No leáis historia; sólo biografía, porque eso es vida sin teoría.
Agradecimientos
Llevo pensando en este libro más de una década. En 1999, la revista Time publicó un artículo de portada titulado «El comité que ha de salvar al mundo». La portada mostraba a tres hombres: Alan Greenspan, presidente de la junta de la Reserva Federal; Robert Rubin, entonces secretario del Tesoro, y Larry Summers, en aquel momento subsecretario del Tesoro. El artículo describía lo cerca que había estado el mundo del desplome económico en 1997 y 1998 —las grandes economías asiáticas de Corea, Tailandia e Indonesia habían suspendido el pago de cientos de miles de millones de dólares de deuda, las monedas asiáticas se habían desplomado respecto al dólar, Rusia no había podido hacer frente a su deuda interna y el fondo de cobertura Long-Term Capital Management había perdido 4.000 millones de dólares del capital de sus inversores, poniendo en peligro la estabilidad de todo el sistema financiero de Estados Unidos—. Los tres «héroes economistas», como los denominaba la revista Time, lograron evitar el desastre actuando de manera rápida y agresiva, destinando miles de millones de dólares procedentes de fondos públicos a contener un pánico de proporciones no experimentadas desde la década de los treinta.
Cuando la crisis de 1997 y 1998 llegaba a su fin, yo era gestor profesional de inversiones. Tratando de entender las causas y el papel de los banqueros centrales en la depresión económica, empecé a leer sobre la historia de trastornos pasados, especialmente sobre la mayor crisis financiera de todas, la que empezó en 1929 y condujo a la Gran Depresión. Descubrí que, en la década de los veinte, hubo otro grupo de altos funcionarios financieros, calificado por la prensa como «el club más exclusivo del mundo», que, en su día, también trató de gestionar el sistema financiero internacional. Sin embargo, en lugar de evitar una catástrofe y salvar al mundo, el comité de los años veinte del siglo pasado acabó presidiendo el mayor desplome económico mundial jamás visto. Este libro es el resultado de ese trabajo de investigación.
Strobe Talbott y Brooke Shearer son a quienes más les debo. Desde que empecé a trabajar seriamente en el libro en 2004, han sido mentores, promotores, consejeros y editores, leyendo concienzudamente y comentando los sucesivos borradores. Asimismo tengo una deuda enorme con Timothy Dickinson, quien también leyó y comentó los diferentes borradores. Con sus asombrosos conocimientos históricos y su prodigiosa memoria para los hechos, citas y anécdotas, me ha ayudado a entender mucho mejor el contexto social y político en que tuvieron lugar los acontecimientos aquí descritos.
Me gustaría mostrar mi agradecimiento también a todos aquellos que me han ayudado de diferentes maneras en la investigación y la redacción de este libro: David Hensler, Peter Bergen y Michael D’Amato, a los que recluté forzosamente para leer varios capítulos del mismo; Derek Leebaert, que me guió por los caminos principales y secundarios al embarcarme en esta aventura; Lily Sykes, que fue muy creativa a la hora de localizar documentos y recortes de periódicos antiguos en archivos de Francia y Alemania; Felix Koch, que colaboró en las traducciones del alemán; Sarah Millard, Hayley Wilding y Ben White en el Banco de Inglaterra, Joseph Komljenovich y Marja Vitti en el Banco de la Reserva Federal de Nueva York y Fabrice Reuzé en la Banque de France por ayudarme rastreando cartas, documentos y fotografías de sus colecciones; y Reva Narula y Jane Cavolina por organizar las notas a pie de página tan eficientemente. Además, quiero dar las gracias a los amigos que me han escuchado tan pacientemente hablar sobre este libro y me han brindado su apoyo y su ánimo.
Me gustaría también expresar mi agradecimiento a Peregrine Worsthorne, por pasar conmigo una tarde compartiendo los recuerdos de su padrastro, Montagu Norman.
A lo largo de los años, incluidos los transcurridos durante la documentación de este libro, toda mi familia y yo mismo nos hemos beneficiado de la generosidad de Richard y Oonagh Wohanka, que nos han abierto las puertas de sus casas de Londres, París y, la más inspiradora de todas, la de Cap d’Antibes, que hace una inesperada pero importante aparición en este libro. Otro lugar del sur de Francia, Cap Ferrat, aparece en la historia. Por ello, resulta adecuado dar las gracias a Maryam y Vahid Allaghband. Pocas semanas fueron tan productivas como la que pasé trabajando en la terraza con vistas al Mediterráneo de su villa de Cap Ferrat.
Descubrí que ser escritor puede ser un trabajo solitario. Por tanto, estoy muy agradecido a todos aquellos que me proporcionaron una excusa para escapar periódicamente del detallado estudio de viejas biografías y artículos periodísticos de la década de los veinte. Quiero dar las gracias especialmente a mis colegas de The Rock Creek Group, Afsaneh Beschloss y Sudhir Krishnamurthy, y a Siddarth Sudhir y Nick Rohatyn de The Rohatyn Group por permitirme al menos mantener un pie en el mundo de las inversiones.
Tuve la suerte de convencer a David Kuhn para que me aceptase como cliente. No solamente ha sido mi agente, sino que ha contribuido más que nadie a dar forma a lo que en aquel momento no era más que la semilla de una idea. También me gustaría dar las gracias a Billy Kingsland.
Además, he tenido la ventaja de trabajar con dos grandes editores de Penguin. Scott Moyers me ofreció sus agudos comentarios y su dirección durante la primera fase y Vanessa Mobley me ayudó a dar la forma final al libro. Asimismo tengo que dar las gracias a Ann Godoff por apostar por un escritor desconocido y no consagrado. Susan Johnson hizo un trabajo espectacular revisando el estilo mientras todo el equipo de Penguin, especialmente Nicole Hughes y Beena Kamlani, guiaban el libro a través del proceso de producción con gran eficiencia.
Por último, me gustaría dar las gracias a mi familia. Mi compañero permanente mientras escribía ha sido nuestro perro Scout , que se apropió del sillón de mi estudio. Mis dos hijas, Shabnam y Tara, ya han abandonado el nido, pero, desde la distancia, me han seguido la corriente —y animado— en mi intento por pasar de gestor de inversiones a escritor. Nadie ha abanderado más ese cambio que mi querida esposa, Meena. Durante treinta años ha sido mi ancla. Este libro está dedicado a ella.