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Taibo - No habrá final feliz: la serie completa de Héctor Belascoarán Shayne

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Taibo No habrá final feliz: la serie completa de Héctor Belascoarán Shayne
  • Libro:
    No habrá final feliz: la serie completa de Héctor Belascoarán Shayne
  • Autor:
  • Editor:
    HarperCollins
  • Genre:
  • Año:
    2012;2009
  • Ciudad:
    Mexico;New York;NY
  • Índice:
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No habrá final feliz: la serie completa de Héctor Belascoarán Shayne: resumen, descripción y anotación

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HÉctor BelascoarÁn Shayne es un hijo de la mÁs vibrante ciudad de este planeta, la Ciudad de MÉxico, un monstruo urbano que estÁ a caballo entre el primer y tercer mundo, donde la violencia polÍtica y social llama a la puerta con demasiada frecuencia, donde la corrupciÓn y los abusos del poder se cruzan con los absurdos de la vida cotidiana, todo ello bajo la luz mÁs maravillosa del mundo, a la que no le molesta la contaminaciÓn.

Como detective independiente, en una sociedad donde la honestidad y la curiosidad se encuentran bajo sospecha, las historias en las que se involucra van desde la accidental persecuciÓn del enemigo pÚblico nÚmero 1, que claro estÁ, es un jefe policiaco; hasta el enfrentamiento con un asesino de mujeres, pasando por la bÚsqueda del perdido pectoral de Moctezuma o de una conocida actriz de cine que desaparece en la frontera con Estados Unidos.

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No habrá final feliz: la serie completa de Héctor Belascoarán Shayne — leer online gratis el libro completo

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Tabla de contenidos NOVELAS Héroes convocados De paso Sombra de - photo 1
Tabla de contenidos

NOVELAS:

Héroes convocados
De paso
Sombra de la sombra
Retornamos como sombras
La vida misma
La bicicleta de Leonardo
Olga Forever
Cuatro manos
La lejanía del tesoro
Máscara azteca y el doctor niebla

COLECCION ES DE CUENTOS :

Solo tu sombra fatal
Doña Eustolia blandió el cuchillo cebollero

HISTORIA:

Asturias 1934
Bolshevikis
Ernesto Guevara, también conocido como el Che
Arcángeles
Pancho Villa
Tony Guiteras

PACO IGNACIO TAIBO II, narrador, periodista, historiador y fundador del género neopoliciaco en América Latina, es autor de unas cincuenta obras (novelas, colecciones de cuentos, libros de historia, reportajes y crónicas) publicadas en veinticuatro países y traducidas a una docena de lenguas. Algunas de sus novelas han sido mencionadas entre los libros del año por el New York Times, Le Monde y el Los Angeles Times . Obtuvo el Premio Planeta / Joaquín Mortiz 1992 y tres veces el premio internacional Dashiell Hammett a la mejor novela policiaca. Su biografía del Che Guevara, Ernesto Guevara, también conocido como el Che, lleva más de medio millón de ejemplares vendidos en todo el mundo y ganó en 1998 el Premio Bancarella por ser el libro del año en Italia. Taibo II es también fundador y organizador de la Semana Negra de Gijón.

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… Y las tinieblas cubrían la superficie del abismo.

— GÉNESIS

—A busado, güey, que me los pisa —le dijo al plomero, con el que compartía el despacho.

—Pues pa’qué los pone en el suelo.

—Para verlos todos, carajo.

—¿Al mismo tiempo?

—A la mierda.

—Una hermana —vaticinó impertérrito Gilberto el plomero, se ladeó la gorrita de Sherwin Williams y salió.

Héctor esperó el chasquido de la puerta y prendió un cigarrillo. Lo fumaba despacio, lleno de calma, como si el insulto le hubiera dado la dosis de paz necesaria para volver a encaminar las ideas en el riel.

Hacía frío afuera, más frío que de costumbre. En los últimos minutos, los ruidos del tránsito habían comenzado a crecer; el torrente de la jodida fiesta de humo y claxonazos, escapes aullando y semáforos en rojo: la sinfonía de las siete de la noche. Héctor caminó hacia la ventana y la cerró. Luego volvió a contemplar los periódicos desparramados ordenadamente por el suelo. Las lecturas tempranas de Hemingway lo habían convencido de que uno termina invariablemente compartiendo algo con el enemigo. Que la caza es el proceso en que la presa y el hombre se van identificando; pegando el sudor ajeno al propio, buscando una piel única que culmina con la muerte. Por eso, buscaba una y otra vez en los periódicos : una imagen, una idea, una pista, una forma. Un enemigo tangible. Pero el fantasma se diseñaba cada vez más difuso, más próximo al sueño, al encuentro accidental. Los lugares comunes se volvían un asedio que Héctor rehuía y desviaba con la paciencia del caballero medieval imbatible y bendito, rodeado de sarracenos empeñados en chingarlo.

El ruido se iba acumulando tras los cristales y desapareciendo en la noche. Después de aquel cigarrillo siguieron cuatro más. La ceniza se esparcía casi invisible formando una carretera que seguía fielmente los pasos de Héctor.

Había perdido la idea original y había pasado a ojear otras historias accidentalmente incluidas en los recortes de periódico: sociales, carteleras de cine, discursos del gobernador de Nuevo León.

—Al fin y al cabo pura nota roja —musitó Héctor y sonrió ante el desliz.

En un país donde la nota roja había trascendido de su lugar de origen a las páginas de sociales, se había escondido en la cartelera de los cines, en las páginas de deportes. En un país donde es nota roja las declaraciones del diputado, nota roja las frases del secretario de Gobernación, nota roja la boda Lanzagorreta-Suárez Reza, nota roja los comentarios del entrenador del Cruz Azul. Nota roja, incluso, los anuncios clasificados, pensó sonriendo.

—En un país como éste —pensó en voz alta, y apagó la última colilla. Buscó en la cartera un boleto del metro y se limpió las uñas con él, mientras revisaba por última vez los periódicos.

Se acomodó la pistola en la cintura evitando que la mira le lastimara los testículos y salió lentamente hacia el frío.

En el elevador se frotó los ojos desperezándose y contempló de reojo a una secretaria que prudentemente se había colocado hasta el otro extremo.

El frío de la calle lo lanzó de nuevo hacia el riel de las pequeñas ideas inútiles. Se contempló en una vidriera. Siguió caminando. Una música navideña, que salía de una tienda de discos, le resultó molesta.

Cuando estaba entrando en la boca del metro Pino Suárez, volteó inquieto como si algo lo estuviera siguiendo. Inmerso en el manantial de la gente fue impulsado por el metro (estaciones y letreros, entradas y salidas, transbordos, un café tomado al volapié en Balderas) hasta la salida Tacubaya Sur de la estación Chapultepec. El frío le pegó de nuevo en la cara y sintió cómo los engranes habían vuelto a funcionar después del aplazamiento. Fue hacia su casa dando pequeños rodeos para comprar pan en La Queretana, y leche, jamón y huevos en una pequeña tienda de abarrotes que sólo tenía como razón social visible un letrero de Orange Crush. Una mujer de ochenta años lo detuvo a media cuadra de la casa para pedirle limosna; traía un saco lleno de pan duro en la espalda, y le contó una larga historia sobre la necesidad que tenía de operarse los ojos. Héctor le sonrió y le dio todo el dinero que traía, cosa de ocho pesos. Caminó hacia el edificio de departamentos mientras recordaba la mejor explicación que su ex mujer le había dado sobre por qué se separaron: “El día en que sepas para qué me quieres, vienes y me lo dices”. Pensó, mientras esbozaba una sonrisa, mitad gesto congelado, que no era nada convincente decirle que quería acostarse con ella otra vez. Era el camino que había elegido. Subió poco a poco la escalera y entró a su casa. Cuando encendió la luz, los ojos buscaron el calendario para constatar que faltaban quince días para su cumpleaños.

Treinta y uno, ¿no?, se preguntó. Entró a la recámara cuidando de no pisar los periódicos extendidos cuidadosamente por el suelo. Cayó sobre la cama, bebió la leche directamente del envase y comió un par de bolillos con jamón, sacudió las migajas, encendió la radio; dio un par de vueltas en torno al librero. Tomó, después de pensarlo un poco, Los aventureros de Malraux, se tiró encima de la cama, leyó un par de horas y se quedó dormido. En medio de los sueños, sintió que en el riel comenzaba a moverse el tren. Se medio despertó, se sacudió un poco de la bruma y se desnudó. El sueño lo volvió a pescar cuando se metía en el lado de la cama donde las sábanas seguían heladas.

—¿Y usted, qué, no trabaja?

Había añadido nuevos recortes y los estaba observando con cariño.

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