A Ciprià Císcar, Carlos Fernández, José Antonio Ibars y Baltasar Vives, con quienes formé parte del equipo directivo de la Conselleria d’Educació i Cultura de la Generalitat valenciana entre 1983 y 1986 en el comienzo de la Autonomía valenciana.
INTRODUCCIÓN
La mayoría de las veces sólo se logra lo que no se sueña.
Hasta los veintinueve años viví en el franquismo y pasé por la Transición, los gobiernos del PSOE y del PP en una sociedad que iba construyendo, no sin dificultades, la democracia parlamentaria y social. Nací en Ceuta un 13 de julio de 1946 cuando mi padre era militar «chusquero», por el chusco (pan) que repartían a los que se reenganchaban en el Ejército, del arma de Artillería, brigada (de la escala auxiliar, se decía). Participó en la Guerra Civil en Córdoba, en el bando de Franco, que lo había movilizado a los diecisiete años al triunfar allí el levantamiento. Resistió herido en una batería, le dieron una medalla, lo ascendieron a sargento y lo evacuaron al hospital de Ceuta. Mi abuelo paterno también era militar y formó parte de las «Juntas de Defensa». Falleció antes de la guerra. Mi abuela era campesina, de Aguilar de la Frontera (Córdoba), y parte de su familia había militado en la CNT y en el movimiento libertario. Mi padre nunca me habló de ello y las pocas veces que aludía a la política era para remarcarme que no hiciera caso de nadie porque todos eran unos embaucadores que iban a buscar su propio provecho. Se especializó en la burocracia del cuartel como secretario del coronel, y el fotógrafo catalán Maspons recordó en una entrevista lo que una vez le dijo mientras hacía la mili: «Tú eres de los de “antes muerto que perder la vida”». Consideraba que si Franco se había sublevado era como consecuencia de la incapacidad de los políticos de la época para impedírselo. Estudié la Educación Primaria y el Bachillerato Elemental, con su reválida, en el entonces Instituto Hispano-Marroquí, donde convivíamos cristianos, musulmanes y judíos en una disciplina estricta. En mi casa no había ninguna presión cultural ni religiosa, ninguno de mis padres había pasado de los estudios primarios, pero sabían que tener estudios era una forma de ascenso social. Los libros que había en casa eran principalmente de Radio Maymo, utilizados por mi padre para construir la radio que oíamos en aquella casa donde no había agua corriente. Entre los siete y ocho años, pasé un año y medio en Santa Pola, pueblo entonces principalmente de pescadores, con mi abuela materna, natural de allí, y mi tía, hermana de mi madre que siempre vivió con nosotros. Los niños de mi edad hablaban el valenciano y aprendí a balbucearlo. Mi madre, de familia de comerciantes alicantinos de ultramarinos instalados en Ceuta aprovechando que mi abuelo fue movilizado en la guerra de Marruecos de 1909, me leía el libro de Edmundo de Amicis, Corazón, que era el que utilizaba en la escuela de la segunda República.
Mi padre ascendió a teniente en 1960 y al año siguiente fue destinado al acuartelamiento de Paterna, en Valencia, donde establecimos la residencia en un pabellón militar. Ascendería a capitán y se retiraría de comandante. Murió a los cincuenta y nueve años. Continué mi bachillerato en el instituto Luis Vives de Valencia, donde tuve un profesor de Filosofía que marcó mis estudios, Fernando Montero Moliner, que después pasaría como catedrático a la universidad. El deseo de mi padre era que hubiera estudiado Medicina o Telecomunicaciones pero en aquel tiempo mis lecturas me llevaron a las letras. Él tenía especial capacidad natural para las matemáticas y me las explicaba mientras estudiaba el Bachillerato Elemental. Siempre creí que mi familia paterna tenía el gen de las matemáticas (mi hermana es catedrática de la materia y mis dos hijos han sido buenos estudiantes de ella: uno, ingeniero superior de telecomunicaciones y economista, y otro, químico, ambos doctores).
En la Facultad de Filosofía y Letras, ubicada en el centro de la ciudad, en el edificio histórico de la antigua Universidad de Valencia, estudié durante cinco años: dos, de asignaturas comunes, y tres, de la especialidad de Geografía e Historia. Aprobé (con algunos notables, sobresalientes y matrículas de honor) todas las asignaturas en junio y recibí en esos años una beca del Ejército para los gastos de matrícula y material por ser hijo de militar. Participé en el movimiento estudiantil de los años 60 y fui interrogado por el comisario Ballesteros, jefe entonces de la Brigada Político-Social de Valencia. Mi ficha policial decía: «Militante de ADEV (Asociación Democrática de Estudiantes Valencianos) de marcado cariz marxista y catalano-separatista». En efecto, recibí las influencias de mis profesores catalanes, la mayoría de ellos, discípulos de Vicens Vives (Reglà, Giralt, Tarradell y después Termes, Lluch, Fontana y Nadal), y respiré el ambiente de los sectores nacionalistas en torno a las figuras de Joan Fuster o Vicent Ventura, aunque con el tiempo fui distanciándome de ese mundo. La cultura valenciano-catalana, la música de la nova cançó —allí conocí a Raimon, que se había licenciado en Geografía e Historia—, la poesía de Espriu y de Ferraté se combinaron con la literatura castellana de Borges, García Márquez, Cela, Baroja, Machado, Cernuda, Neruda o las traducciones Heinrich Böll, Hemingway, Mann, Joseph Roth, Dos Passos o Joyce, entre otros muchos. Fui alumno del aula de teatro que dirigía Sanchis Sinisterra, quien se casaría con la actriz Magüi Mira. Hice las milicias universitarias en Montejaque, Ronda, y al preguntarme si quería jurar la bandera por Dios (eran los tiempos del papa Pablo VI), me negué, haciéndolo en el despacho del coronel. Gracias a mi padre no me expulsaron. Me licencié en Filosofía y Letras, especialidad de Geografía e Historia, en la Universidad de Valencia en 1969.
Acabada la carrera, entré de profesor ayudante en el Departamento de Historia Contemporánea, que entonces dirigía Emili Giralt, y después de presentar mi tesina de licenciatura sobre el consultorio político de la publicación anarquista La Revista Blanca. Posteriormente ocupó la jefatura del departamento José Manuel Cuenca Toribio, historiador de la historia eclesiástica, a quien se le atribuía estar en la órbita del Opus Dei, y que se había trasladado desde Barcelona, muy cuestionado por los estudiantes de aquella universidad en los tiempos de la lucha estudiantil contra el franquismo. Era hombre barroco, erudito y captador de libros para uso propio. Fueron los tiempos de la huelga, de las reivindicaciones laborales y políticas de los profesores no numerarios (los pnn) que ganábamos unas 1500 pesetas mensuales (9 euros). Para completar el salario, daba clases de bachillerato en la filial número 7 del instituto Luis Vives, regentada por los salesianos, y también en una academia privada, La Cruz, para estudiantes repetidores y libres de bachillerato, donde conocí y di clase a Joan Lerma, que sería presidente de la Generalitat Valenciana entre 1983 y 1995. Recibí una beca del Ministerio de Educación en 1972 para realizar mi tesis doctoral sobre las concepciones sociales y económicas de los anarquistas, y pasé varias temporadas en los archivos del Instituto de Historia Social de Ámsterdam, en la Biblioteca Nacional de París y en la Biblioteca del British Museum de Londres, gracias a la intermediación de E. H. Hobsbawm, con el que mantuve una amistad hasta su muerte. En París conocí y conviví con activistas anarquistas españoles y franceses, como Gastón Leval y Cipriano Mera.