Jordi Casassas (coord.) - La construcción del presente. Historia del mundo desde 1848 hasta nuestros días

J ORDI C ASASSAS

Este libro nace con la vocación explícita de ser un manual general del periodo contemporáneo. Ello significa que debe centrarse en la exposición ordenada de los hechos, pero que, al mismo tiempo, debe intentar ofrecer las claves que permitan entender el significado de dicho periodo en su conjunto, destacando, dentro de su marco general, aquellos fenómenos que los historiadores acostumbran a considerar como más importantes (y la prelación ya significa avanzar una primera explicación de los mismos).

Presentar un libro colectivo obliga en cierto modo a explicitar unos a priori que los diversos autores compartían (con el más-menos que comporta toda aventura intelectual) a la hora de ponerse a escribir y que se tradujeron en el primer esquema de trabajo. En el fondo, buena parte del valor de esta obra dependerá de la sintonía que los diversos autores transmitan a la hora de reflejar unas parecidas inquietudes como historiadores y, al tratarse de un manual, una similar valoración de sus respectivas experiencias como docentes y como profesionales.

En relación a esta última faceta, no creo alejarme del sentir común al reflejar una cierta alarma ante el exagerado y creciente peso del «presentismo» que invade la enseñanza universitaria de la historia contemporánea. De hecho, se trata de una tendencia que, en confluencia con una incontrolable y creciente utilización de las denominadas «nuevas tecnologías», y con la supeditación que a menudo aparece respecto las exigencias políticas inmediatas o del mercado, puede volverse en contra de los posibles beneficios de esta situación reciente, propia de las modernas sociedades de la información y del conocimiento.

Con todo ello, parece apreciarse un uso creciente de las generalidades a-críticas, de las grandes imprecisiones, así como la desaparición de la perspectiva histórica global que debe acompañar todo quehacer del historiador. A nadie se le esconden los peligros derivados de la tensión periodística a la que todos nos hallamos sometidos. A cada momento aparecen hechos decisivos, «acontecimientos del siglo», etc. Por la naturaleza relativizadora de su mismo trabajo, al historiador le corresponde recordar que tan solo el paso del tiempo puede insinuar algo tan taxativo; de acontecimientos cuya influencia se prolongue más allá de un lustro existen muy pocos; los que influyen a más de una generación son realmente excepcionales.

Seguimos creyendo que el conocimiento ordenado y ponderado de los hechos es inseparable del conocimiento histórico y permite visiones más equilibradas y críticas de las cosas, al tiempo que nos confiere la verdadera libertad de análisis. Somos conscientes del alcance que durante las décadas centrales del siglo XX tuvo el paso del intelectual al doctrinario (con todos los extremos que ello conllevó). Pero aun en esta situación, que a estas alturas resulta ya tan cargante, la exposición universitaria nunca debería estar concebida para agradar a una determinada situación o escuela.

Claro está que no se trata de rechazar de plano esta historia que denominamos del «tiempo presente», del «mundo actual», etc., y que a menudo disputa sus fronteras con el periodismo, la politología, la antropología o la sociología (y si no hubiésemos perdido su conocimiento, incluso con la filosofía). La participación de los historiadores en esta tarea de inmersión sincrética e interdisciplinaria en el presente, dará cuanto menos como resultado una mejor ordenación de los temas, así como de la verdadera avalancha de la información de que disponemos hoy en día. De esta forma, el historiador futuro encontrará un camino ya desbrozado; al mismo tiempo, dispondrá de muchos elementos para comprender las distintas valoraciones que se han ido realizando de su objeto de estudio.

De hecho, y por definición, la historia constituye un proceso que se abre al presente y, con ello, al futuro. Esta tendencia no depende exclusivamente de la movilidad propia que genera el transcurrir del tiempo físico, sino que también refleja una movilidad de tipo cultural, de una gran carga subjetiva: los hechos del pasado no paran de transformarse ante la mirada de los tiempos que le suceden. Claro está que ningún futuro podrá cambiar la realidad del pasado, pero sí —y la circunstancia no es nada desdeñable— la imagen histórica que se tiene de él. Una deformación extrema de ello la observamos en aquellos análisis que parten de diversos apriorismos (doctrinales o metodológicos, por lo común) y que han presentado una tendencia innata a considerar su presente como la «coronación de todos los tiempos», en aquel convencimiento de que la historia humana transcurre del menos al más y del que se burlaba el gran historiador suizo Jacob Burckhardt al atribuirles la afirmación «de que todo lo anterior solo ha existido en función de nosotros».

Lo cierto es que no podemos olvidar, con Federico Chabod (otro de los destacados que reflexionó en profundidad a la hora de publicar sus cursos universitarios), que los problemas que se plantean los grandes historiadores están íntimamente relacionados con las preocupaciones de su presente. Sus grandes interrogantes nacen de su propia consciencia, mientras buscan en el pasado algún tipo de respuesta. También como tantos otros, el mencionado historiador italiano no puede por menos que constatar como, una tras otra, todas las generaciones retoman el estudio de los mismos temas, periodos o personajes del pasado, compartiendo la convicción de que son los que han influido decisivamente en el transcurso de la Historia.