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Alain Badiou - Heidegger. El nazismo, las mujeres, la filosofía

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Alain Badiou Heidegger. El nazismo, las mujeres, la filosofía

Heidegger. El nazismo, las mujeres, la filosofía: resumen, descripción y anotación

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¿Las convicciones políticas de un filósofo son pertinentes para juzgar su obra? En el caso de Martin Heidegger, adulado por unos y vilipendiado por otros, el interrogante se plantea con particular virulencia debido a sus convicciones nazis. A juicio de Alain Badiou y Barbara Cassin, esta polémica ha sido mal centrada y es menester aceptar la siguiente paradoja: sí, Heidegger fue un nazi común y corriente, pequeño burgués y provinciano, y sí, Heidegger es uno de los pensadores más importantes del siglo pasado. Sumergiéndose en su correspondencia, los dos filósofos examinan de manera inesperada la figura de Heidegger, su relación con la política, claro está, pero también con las mujeres: con la suya, Elfride, con la cual formó una pareja indestructible y atormentada, a la manera de Sartre y De Beauvoir, pero también con todas aquellas, en especial Hannah Arendt, de las que fue amante en el transcurso de su larga existencia.

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Las convicciones políticas de un filósofo son pertinentes para juzgar su obra - photo 1

¿Las convicciones políticas de un filósofo son pertinentes para juzgar su obra? En el caso de Martin Heidegger, adulado por unos y vilipendiado por otros, el interrogante se plantea con particular virulencia debido a sus convicciones nazis. A juicio de Alain Badiou y Barbara Cassin, esta polémica ha sido mal centrada y es menester aceptar la siguiente paradoja: sí, Heidegger fue un nazi común y corriente, pequeño burgués y provinciano, y sí, Heidegger es uno de los pensadores más importantes del siglo pasado. Sumergiéndose en su correspondencia, los dos filósofos examinan de manera inesperada la figura de Heidegger, su relación con la política, claro está, pero también con las mujeres: con la suya, Elfride, con la cual formó una pareja indestructible y atormentada, a la manera de Sartre y De Beauvoir, pero también con todas aquéllas, en especial Hannah Arendt, de las que fue amante en el transcurso de su larga existencia.

Alain Badiou Barbara Cassin Heidegger El nazismo las mujeres la filosofía - photo 2

Alain Badiou & Barbara Cassin

Heidegger. El nazismo, las mujeres, la filosofía

ePub r1.0

Titivillus 15.06.16

Título original: Heidegger. Le nazisme, les femmes, la philosophie

Alain Badiou & Barbara Cassin, 2010

Traducción: Horacio Pons

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

1 El caso Heidegger Heidegger es el objeto o el motivo muy especialmente en - photo 3

1. El «caso» Heidegger

Heidegger es el objeto o el motivo, muy especialmente en Francia, de una polémica permanente, cuyo centro de gravedad es, por supuesto, la relación que puede suponerse entre sus trabajos filosóficos, que hicieron del nombre propio «Heidegger» una referencia fundamental de todo el siglo XX intelectual, y sus compromisos ideológicos e institucionales, que al menos a comienzos de la década de 1930, e incluso hasta el fin de la guerra, acoplaron ese mismo nombre propio a la política nacionalsocialista y/o al Estado nazi, sin que el filósofo, por otra parte, haya ofrecido una explicación valiente respecto de la cuestión, cualquiera que fuese su convicción secreta, en los años posteriores.

Esta polémica se habría mantenido en un nivel elemental, como ocurrió durante mucho tiempo, si se hubiera limitado a comprobar que un filósofo, por grande que sea, puede equivocarse completamente en ámbitos en los que bien se sabe que lo real no es reducible al concepto que ese mismo filósofo propone de él. No es difícil señalar en toda la historia de la filosofía una suerte de disparatorio de las certezas falsables y los compromisos dudosos. Cuando recordamos lo que dicen Rousseau, Kant o Auguste Comte de las mujeres; Hegel y tantos otros de los africanos; Leibniz o Fichte de los alemanes; Descartes o Malebranche de la física de los sólidos; Aristóteles de los esclavos; Platón de la poesía épica o lírica, o Schopenhauer o Santo Tomás de Aquino de la sexualidad, ya no exigimos a ningún filósofo que sea presentable en todas las materias. Lo cual significa únicamente que la filosofía es una actividad singular, cuya relación inevitable con una especie de deseo enciclopédico es también el lugar privilegiado de una errancia.

La mencionada polémica también habría podido quedar circunscripta, en cierto modo, por consideraciones metapolíticas cuyo núcleo es la relación ardua entre la acción política y la categoría filosófica de verdad o de absoluto. La filosofía, en su derrotero principal, al construir su concepto de verdad como antinómico de las opiniones, no admite con facilidad que la política quiera moverse en la completa libertad de estas últimas y pretenda así sustraerse a la autoridad de lo Verdadero y, por lo tanto, a la de la propia filosofía. Esto nos conduce a la conocida observación efectuada por Hannah Arendt en 1969, en el momento mismo en que expresa públicamente su enorme admiración por Heidegger: «La inclinación a lo tiránico puede verificarse en las teorías de casi todos los grandes pensadores». Esta observación pone a Heidegger en la misma bolsa que Platón, lo cual dista, aun a juicio de Arendt, de ser una mera condena: «Tanto Platón como Heidegger, a la vez que se comprometían en los asuntos humanos, recurrían a los tiranos y los dictadores», sigue escribiendo, y estima con justa razón «escandalosos» esos recursos, pero por eso mismo ve en ellos la confirmación, por la vía negativa, de que Heidegger pertenece sin duda a la sucesión de los «grandes pensadores». Esos grandes pensadores, afirma en sustancia Hannah Arendt —a excepción de los escépticos y de Kant, ese escéptico sutilmente disfrazado—, harían mejor en abstenerse de todo compromiso «en los asuntos humanos», en los que impera no la verdad absoluta, sino el juicio, siempre relativo a la diversidad del ser-juntos. En todo caso, si a Heidegger puede declarárselo culpable de algo, no es de su retiro en el pensar y de la obra capital resultante de ello, de su «vida contemplativa», sino únicamente del hecho de haberse creído en la necesidad de envolver en cierta fraseología, en la que arriesgaba algunos de sus conceptos, su fascinación circunstancial por la acción y el poder, aunque la oportunidad de ese compromiso fuera notoriamente criminal.

Controversia local 1

—Barbara Cassin se pregunta si no habría que reemplazar aquí «circunstancial» por «esencial», dado que ningún «gran pensador» consiente en abstenerse del imposible sintagma «filosofía política». Sería menester diferenciar la idea de que «los grandes pensadores no son, y es muy lógico que así sea, presentables en todas las materias», de otra idea, que es sin duda la de Hannah Arendt, y que se expresaría así: «ningún gran pensador puede ser políticamente presentable», justamente en razón de que las categorías de la «vida contemplativa» muestran una radical inadecuación en la acción política. Para ella, las excepciones serían al menos tanto Aristóteles como Kant. ¿Esta excepción confirma la regla, o establece que hay grandes pensadores que son también grandes pensadores políticos, porque están dotados de juicio y de gusto? Se trata aquí de la misma división trazada por Aristóteles en el caso de Tales: este es sophos pero no phronimos , sabio y erudito pero no prudente, cuando arrienda todas las prensas e instaura el primer capitalismo de acaparadores… con la salvedad de que la fortuna hecha entonces por Tales sólo cobra sentido en respuesta a la risa de la criada tracia que se burló de él cuando, mientras observaba las estrellas para predecir el tiempo, el filósofo cayó en el pozo. Tales quiere mostrarle (es una epideixis , tanto una actuación como una demostración) que la meteorología, como parte de la sophia , permite acopiar trigo, a condición de que se lo quiera hacer, de lo cual el filósofo prudente y de tal modo verdaderamente sabio no se preocupa. Un hombre digno de ese nombre debe ser phronimos , para Arendt al igual que para Aristóteles. Y la sophia del pensador, cuando éste interviene en los asuntos del mundo, está como tal, y por sí sola, desprovista de prudencia y de sabiduría práctica.

—Alain Badiou admite, con Barbara Cassin, que el sintagma «filosofía política» es insostenible, pero por razones opuestas. La política, si no se puede reducir a la administración de los asuntos, es por sí misma un procedimiento de verdad, referido a las capacidades de la acción colectiva y organizada, y no tiene en tal concepto necesidad alguna de la filosofía (como tampoco la necesitan, por ejemplo, la física nuclear, la abstracción lírica o la poesía amorosa preislámica). La relación de la filosofía con la política no conduce de ninguna manera a una «filosofía política», sino a una renovación —bajo la condición de la existencia (siempre problemática, y en todo caso poco frecuente) de secuencias políticas— de ciertos conceptos filosóficos, sobre todo de los que gravitan en torno a la relación entre «verdad» y «multiplicidad», en la mediación de la existencia de un Sujeto colectivo. Y no se trata en absoluto de «juicio» o de «gusto», así como, por lo demás, tampoco se trata de ello en la política propiamente dicha, que supone protocolos de decisión y de organización cuyo personaje principal no es, por cierto, el espectador, sino el militante. Que el filósofo, cuando se «mezcla en los asuntos del mundo», al decir de Hannah Arendt, sea como todo el mundo, es un hecho irrefutable. ¿A un filósofo que habla de poesía se le pide que sea un buen poeta, o acaso, si habla de matemática, que sea un matemático de primer orden? El compromiso propiamente político de Heidegger, si se lo juzga en función de lo que es su filosofía, fue pues «circunstancial». Para la propia Arendt, señalémoslo, ese tipo de compromiso sigue siendo esencialmente distinto del «retiro» en el que se meditan los conceptos filosóficos. Tratándose de Heidegger; se comprueba, además, que los elementos constituyentes de su filosofía fundamental existen mucho antes de su militancia nazi y, por ende, no pueden deducirse de esta de manera «esencial». El tratamiento que Kant o Aristóteles dan a la política es, por desdicha para ellos, mucho más próximo a una «filosofía política», pragmática, respetable, inesencial en sustancia, y reducida por impotencia al solo «juicio», en cuanto está centrada en la idea narcisista de «lo bueno es la clase media», una clase que jamás dispone de una capacidad política autónoma. Muy otra es la visión filosófica (a secas) que organiza la relación retroactiva con la política de Platón, cuya única inquietud es perfeccionar su concepto de la Idea; de Hegel, en busca de una dialéctica de la totalidad, o de Heidegger, que reconstruye filosóficamente la Historia, incluida la historia de las políticas, como el historial del ser.

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