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PARA LAURA Y MARIONA EN MENDOZA Y BARCELONA: IMBORRABLES RECUERDOS, INOLVIDABLES MEMORIAS, IMPOSIBLES OLVIDOS.
PREÁMBULO
1997-2017, AUGE Y CAÍDA DE LA DEUDA EN ESPAÑA
El texto que el lector tiene en sus manos pretende sintetizar la dinámica de la economía española de la última década, sus problemas y los retos generados en la crisis y la recuperación. No ha sido fácil elaborar una narrativa que permita evaluar este complejo período. Y ello porque debía combinar, necesariamente, análisis económico riguroso con el estudio de las interacciones entre política y economía en España y entre la española y la comunitaria. Además, aderezado con la necesaria información estadística. Porque, en la generación de nuestros problemas de endeudamiento, su devenir en la crisis y la situación actual, es obligado ser prolijo en el detalle de sus magnitudes. Y, por descontado, su lectura debería ser atractiva.
Aunque esta haya sido la pretensión, no es evidente que se haya conseguido. Y no solo por la ambición de esas razones. Sino porque componer una visión sinóptica de las causas, consecuencias y resultados de esos extraordinarios diez últimos años no es simple. En particular, porque la tesis que aquí se defiende va a contracorriente del consenso dominante en España. Según este, y tras el choque de Lehman Brothers, ya que no podíamos impulsar en solitario la demanda, su empuje debería haber correspondido a la eurozona, o al conjunto de la Unión Europea (UE). Es una opinión que, lógicamente, entiendo e incluso comparto. El problema radica en que se basa en una percepción irreal, deseable pero utópica, del proyecto europeo y, en concreto, de su situación en 2008-2013. Por tanto, en el caso de poder obtener solidaridad europea, esta se condicionaría a la resolución de los problemas de competitividad y de deuda acumulados.
Con este marco conceptual, el corolario inevitable indicaba que España debía afrontar ineluctablemente, con todas las penalidades que ello comportaba, la corrección de sus desequilibrios de endeudamiento, hipertrofia de sectores poco productivos, pérdidas de competitividad y elevados déficit y deuda exteriores. Y no había un atajo para solucionar esos problemas. Por esta razón, la historia que aquí se analiza parte de esa inevitabilidad. Y su narración se concentra en la generación y la parcial posterior reversión de los desequilibrios de competitividad y de deuda.
Aunque se ha pretendido simplicidad, es una historia compleja. Y lo es por, al menos, algunas de las siguientes razones. Primero, porque los cambios exteriores han tenido un carácter fuera de lo común. Por ejemplo, y solo por citar algunos, nos impactaron severamente el choque de Lehman Brothers, los debates fiscales y monetarios en Estados Unidos, el colapso de Grecia, Portugal e Irlanda en 2010-2011, la crisis de la deuda soberana en 2011-2012 y la recesión en 2012-2013 del área del euro, los profundos cambios en el mapa político español y europeo, los conflictos geopolíticos en el este de Europa y las vertientes sur y este del Mediterráneo. Y todos ellos operando sobre un marco especialmente lábil, definido por las importantes transformaciones provocadas por la globalización, la creciente interrelación financiera y el acelerado cambio técnico.
Segundo, porque nuestra dinámica económica no puede comprenderse al margen de la del área del euro ni de la dinámica y la política de las instituciones que la gobiernan. Y ahí, las modificaciones en la gobernanza de la UE, en el papel del Banco Central Europeo (BCE), en los mecanismos de control o en los de ayuda mutua han sido, también, excepcionales.
Tercero, por el amplio catálogo de desequilibrios que deberían ser objeto de consideración. Es imposible comprender lo sucedido sin evaluar el punto de partida, y los registros finales, de variables muy relevantes. Por ejemplo, en toda esta historia son críticas, entre otras y solo por citar algunas, la dinámica del crédito y la mora, precios de la vivienda, mercado de trabajo, confianza, tipos de interés, primas de riesgo, flujos migratorios, saldo exterior, finanzas públicas o pobreza y desigualdad. Y, en particular, es imposible entenderlo sin tener un diagnóstico claro del porqué se acumuló una deuda interna y exterior tan elevada.
Cuarto, por la cantidad y diversidad de normas desplegadas por los gobiernos españoles para hacer frente a los distintos choques, una respuesta condicionada por procesos electorales, tensiones sociales (desempleo, desahucios, reducción salarial, caída de expectativas, desigualdad, por ejemplo), cambios políticos de calado (movimiento 15-M, corrupción, erosión del sistema de partidos o independentismo catalán, entre otros) o exigencias de la Comisión Europea (CE), el BCE o el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Quinto, por el constante conflicto entre los deseos gubernamentales de abordar la crisis con reformas poco traumáticas y las duras demandas comunitarias y de los organismos internacionales. Los gobiernos tienden al mantenimiento del statu quo, bien por convicción o bien por su parcial captura por intereses específicos y, por ello, la presión para realizar ajustes y reformas ha procedido del BCE, la CE o el FMI, como condición previa para obtener la ayuda que España necesitaba. Además, no se puede olvidar el carácter sistémico que España tenía para el sistema financiero de la eurozona y sobre otras partes de la economía global. Sin esta consideración, es imposible comprender los recortes y reformas implementados y, en concreto, lo acaecido en los duros años de 2011-2012.
Finalmente, porque en esta historia había de incluirse, siquiera fuera someramente, la década 1997-2007. Porque fue en ella en la que se construyeron las interacciones financieras que dotaron a España de ese carácter sistémico, al tiempo que se generaban los nefastos desequilibrios que, en la década siguiente, se manifestaron en forma de profunda crisis. De hecho, la historia de esta década de 2008-2017, en gran parte perdida, es la imagen especular de los excesos de aquellos aparentemente prodigiosos años, los de 1997-2007.
Lo sucedido en España de 2008 a 2013 no puede tener otro calificativo que el de catastrófico. La pérdida de empleo, la destrucción de tejido productivo, el aumento de la pobreza y de su peor secuela (la infantil), la inevitable devaluación salarial o la dureza de las reformas que exigía la recuperación de la confianza internacional, dibujan un panorama de ajustes desconocido en los últimos cincuenta años. Y cualquier comparación histórica avala esta percepción: por ejemplo, la pérdida de empleo entre el tercer trimestre de 2007 y el primero de 2014 fue de un insólito −18,4 %, mucho más intensa que el −14,3% de la crisis de 1974-1985 o el −6,7% de 1991-1994.
Para un análisis como el que aquí se presenta, son posibles diversas aproximaciones. En particular, un estudio más pormenorizado exigiría tratar con mayor profundidad aspectos relevantes que solo aparecen marginalmente. Ello es especialmente cierto, entre otros, para la crisis bancaria, sus costes y sus efectos; pero también lo es para las modificaciones en la balanza de pagos, en la dinámica salarial y en la de la productividad, tan críticas para entender los cambios operados en el sector exterior; igualmente, deberían ser objeto de atención las modificaciones demográficas, con la reversión de parte del proceso inmigratorio a partir de 2010, la caída en la creación de nuevos hogares o la creciente pérdida de población; o los dramáticos cambios operados en el mercado de trabajo o en las finanzas públicas. A esta relación podrían añadirse otros aspectos igual de sustantivos. Porque, en una historia como esta, todos son relevantes.