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Francisco Cruz - García Luna, el señor de la muerte

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Francisco Cruz García Luna, el señor de la muerte
  • Libro:
    García Luna, el señor de la muerte
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    LIBRANDA PLANETA
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  • Año:
    2020
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García Luna, el señor de la muerte: resumen, descripción y anotación

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ÍNDICE Cómo quería Genaro García Luna que los gringos no lo encarcelaran - photo 1


ÍNDICE

¿Cómo quería Genaro García Luna que los gringos no lo encarcelaran, si se les fue a entregar? Tentar a la suerte es peligroso. Y aunque solía ser adicto a la adrenalina y a las emociones fuertes, su rostro desconcertado está muy lejos de aquel funcionario que parecía no inmutarse ante ninguna acusación, ni siquiera cuando el diputado federal Gerardo Fernández Noroña, con pruebas en mano y en plena comparecencia, de frente y mirándolo a los ojos, lo llamó asesino.

Decir que sorprende todo de cuanto se le acusa sería una completa mentira. Tal vez habrá quienes no sabían su nombre y su origen, pero era bien conocido el terror, la angustia y la extrema violencia a la que llevó al país. De poco le sirvió la careta de superhéroe que se afanaba en promocionar en los medios convencionales para defender una estrategia de seguridad que estaba convirtiendo a México en un cementerio, que pretendía hacer creer que los asesinatos y las desapariciones forzadas eran daños colaterales.

Hoy en día, el nombre del entonces secretario de Seguridad remite a una prueba fehaciente de la corrupción y podredumbre que ha imperado en el sistema político mexicano por más de 70 años. Se puede decir que el presente nos da la razón a quienes desde nuestra trinchera de periodistas nos hemos atrevido a denunciar a expensas del peligro que siempre ha representado decir la verdad. Con dolor, algunos hemos vivido para contarla y honrar a los compañeros que fueron víctimas del autoritarismo y la represión.

Desde mediados de 2010, cuando preparaba Las concesiones del poder, el tráfico de influencias que ha marcado el sexenio —publicado en junio de 2011—, tenía la impresión de que Genaro era un tipo de cuidado, no solo por el cargo que ostentaba, sino porque Calderón ya había dejado en claro que este se encargaría de hacer realidad sus sueños bélicos.

Como periodista independiente puedo asegurar que cuando se dice que no hay amenaza que silencie a la verdad, no se trata de una concepción idílica o romántica del periodismo, se refiere a una forma de defender principios y convicciones. Pero hay temas que lo persiguen a uno y este sobre García Luna me inquietaba. Hay una gran cantidad de investigaciones que lo muestran como un hombre poderoso ligado al narcotráfico. Aun así, mi inquietud me exigía ir más allá: reconstruir los orígenes de García Luna, adentrarme en historias y testimonios poco conocidos que me servirían para entender muchos porqués.

Un personaje que había llegado aparentemente de la nada y se había incrustado en el poder presidencial por obra y gracia del destino, en definitiva, no tenía sentido. Muchas preguntas quedaban en el aire: ¿de dónde había salido? ¿Cómo había llegado al Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen)? ¿En dónde había nacido y crecido? ¿Quiénes habían sido sus padres y de dónde eran originarios? ¿Cómo había crecido?

Buscando respuestas me adentré en la Romero Rubio, un barrio que conozco bien porque me vio nacer y vivir mi primera niñez en las calles de Jericó y Jerusalén, para buscar recuerdos no sobre mi persona sino sobre García Luna. Los testimonios de algunos habitantes de allí no dejaron de sorprenderme y muchos dieron sustento a esta investigación. Por ejemplo, una mujer, quien fuera su vecina, recuerda que los García Luna llegaron en la pobreza absoluta a la Ciudad de México huyendo de Michoacán en la década de 1960. De Genaro opina que siempre fue «un maldito», desde pequeño, por sobradas razones.

Tan clandestina y extraña fue la llegada de sus padres, Juan Nicolás García y Consuelo Chelito Luna, a la Ciudad de México que hasta un año después del nacimiento se presentaron a la oficialía del Registro Civil para dar constancia del nacimiento del hijo que llevaría por nombre Genaro García Luna; al que en la secundaria conocerían como el Chango, una variante para evitar el de Gorila, por rencoroso y cruel.

¿Quiénes más —me preguntaba— podían conocerlo y quiénes hablar sobre el desconocido y tenebroso García Luna sino aquellos que estuvieron cerca o trabajaron con él? A algunos de aquellos exagentes los había conocido como agentes federales en activo cuando en 2005 y 2006 preparaba mi primer libro, El Cártel de Juárez. Uno de ellos es Tomás Borges, seudónimo bajo el que ha escrito títulos como Maquiavelo para narcos , quien estuvo bajo las órdenes de García Luna en las dos corporaciones donde trabajó.

Con su ayuda y la de otros exagentes de inteligencia de la Policía Federal tuve acceso al acta de nacimiento de Genaro, pero también a copias de la primera averiguación previa, de diciembre de 1987 —numeral 1ª/9455/987, que levantó un comerciante del mercado de la colonia Romero Rubio en la Delegación Venustiano Carranza—, en la que se involucraba a Genaro García Luna como cabecilla de una banda de asaltantes especialistas en el robo a casa habitación. Otra mujer me llevó de la mano hasta precisar que en la banda estaba incrustado Antonio Chávez, un michoacano a quien apodaban el Soldado o el Moco , que era cuñado de García Luna.

Con los documentos en la mano, las historias empezaron a fluir. Luego se sumaron otras bien guardadas de exagentes del Servicio Secreto de la Ciudad de México y exagentes de la desaparecida, pero siempre temible, División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia ( DIPD ) que sirvió de plataforma para impulsar la carrera del informante, oreja y joven delator Genaro García Luna.

Aquella averiguación previa que había quedado sepultada por más de tres décadas en los archivos muertos tenía la intensidad de una granada a punto de detonar. Ahí, el Chango aparecía como presunto delincuente, pero, amenazado de muerte por los mafiosos exagentes del Servicio Secreto, el agente del Ministerio Público «aceptó» borrar, aunque no pudo eliminar el nombre de Antonio Chávez, el cuñado, ni que este, después del robo, se refugió en la vivienda de su esposa, es decir, en la casa de los García Luna, protegido abiertamente por Juan Nicolás García.

Otro exagente se encargó de ilustrarme sobre cómo, el primero de diciembre de 2006, García Luna, al mando de un contingente de la Marina Armada de México, tomó por asalto el Palacio Legislativo para que Felipe Calderón pudiera, después de entrar por la puerta de atrás, colocarse por sí solo la banda presidencial y juramentarse como sustituto del pintoresco e incapaz Vicente Fox.

Para esos tiempos, García Luna ya era todo un personaje. La protección de Vicente Fox y la amistad de complicidad con la entonces primera dama Marta Sahagún le habían otorgado impunidad. Sus excesos, las sospechas que lo cercaban en una telaraña de complicidades con capos de los mayores cárteles de la droga y la corrupción eran temas importantes para la prensa tradicional que solía obtener, además de cuantiosas ganancias, información «confidencial» y «exclusiva» que era usada a conveniencia.

Era, a pesar de su fama, un funcionario desconocido, nervioso, compulsivo, tartamudo, ambiguo, misterioso y manipulador que escribía uno de los episodios más trágicos y sangrientos de la historia contemporánea de México. Desde 2006 Genaro se había convertido, al lado del presidente Calderón, en un manipulador sangriento. Un gran conspirador. Un showman , artista de múltiples rostros, que parecía disfrutar de la maldad, custodiado celosamente por una guardia pretoriana personal formada por la élite directiva de la Policía Federal. Y, desde luego, desde el despacho presidencial.

Bajo el manto protector y cómplice de Vicente y Martita, Genaro, la Metralla, como lo conocían sus subordinados por su forma de hablar, había escondido sus traumas, cubierto o tapado cuidadosamente las huellas de su pasado e iniciado el camino que lo llevaría hasta alcanzar el poder absoluto en el gobierno de Felipe Calderón y Margarita Zavala.

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