N EONAZIS
L A SEDUCCIÓN DE LA SVÁSTICA
E N BUSCA DEL IV R EICH
¿Puede resurgir el nazismo?
A NTONIO L UIS M OYANO
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Serie: Nowtilus Frontera
Colección: Investigación Abierta
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Título de la obra: Neonazis. La seducción de la svástica.
Autor: © Antonio Luis Moyano
Editor: Santos Rodríguez
Director de la colección: Fernando Jiménez del Oso
Director editorial: David. E. Sentinella
Responsable editorial: Teresa Escarpenter
Diseño y realización de cubiertas: Carlos Peydró
Diseño de interiores: Juan Ignacio Cuesta Millán
Maquetación: Juan Ignacio Cuesta y Gloria Sánchez
Producción: Grupo ROS (www.rosmultimedia.com)
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
Editado por Ediciones Nowtilus, S.L.
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Copyright de la presente edición:
© 2004 Ediciones Nowtilus, S.L.
Doña Juana I de Castilla, 44, 3.º C, 28027 M ADRID
ISBN: 978-84-9763-138-9
Libro electrónico: primera edición
Í NDICE
De acero son los pasos,
oscuros, secretos...
retumban en la noche,
cobardes, siniestros...
Dormís en torreones de un alcázar,
intentando ser guardianes de la Nada...
presos bajo la sombra de viejos blasones,
que os impiden ver el horizonte,
pálidos de ondearse cara al sol,
‘vuestra’ lucha ya acabó...
Hijos de la svástica, marchitos vástagos desorientados:
la tierra que pisáis fue cuna de otras razas,
candil de culturas que todavía os alumbran,
que vuestras corpulentas pero débiles sombras amenazan.
Apenas os diviso, me entristezco... ¿cómo sería el mundo bajo el arco iris de un solo color?
N IEVES M OYANO
N O SON ALGO INSÓLITO EN EL PAISAJE URBANO. Suelen ir en grupo y se les distingue perfectamente, porque así ellos lo quieren. Su aspecto es más que una apariencia: son sus señas de identidad. A estas alturas, esas tres palabras, utilizadas hasta la saciedad en diferentes ámbitos, especialmente entre los nacionalistas, se han hecho de uso común, sacrificando su estricto sentido a favor de otro políticamente correcto, pero humanamente empobrecedor. Las señas de identidad son aquello que, por definición, identifican, es decir, que confieren a la persona individualidad, haciéndola diferente del resto; sin embargo, en el caso que nos ocupa, se aplican para identificar al individuo con un grupo, transfiriendo lo personal a lo grupal. Intrínsecamente y se mire por donde se mire, el sujeto que adopta de buen grado, incluso haciendo alarde de ellas, esas características que le integran en un conjunto, está expresando inconscientemente su baja autoestima, su necesidad de ampararse en la identidad del grupo ante el temor –si no el convencimiento– de que, cómo individuo, carezca de valores suficientes para ser respetado o, si quiera, ser tenido en cuenta.
Aunque pernicioso en sí mismo, este planteamiento es el que conviene a quienes detentan el poder, ya que constituye su mejor herramienta para la manipulación y en algunos casos, como en el de los nacionalismos, su única razón de ser. Al emplear el término nacionalismo como lo vengo haciendo, no tengo otro interés que el meramente descriptivo, puesto que, en sus casos extremos, como el vasco y, en menor medida, el catalán, por ceñirnos a nuestro propio ámbito, los argumentos utilizados por los “teóricos” más radicales y, pese a ello, compartidos por un sector relativamente amplio de la población, responden a los mismos métodos e intención sustentados por el nazismo en sus inicios: el desarrollo y consolidación de un grupo cuya coherencia se basa en el “hecho diferencial”, implícitamente elitista –carecería de sentido afirmar: “somos distintos al resto, pero peores”– y más inventado que real. El individuo, sabedor de su mediocridad, adquiere importancia al sentirse parte de esa pretendida elite que es racial, cultural e históricamente diferente a la de su entorno. Como, por necesario, es habitual en las sectas –en todas las formas de nacionalismo, sin excepción, alienta el sectarismo–, se busca la cohesión del grupo inculcando en sus miembros el sentimiento de que el resto de la sociedad, frustrada por no poder compartir esos “valores”, es su enemiga. De esa manera, los que, desde la normalidad, son contemplados con más sorna que respeto, se sienten superiores y envidiados. Todo es artificio, desde el fondo hasta la forma, una burda mentira racionalmente insostenible, pero ha sido y sigue siendo el más eficaz instrumento para el control y manipulación de masas.
Vencida y humillada tras la Primera Guerra Mundial, sometida a unas condiciones denigrantes impuestas por los vencedores, Alemania era terreno propicio para cualquier movimiento o proyecto político que, ante todo, contribuyese a recuperar su dignidad. Las circunstancias y la carismática personalidad de Hitler propiciaron que el Nacional Socialismo triunfase sobre el resto de propuestas que al pueblo alemán le llegaban desde las más diversas tribunas. Vistas hoy, las bases ideológicas del Nazismo resultan descabelladas, pero es evidente que no pudieron resultar más oportunas. En esta misma colección, en La estrategia de Hitler, de Pablo Jiménez Cores, el lector interesado puede encontrar descritos con milimétrica precisión todos y cada uno de los factores que fueron encadenándose para que ese partido, asentado en principios mitológicos, simbólicos y filosóficos más propios de una religión que de un proyecto político, encandilase a todo un pueblo hasta hacerle elevarse de nuevo a la categoría de primera potencia mundial. Los ideales no resuelven los problemas prácticos, pero pueden convertirse en un poderoso motor que empuje a la masa a acometer y llevar adelante las empresas más arduas e inverosímiles.
Las cosas no han cambiado, y una parte del mundo, la que podría considerarse “racional”, construida sobre bases tan pragmáticas como moralmente censurables, está sufriendo el ataque despiadado y feroz de otra fracción humana, el islamismo radical, que se mueve por emociones y fundamenta su acción en principios tanto o más inverosímiles que los que alimentaron al nazismo en sus orígenes. Las características de esta guerra sucia, que vulnera cualquiera de los más elementales principios éticos, hace ineficaces los métodos de defensa convencionales, generando entre la población una sensación de desvalimiento y de desconfianza en la capacidad de las instituciones para resolver el problema. Frente a esa contundente y estremecedora realidad, los diversos grupos extremistas, como el movimiento neonazi, hasta ahora poco más que una desagradable anécdota social, encuentran nuevos argumentos que justifican su actividad y, lo que es peor, comienzan a ser vistos con simpatía por no pocos ciudadanos.