas fueron llevadas a los campos de siembra y cultivo de mariguana y amapola, se convirtieron en los nuevos esclavos del siglo.

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