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Francisco García Alonso S. J. - Mis dos meses de prisión en Málaga

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Francisco García Alonso S. J. Mis dos meses de prisión en Málaga

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A las familias de los heroicos marinos muertos en Málaga por Dios y por - photo 1

A las familias de los heroicos marinos muertos en Málaga, por Dios y por España.

EPÍLOGO

Cayeron estos héroes, victimas del furor marxista. Yo veo en la muerte de este puñado de valientes, la refutación más rotunda del marxismo, la prueba palmaria de la falsedad de esas doctrinas disolventes que tantos corazones han envenenado. La base y eje del marxismo es el materialismo histórico. La muerte de estos hombres está sobresaturada de un espiritualismo sobrenatural. Hay algo más que la materia, hay algo más que el placer grosero de los sentidos, el hombre es algo más que un mamífero vertebrado. Hay alma que se siente satisfecha ante el deber cumplido, aun al borde del sepulcro. Hay un Dios que escudriña las conciencias y remunera a cada cual según sus obras. La misma historia humana, es con frecuencia parcial y partidista, la historia es femenina, y por ende, a veces caprichosa. Solo Dios penetra en los repliegues del corazón y ve las intenciones. Hay otra vida ultraterrena y celestial, que se compra con el sacrificio de la vida presente ante el deber.

La Religión no es el opio del pueblo. Vuestra impiedad, marxistas, sí que es el opio del hombre, pues que adormece lo que especifica al hombre: entendimiento y corazón, ideales y sentimientos, no quedando más que la fiera con instintos sanguinarios. Nuestra Religión no es opio, es toda dinamismo y vitalidad. Dirige nuestros pasos según las normas de Aquel que es Verdad y Camino, para encontrarnos al fin de la jornada con Él, que es además la Vida: con Jesucristo.

Cádiz 25 de Octubre, festividad de Cristo Rey, año 1936.

Título original: Mis dos meses de prisión en Málaga

Francisco García Alonso S. J., 1936

Editor digital: lgonzalezp

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Esta breve crónica escrita por el sacerdote jesuita Francisco García Alonso se - photo 2

Esta breve crónica escrita por el sacerdote jesuita Francisco García Alonso, se refiere a lo vivido por él en la prisión de Málaga, durante los dos meses que estuvo prisionero en ella, al principio de la guerra civil española de 1936-1939. Entre otros presos se encontraban allí 11 jefes y oficiales de la Armada española, detenidos por las dotaciones de sus barcos respectivos, sublevadas a favor del gobierno republicano. Todos estos oficiales fueron vilmente asesinados en la cárcel, a diferencia de otros compañeros suyos, que lo fueron en los mismos buques de guerra y sus cuerpos tirados al mar.

Durante la estancia en la cárcel de este sacerdote, llegaron a ella 29 jefes y oficiales más, procedentes del buque-prisión Sister atracado en el puerto de Málaga. El motivo de su detención fue el mismo que el de los 11 anteriores. De estos 29, en los mismos dos meses, 19 de ellos fueron asesinados en la cárcel. Es decir, en los dos meses que duró su prisión, vio asesinar a 30 jefes y oficiales de la Armada española.

Escrita con el estilo propio de la época, esta crónica refleja, naturalmente desde uno de los lados en lucha, la crueldad de la guerra civil española.

Arriba D Fernando Barreto y D Fernando Bastarreche Comandantes del Churruca - photo 3

Arriba: D. Fernando Barreto y D. Fernando Bastarreche, Comandantes del Churruca y del Sánchez Barcáiztegui.

Abajo: D. Fernando Bustillo y D. Rafael Cervera, Segundos de a bordo.

En el óvalo: D. Juan de Araoz, Alférez de Navío (en traje de Guardia Marina).

MIS DOS MESES DE PRISIÓN EN MÁLAGA

En la tarde del 16 de Julio, empezaba a platicar los Ejercicios a unos treinta y tres sacerdotes, reunidos en el hermoso edificio del Seminario de Málaga. Eran mis oyentes profesores de dicho Seminario y párrocos de los pueblos de la diócesis. Asistían también el Sr. Magistral y Sr. Penitenciario, ambos hermanos, que juntos irían más tarde a la prisión, juntos saldrían de ella y juntos serian después asesinados. Los dos primeros días transcurrieron tranquilamente. El Sr. Obispo, subía diariamente al Seminario y se prometía mucho fruto de la tanda. Verdaderamente los sacerdotes entraron de lleno, y hacían extractos de meditaciones y pláticas.

* * *

El 18 en la tarde, ajenos nosotros de cuanto ocurría en la población, empezamos a oír un tiroteo intensísimo y a ver subir las llamas y humaredas de edificios que ardían. El Prelado que estaba en el Seminario, bajó rápidamente a la población y nos telefoneó que se trataba de un movimiento general del Ejército en toda España y que Málaga parecía estar dominada, por este. Durante la noche, el tiroteo se intensificó y se extendió más, y las llamas y el humo se elevaban imponentes en todas direcciones.

Las tropas que se esperaban de África no llegaron a causa de la sublevación de la marinería contra los jefes y oficiales de los buques que habían de conducirlas. No se aceptó la cooperación de los paisanos de derechas; el General de la Plaza, que se lanzó al movimiento, dicen que anduvo indeciso: y por estas y otras razones, el movimiento abortó, y la ola roja se levantó imponente matando, quemando, saqueando y sembrando el pánico. El Prelado pudo embarcar, gracias al Cónsul de Italia, que le obligó a dirigirse a Tánger. Unos pocos de los sacerdotes ejercitantes se decidieron a bajar a la población. La casi totalidad nos decidimos a esperar, porque comprendimos, como así era, que todas las entradas y salidas y los mismos campos y montes vecinos, estarían custodiados por los rojos.

Durante los días 19 y 20, pasamos el tiempo procurando informarnos de la marcha de los acontecimientos. Les daba una plática a media tarde, que a ratos tenía que interrumpir, porque el estruendo de las ametralladoras era a veces ensordecedor.

Dormíamos vestidos, y casi todos, en la galería de la fachada. Algunos lo hacían debajo de los olivos.

* * *

El 21 en la mañana, celebrábamos todos la Santa Misa, y esperábamos para desayunar al Sr. Rector, que celebraba el último. El tiroteo se oía muy cercano; estaban las turbas asaltando el Colegio de PP. Salesianos, que no dista mucho del Seminario. Comprendimos, y no nos equivocamos, que después nos tocarla a nosotros y cuando nos disponíamos para ir al refectorio, la familia del portero nos avisa que las turbas suben. Nos encontramos pronto cercados por multitud de hombres armados de fusiles y pistolas. Al acercarse, hicieron algunos disparos al edificio con ánimo tan solo de amedrentarnos. Cuando subieron a la explanada del edificio, fuimos saliendo todos en traje de paisano con los brazos extendidos. Un hormiguero de jóvenes y hombres iban subiendo por aquellas cuestas; venían también algunos soldados al mando de un sargento y con una ametralladora que emplazaron en la explanada y apuntando al edificio. Se nos cacheó a todos, sin encontrarnos ni un cortaplumas. Entraron en el Seminario como furias infernales, amenazándonos antes, que de encontrar dentro materias explosivas o inflamables, nos harían a todos trizas. Pisaban en el edificio y entraban en los departamentos con verdadero pánico, creyendo en la explosión de alguna mina y buscando armas y municiones. Siempre la misma masa popular, víctima de los mismos engaños.

La gente armada que subía nos iba cercando, con verdadero peligro de nuestras vidas. Algún sacerdote me pidió la absolución creyendo que fenecíamos, pero la Providencia veló por nosotros. Un joven que tenía trazas de ser dirigente, se colocó en sitio elevado, desde donde dominaba a la multitud y repitió hasta enronquecer:

—Camaradas, respetad a estos hombres que se han entregado sin resistencia.

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