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Santos Juliá - Demasiados retrocesos

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Santos Juliá Demasiados retrocesos
  • Libro:
    Demasiados retrocesos
  • Autor:
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    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2019
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Demasiados retrocesos: resumen, descripción y anotación

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1. España, siglo XX: ¿fin de la excepción?

España, siglo XX: ¿fin de la excepción?

Spain, as usual, is the significant exception

CHARLES TILLY, 1969

Existe en España, y cuando desde fuera se mira hacia España, una tendencia a interpretar los dos últimos siglos de su historia estableciendo comparaciones entre lo que en ella NO ha ocurrido y lo que se supone que ha sucedido en otros estados europeos o, genéricamente, en Europa. Esta costumbre de considerar a España como una excepción pretende dar cuenta de los males de la patria, sean ellos el viejo caciquismo o los actuales déficits democráticos, no tanto por medio del análisis de estructuras, instituciones, culturas, procesos o acontecimientos internos sino por las ausencias o carencias de aquello que ha transformado a nuestros vecinos en estados democráticos sostenidos en economías florecientes, con ciudadanías conscientes y un amplio consenso social. De ahí surgieron los relatos del pasado de la nación española como una anomalía en el conjunto de naciones europeas, muy en boga en los años que precedieron, acompañaron y siguieron al desastre del 98, de ahí la visión de la historia de España como un fracaso inapelable que heredamos quienes fuimos jóvenes en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado y de ahí, en fin, la recusación in toto de la transición política iniciada en 1976 como causa de la baja calidad de una democracia incapaz de enfrentarse a la gran recesión y a la actual crisis política.

España como problema fue la herencia que recibieron, y a la que no dejaron de dar vueltas en su juventud y primera madurez, los nacidos en los años ochenta de siglo XIX, llegados a la edad de la razón política, por decirlo al modo de Ortega, cuando caían las últimas hojas de la leyenda patria. Tuvieron, muchos de aquellos jóvenes, la oportunidad de salir al extranjero, ampliar estudios en universidades alemanas, francesas o británicas, participar en encuentros científicos del más alto nivel y contemplar en el espejo de aquellas naciones la imagen de las carencias o contrahechuras de la propia. Un buen plantel de aquella juventud estudiosa decidió que España, a diferencia de Alemania, carecía de ciencia y que ahí radicaba el mal de la nación y el haber venido tan a menos en su ya larga decadencia; otro sector, más preocupado por la política, pensó que la decadencia de la nación española, a diferencia de la pujanza de la francesa, más que a una falta de ciencia, aunque también, se debía a la ausencia de democracia y hasta de Estado; una tercera corriente, que venía de la Institución Libre de Enseñanza, insistió en que, a diferencia de Inglaterra, lo que en España faltaba era un sustrato de educación pública sobre la que construir el self-government, esa capacidad de individuos autosuficientes para autogobernarse en sus comunidades naturales.

En los tres casos, la tarea que echó sobre sus hombros aquella generación de jóvenes científicamente competentes, políticamente liberales o demócratas, y social y culturalmente ciudadanos europeos consistió en devolver España a la corriente general de la civilización europea con el propósito de recuperar el tiempo perdido y liquidar su ya secular anomalía. España, para ellos, era el problema en la misma medida en que Europa era la solución. Pero la solución fue, finalmente, parte fundamental del problema: el proyecto de europeización proyectado y llevado a cabo por la generación del 14 y sus hermanos menores, la alegre y divertida generación del 27, terminó con el bombardeo de ciudades españolas por aviones alemanes e italianos y con la presencia de tropas italianas y brigadas internacionales combatiendo en suelo español mientras Francia y Gran Bretaña dejaban hacer, parapetadas tras la no intervención.

Veinte años después de la derrota de aquel proyecto de europeización y de la construcción, sobre el auténtico ser de España, de un Estado diferente, una excepción o diferencia de Estado dentro de la normalidad democrática de Europa, hacia 1960, otra generación de españoles, nacida entre 1930 y 1945, reanudaba la misma historia convencida de que España era, no ya una anomalía sino un fracaso del que solo podría salir si alcanzaba a ser en un próximo futuro lo que en ese presente eran ya Francia, Alemania o Italia, por no hablar de Suecia o Dinamarca, tan lejanas. De nuevo, se trataba de una generación crecida en la contemplación de los males de la patria, definidos ahora por jóvenes universitarios como resultado de una inútil matanza fratricida que había partido en dos a la nación española y llevado la ruina a su Estado. De nuevo, muchos de ellos salieron al exterior para identificar en la imagen que les devolvían los espejos de las naciones europeas o de Estados Unidos las carencias y deformidades propias. Y de nuevo, como había ocurrido con sus mayores, tuvieron ocasión de presenciar un cambio radical en las condiciones de vida, con la reanudación del éxodo rural, el caótico crecimiento de las ciudades, la industrialización acelerada y la elevación del nivel educativo: solo quedaba adecuar el Estado español al resto de estados europeos.

Era como si la historia gustara de repetirse, pero si la primera ronda había sido como tragedia, nadie estaba dispuesto a que la segunda lo fuera como farsa. Se sabía bien de dónde se venía, se recordaba lo ocurrido a los padres, se envidiaba a los vecinos: y entre lo aprendido por propia experiencia, lo recordado y lo que se podía aprender de la experiencia ajena, se inició una transición desde un sistema político anacrónico, una dictadura construida sobre la victoria en una guerra civil y una larga posguerra hacia una democracia plena, siempre con la vista puesta en Europa y con la intención final de liquidar una diferencia, de hacer de España, por fin, un Estado y una nación como los otros. De estos dos intentos y de las transformaciones sociales que les sirvieron de base y que resumen la vida española del siglo XX, van las páginas que siguen.

Primer acto: España se europeíza

PRIMER ACTO: ESPAÑA SE EUROPEÍZA

La voluntad de europeización, tan viva y compartida a raíz del desastre del 98, fue como el correlato en el plano político y cultural de los cambios perceptibles en la sociedad española desde comienzos del siglo XX. España era entonces, cuando arrancaba el siglo, un país arcaico, de base agrícola y estructura preindustrial, una sociedad anclada en el pasado, escribe Antonio Bonet en la presentación de un libro singular, Ciudades españolas, de Oskar Jürgens, arquitecto mayor del Gobierno prusiano, que vino a España en 1907 y que aquí murió, en El Escorial, en 1923, sin haber terminado su obra. Jürgens no había venido a España con el ánimo de cantar a las ciudades muertas, como Pío Baroja y José Martínez Ruiz en su viaje iniciático por tierras de Castilla pocos años antes; ni impulsado por la búsqueda de ningún alma española, ni que fuera en Toledo, como Maurice Barrès. Jürgens vino como arquitecto urbanista, le interesaba la morfología de las ciudades españolas, sus cascos antiguos, pero también los planes de reforma y ensanche que habían emprendido la mayoría de ellas: reformas del interior con la apertura de nuevas y grandes vías, para que corriera el aire por sus calles, y planeamientos de ensanches, ejecutados, nos dice, con arreglo al precedente de Barcelona, de la forma más prosaica y menos artística imaginable, siguiendo un esquema cuadrangular u octogonal, con las esquinas de las manzanas más o menos achaflanadas y sin ofrecer ninguna particularidad digna de atención. Este es el momento de su viaje: el comienzo de lo que podría llamarse la gran transformación.

Porque en solo unos años, los que van de la década de 1890 —con las elegías por la muerte de España, descendida ya, como la vio Joaquín Costa, al sepulcro, a la espera de un salvador que le dijera «¡levántate y anda!»— y la llegada del urbanista prusiano hasta el estallido de la Gran Guerra, las ciudades españolas decidieron arreglarse por dentro y ampliarse hacia fuera, señal de un nuevo dinamismo que impulsará en los quince años siguientes un cambio social de magnitud sin precedente. En el primer tercio del siglo la población española aumentó a un ritmo del 0,8 % anual, lo que permitió pasar, sin aporte foráneo y a pesar de la fuerte emigración al extranjero de los quince primeros años, de los l8,60 millones censados en 1900 a los 23,56 que arrojaba el censo de 1930. Fue un crecimiento moderno, sostenido en el descenso simultáneo de la natalidad y la mortalidad, que se puso de manifiesto sobre todo en la espectacular caída de la mortalidad infantil y en el notable incremento del número de mujeres que lograban alcanzar la edad de quince años, buen índice de la elevación general de la atención sanitaria y de las mejoras higiénicas introducidas en esos años.

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