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Emilio Mitre Fernández - La guerra en la Edad Media

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Emilio Mitre Fernández La guerra en la Edad Media

La guerra en la Edad Media: resumen, descripción y anotación

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Título original: La guerra en la Edad Media

Emilio Mitre Fernández, 1985

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

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Entrega n.º 266 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a la guerra en la Edad Media.

Emilio Mitre Fernández La guerra en la Edad Media Cuadernos Historia 16 - 266 - photo 2

Emilio Mitre Fernández

La guerra en la Edad Media

Cuadernos Historia 16 - 266

ePub r1.0

Titivillus 24.09.2022

La guerra en la Baja Edad Media

Emilio Mitre Fernández

Catedrático de Historia Medieval. Universidad Complutense. Madrid

L A expresión crisis de la Baja Edad Media es ya un lugar común dentro de la historiografía europea. Múltiples han sido los estudios acometidos desde las más diversas perspectivas: las relaciones internacionales, la vida social y económica, las actividades intelectuales, las estructuras eclesiásticas. Las conclusiones tienen siempre algo en común: la estabilidad y el relativo esplendor alcanzados por el Occidente a partir del siglo XI empiezan a quebrar en las últimas décadas del siglo XIII.

Se ha destacado que la conciencia de crisis estaba presente ya en las propias generaciones que la sufrieron. Así, en la Francia de principios del XII se hablará de los buenos tiempos del Señor San Luis para idealizar los años centrales del siglo XIII. En Cataluña, a su vez, se recodará el 1333 como lo mal any primer para definir el conjunto de desgracias que, a partir de esta fecha, se abatirán sobre la sociedad del Principado Cuando los hombres de los siglos XIV y XV claman A fame, bello et peste, libera nos, Domine! están responsabilizando al hambre, la peste y la guerra como causas de sus desgracias. Cada uno de estos factores por sí solo podía tener una limitada incidencia en las poblaciones. Sin embargo, la concatenación y recurrencia de los tres flagelos podían tener unos efectos demoledores.

Resulta extremadamente convencional presentar el Bajo Medievo como una época particularmente sacudida por los conflictos bélicos Todo el Medievo, en efecto, fue pródigo en enfrentamientos militares de los que los testimonios narramos han dejado cumplida referencia. Sin embargo, hay algo que queda fuera de duda: la mayor fuerza de los Estados, la tendencia a la constitución de ejércitos permanentes y la mayor capacidad mortífera del armamento, hicieron de la guerra un fenómeno que golpeó duramente las conciencias de las sociedades de los siglos XIV y XV. Hacia 1386, el autor francés Honoré Bovet en su Arbol de las batallas destacaba la generalidad y crueldad de las guerras del momento, diciendo que no había por entonces ningún país de la Cristiandad, por muy pequeño que fuera, que gozara de verdadera paz.

Los mentores ideológicos del Bajo Medievo heredaron muchas de las viejas pautas que justificaban ciertas modalidades de guerra o que ennoblecían las funciones de sus protagonistas.

Todas las actividades de la vida cotidiana, Muso las más sórdidas, disponían de una especie de homologación mística. La guerra, por supuesto, no se libró de este proceso mental. La vida del hombre era presentada como una especie de combate que servia de propedéutica para la otra vida. Los sacramentos y otros auxilios espirituales constituían las armas o, en su caso, las medicinas espirituales administradas por los sacerdotes, considerados como médicos de las almas.

Distintas guerras emprendidas por la Cristiandad europea eran vistas como una especie de psicomaquia. Así, San Bernardo, a principios del siglo XII en su De laude novae militae hablaba de malicidio para definir la muerte del enemigo de la fe. Un siglo más tarde, el abad y croma Pedro des Vaux de Cernay, presentaba en su Historia albigensis la lucha entre católicos y heréticos en el sur de Francia como un combate entre las fuerzas del Bien y del Mal.

Las analogías entre lo espiritual y lo militar fueron harto frecuentes, según Contamine, por dos razones: porque la omnipresencia de la guerra hacia que los oyentes comprendieran mejor estos ejemplos, y porque una larga tradición mantuvo un despiadado combate entre las cohortes celestiales y las legiones diabólicas. Tales ideas se transmitieron al Bajo Medievo con algunos autores —Berlolomé de Urbino, Juan Gerson, Bernardino de Siena— que seguían predicando la comparación entre las guerras temporales y las espirituales.

Retrato de Juan I de Castilla del Libro de los retratos de los Reyes del - photo 3

Retrato de Juan I de Castilla (del Libro de los retratos de los Reyes del Alcázar de Segovia ).

El principio de guerra justa

La defensa del recurso a las armas en ciertos casos había forjado el concepto de guerra justa en el que confluyeron elementos romanos y canónicos.

San Isidoro (Etimologías, lib XVIII, cap 1) menciona cuatro clases de guerra: justa, injusta, civil y más que civil. La primera tenía que acoplarse a alguno de estos tres principios: vengar un agravio, expulsar al invasor o ser declarada por autoridades legítimamente constituidas. Desde la primera mitad del siglo XII, la doctrina escolástica profundizó en estos esquemas. El camaldulense Graciano añadiría una cuarta circunstancia a la guerra justa: la conducción dentro de ciertos límites.

Ya en el Bajo Medievo, Juan de Legnano menciona siete clases de guerra: cuatro justas y tres injustas. Entre las primeras estaban: la guerra romana, conducida contra los infieles; la guerra judicial emprendida contra rebeldes a fin de imponer el orden; la guerra conducida por autoridad legítima para reparar injusticias; y la guerra presuntuosa emprendida por rebeldes a la autoridad de un juez; la guerra temeraria e ilícita, similar a la anterior; y la guerra voluntaria u ofensiva conducida por autoridades seculares sin permiso del príncipe.

Una sociedad como la medieval, dominada por valores y coartadas religiosas, dispuso de múltiples motivos para justificar acciones armadas cubiertas con el manto de guerra justa e incluso santa. La secularización de la vida intelectual —perceptible ya en el siglo XIII según la magistral obra de G. Lagarde— contribuyó a enriquecer el concepto de justicia de ciertas operaciones militares. Aunque se insistiese en argumentos no comprometidos con presupuestos de orden espiritual, éstos no eran ni mucho menos rechazados.

Sin duda, el discurso pronunciado por Juan I de Castilla en las cortes de Segovia de 1386 sintetiza perfectamente esta actitud. Con motivo de su enfrentamiento dinástico con Juan de Gante, duque de Lancaster, el soberano Trastámara dirá que se estaban dando todas las condiciones para que los castellanos tomaran las armas: defensa de la fe, defensa del rey legítimo, defensa de la tierra y defensa de sí mismos.

Antítesis y paliativos a la guerra: paz, tregua y arbitraje

Incluso en casos de flagrante agresión, la guerra era presentada como el recurso último para la defensa de una causa justa.

La paz, por su parte, era presentada —incluso por autores que redactaron tratados sobre las virtudes del combatiente— como un bien digno de la más alta estima. La Iglesia había creado en torno al Año Mil toda una casuística para combatir, o al menos, paliar la violencia generalizada. Fue el principio de Paz y Tregua de Dios predicadas con el ánimo de proteger de los efectos devastadores de las guerras al personal no combatiente, cosechas, animales de labor, etc. Paralelamente se trataba de limitar el número de días en que se consideraba lícito hacer uso de las armas.

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