Sergio Marras nace en Santiago en 1950. En 1969 funda el grupo interdisciplinario Sexta Experiencia. Los años 1973 y 1974 termina sus estudios de Sociólogo y Periodista en la Universidad Católica de Chile. Entre 1975 y 1978 reside en España, donde se desempeña como redactor y fotógrafo de importantes publicaciones españolas y corresponsal de revista HOY de Chile. Como reportero recorre la India, Nepal, Tailandia, Marruecos, Argelia y Portugal. En 1980 realiza su exposición fotográfica MUJERES.
El mismo año trabaja como free lancer para varias revistas chilenas, haciendo reportajes en Nicaragua, Belice, Guatemala, México y los Estados Unidos. En 1981 publica su obra gráfica textual EL DIARIO BRUJO, la que es presentada junto a su exposición fotográfica LOS BRUJOS AMANECIERON TARDE ESE DIA DE SOL. En 1984 se estrena su obra de teatro MACIAS y el mismo año es publicada como libro. PORTADA: Cementerio General, SantiagoChile, 1971 / De Guatapiques, 1983.CONTRAPORTADA: Santiago, 1971 / Inédito, 1986
hacer brotar un mundo de la nada pero no por razones de peso por fregar solamente —por joder
La Habana, Cuba 1985/ De Pasatiempos, Hojas de Parra. 1985. Fragmentos, esquirlas, pedazos: Los heridos se levantan cubriéndose, se reúnen, sobre la plaza dibujan una figura, más bien eran miles de banderas, no, es una nube, no, es en realidad soneto lleno de cruces, en verdad es una bandera llena de cruces, no, son miles de caras llenas de cruces: es un soneto, allí está la muerte —dice. ✝ Así estalla la bomba de la realidad.
Estos son los Fotopoemas, fotos + poemas que Sergio Marras nos muestra ahora en un orden nuevo que pareciera querer decirnos que un átomo, una cápsula de vida es más devastadora, más profunda y más fuerte también que todos los pensamientos del mundo, que todos los poemas del mundo, que todos los sueños del mundo. En estos pedazos, fragmentos, heridas de un libro mayor nunca terminado, los textos de Parra nos devuelven la realidad, sus trozos derrumban todo y lo arman todo de nuevo pero en una forma distinta aquí si nos reímos lloramos y si lloramos nos estamos riendo. El que se ríe de las cosas de este mundo en el fondo se apiada de ellas, les da su matiz más puro e inocente, las transforma en objeto casi santos. Ahora estos fragmentos de escrituras, de poemas se reúnen con otros fragmentos, también pedazos capturados de un universo terrible, desértico y cómico a la vez. Son fotografías. Nicanor Parra, poeta, poeta anti y ecopoeta y Sergio Marras se reúnen en pedazos, sus trozos se combinan para devolvernos a cambio una realidad, una idea de la realidad que contiene —ni más ni menos— que la posibilidad de acabar con lo que entendemos por mundo.
Este mundo que se levanta cada segundo desde su propia tumba y se nos muestra aquí, en los fotopoemas; que son un catafalco de este mundo, que son un vendaje de este mundo, que son un juego, que son como la ruleta rusa de este mundo. De este mundo que es tremendo, que es una locura, que es un exceso y que aquí lo vemos, sin máscaras, precisamente como eso como una locura, como algo muy tremendo, como un exceso que soportamos, porque después de todo “no hay límites para la melancolía humana”. No hay límite para esas pequeñas hordas de tristeza, de perplejidad y de vacío que nos asaltan cada día, cada semana, cada minuto. Esto es, estos fotopoemas somos nosotros, esto hemos construido. Nos miramos aquí y ellos nos devuelven nuestra imagen que no es otra cosa que la imagen del mundo que miramos. Nos reímos de pie frente a los desiertos de las ciudades, nos reímos frente a los cerros que nos acosan.
Nos reímos, porque palabras más, palabras menos, es todo tan creíblemente increíble. Apenas después, tal ve un poco, repuestos nos levantemos desde estas fotografías y construyamos un amor distinto. Quizás, y entonces sobre esta especie de evangelios sin redención, sin salvación, sin resurrección, alguien, quizás quién, le devuelva a ellos sus bienaventuranzas. Raúl Zurita Long Beach, octubre 1986 Vivir las cosas de a una es tragedia del ser humano. El concepto de límite nos acongoja desde que se nos pasa por la cabeza: más temprano que tarde, intentar realizar todas las vidas posibles. ¿Cómo no va a ser hermoso tener todas las mujeres, escribir todos los libros, viajar todos los viajes, criar todos los hijos, desarrollar todos los instantes; o estar en todos los tiempos y en todos los espacios, como el Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo o como tantos otros próceres celestiales? Desgraciadamente nos movemos con un solo mazo de naipes que nos raya más o menos una cancha y cada carta nos significa también sólo una posibilidad para jugar, por más amplias que sean nuestras habilidades o importantes nuestros conocimientos.
Cada carta la alimentamos, le sacamos brillo, y por supuesto nuestro problema consiste en largarla en el momento preciso. (A lo más el destino nos permite manejar algunas debajo de la manga). Pero una vez acabado el naipe nadie nos invitará a jugar de nuevo. Esta condición nos hace ser tipos únicos y patéticos. Este libro se iba a llamar Las Cartas del Naipe. La idea de jugar con Parra, usando cada uno su mazo, no es fácil, ya que nuestros arsenales son de una naturaleza muy distinta.
El suyo: cartas textuales capaces de retorcerle la nariz a la realidad hasta hacerla sangrar. El mío: visiones fracturadas, colecciones de acuchillamientos más o menos planificados de realidades poco manipulables, tomadas en espacios y tiempos concretos. Los riesgos son considerables, pues no se trata de ilustrar poesía, como lo han hecho legítimas obras de otros fotógrafos. Tampoco de fijarle un sentido a mis fragmentos visuales. Se trata más bien de fusionar dos naturalezas para provocar, a sabiendas, resultados impredecibles. A partir de esto se instalan estos Fotopoemas (bautizaos así por Parra).
Walter Benjamin pensaba que un subtítulo correcto bajo una imagen podía rescatarla de la “rapiña del amaneramiento y conferirle un valor de uso revolucionario”, ¿Por qué no pensar también que una imagen “correcta” sobre o bajo un texto podría también rescatarlo de algunas otras rapiñas y lanzarlo al espacio a correr desbocado? Si Mallarmé en el siglo pasado dijo que todo existía para culminar en un libro, si Susan Sontag afirmó hace quince años que Mallarmé había quedado obsoleto porque todo existía para culminar en una fotografía, ¿por qué no postular pretenciosamente que hoy todo existe para culminar en fotopoemas? Sobre todo después de verificar en revistas y periódicos el carácter impredecible de mensajes que no son simples metáforas ya que sus complicaciones nos afectan directamente y hay veces que hasta nos cuestan la vida. La propia Sontag afirmó en 1970 que tener una fotografía de Shakespeare equivaldría a tener un clavo de la cruz. Hoy, para lograr la misma equivalencia, de Shakespeare habría que tener una foto en el diario con su respectiva lectura. Por ejemplo, que alguien le metió cinco tiros en la cabeza o que le quitaron el Premio Nacional de Teatro. Vivimos un mundo comunicacional que ha desechado la metáfora definitivamente para sumergirse en la metonimia, en aquel mundo donde los significados no se valen de significantes separados para manifestarse sino que ellos mismos salen a la calle representándose, asumiendo todas las consecuencias. La imagen como metáfora ha pasado a ser retórica.
Hoy, con su nuevo carácter de ser parte inseparable de la realidad, simplemente nos embala. En 1925, el fotógrafo y ensayista norteamericano Lásló Moholy Nagy escribió “la higiene de lo óptico, la salud de lo visible, se está infiltrando lentamente”. Hoy, en 1986, lo puramente óptico ya no nos sirve. Más bien nos tiene hasta las recachas, para usar un término posmoderno, ya que no sólo nos ha infiltrado sino que nos ha transformado a tal punto que nosotros “los modernos” ya no somos sino en la medida en que nos fotografían y nos ponen en el diario “Aparecer” ha pasado a ser prueba de estar vivo, al revés de los antiguos y de algunas culturas hoy día marginales, a quienes les parece que cualquier registro visual de sus personas les quita parte de su alma. Por lo tanto nada más recomendable que recuperar la limpieza de lo textual, la salud de su invisibilidad, para endilgárselas a la imagen, para que ésta se eche a trotar por campos minados por textos, para que, al tropezar, sus patas fotográficas provoquen las explosiones más terroristas de la Tierra. De ahí también nuestro interés por estos fotopoemas.