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Carlos Monsivais - Las esencias viajeras

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Carlos Monsivais Las esencias viajeras
  • Libro:
    Las esencias viajeras
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2012
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Las esencias viajeras: resumen, descripción y anotación

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Este gran ensayo que publican el Conaculta y el FCE es el último libro que escribió Carlos Monsiváis (1938-2010) y representa la suma de sus trabajos y reflexiones. Su tema: las semejanzas culturales que nos permiten hablar de Latinoamérica como una idea compartida. En nuestras sociedades, el rasgo que menos ha variado y más ha viajado a lo largo de las décadas es la desigualdad. Esta desigualdad, tristemente, nos iguala. En estas apasionadas páginas finales, Monsiváis es fiel a una consigna de su juventud: ser realistas, intentar lo imposible, y lo consigue en esta vasta crónica cultural de los últimos dos siglos latinoamericanos y sus señas de identidad. Para interpretar a las sociedades latinoamericanas, Monsiváis habla de esencias viajeras, rasgos que señalan el nomadismo de las creencias, las tradiciones, las convicciones. Porque si lo esencial de las sociedades no viaja, desaparece; si las sociedades no luchan por su independencia, se inmovilizan. «No esperes sino veneno de las aguas estancadas». Monsiváis, el más agudo cronista de la vida mexicana en la segunda parte del siglo XX y la primera década del XXI, encuentra en esta frase de William Blake una vía para analizar la independencia y la autonomía latinoamericanas («términos indefinidos e indefinibles») en un mundo interrelacionado por la globalización. El resultado es un mosaico de nuestras semejanzas en que el autor reincide en sus temas predilectos: la literatura, el laicismo, el cine, la izquierda, las ciudades, entre otros. Latinoamérica vista a través de los ojos de Monsiváis, y viceversa.

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BORGES: LA PIRÁMIDE Y LOS ESPEJOS

Jorge Luis Borges (1899-1986) es internacionalmente una referencia indispensable en materia de la escritura, la inteligencia como renovación permanente de los textos, el relato que se convierte en parábola fundamental, la paradoja, la elegancia verbal, la frase que no agota sus significados evidentes. Borges, el intelectual y escritor latinoamericano del siglo XX de mayor repercusión internacional. Borges, el maestro de las citas citables (apt quotations); Borges, el que debido a la precisión y la riqueza del vocabulario rehabilita en buena medida el idioma culto de habla hispana; Borges, el que establece hasta qué punto la inteligencia y la ironía suelen ser conceptos complementarios; Borges, el auspiciador involuntario de la industria que lleva su nombre; Borges, el que escribe las líneas que cancelan las tentaciones de la compasión y de la autocompasión.

Nadie rebaje a lágrima o reproche

esta declaración de la maestría

de Dios, que con magnífica ironía

me dio a la vez los libros y la noche.

Borges, el que modifica la importancia otorgada al adjetivo (¿cómo usar ya vasto y aciago sin evocar el copyright borgiano?); Borges, el centro del sueño delirante de Mick Jagger en Performance (1970, de Nicholas Roeg); Borges, el autor cuyos ecos fulgurantes se encuentran en narradores como Philip K. Dick; Borges, el que de tan citado se vuelve un idioma universal y una de las más generosas geografías de la imaginación; Borges, el de los errores políticos que se olvidan precisamente porque surgen de la prisa (la matriz de las opiniones falibles) y casi nunca de los textos; Borges, el que le reclama a Beatriz Elena Viterbo; Borges, el aforista más citado después de Oscar Wilde; Borges, el que lleva la parodia literaria a su cumbre delirante (sin delirio no hay parodia); Borges, el de la colección de símbolos más estudiados por la industria académica: la casa de espejos, laberintos, tigres.

¿Cómo encontrar algo no dicho por Borges, cómo obviar su culto por el heroísmo en la batalla, los ancestros, la familia diversa, Macedonio Fernández, Xul Solar, Quevedo, Cervantes, Shakespeare, la mitología grecolatina, el tango, Evaristo Carriego, Stevenson, Kipling, la novela policial clásica, Flaubert, Buenos Aires, Alfonso Reyes, Dante Alighieri, el gran poema que —según Stefan George— «de raros elegidos es raras veces premio», Schopenhauer, Chesterton, Greta Garbo…?

A diferencia de otros autores, Borges no solo propicia una industria académica y cultural, condición inevitable de un autor notable en tiempo de expansión de las universidades, sino que auspicia un diálogo incesante con creadores, tendencias literarias, estilos prosísticos o poéticos, métodos de la economía verbal, ingenio que se diluye si no se le cita textualmente, idiomas y técnicas de traducción, debates sobre la ética y la épica, lenguajes transoceánicos, discusiones históricas que ven en la poesía no solo un testimonio sino un impulso transformador, aforismos que explican comportamientos, revisiones del enfrentamiento de los hermanos enemigos (la literatura fantástica y la realista), repeticiones de líneas que acercan a la emotividad del autor («ya el íntimo cuchillo en la garganta»)…


Al idioma español, Borges le añade una literatura señalada por la precisión, la belleza expresiva, el genio aforístico, el despliegue de la lucidez, el don de síntesis, las tramas memorables, los juegos verbales que propician acoplamientos subversivos, y la adjetivación que es en sí misma un troquel idiomático, cuántas veces uno se pregunta en ese santuario tan infrecuentable de la conciencia que es la autocrítica: ¿este adjetivo no es de Borges, no viene de la complejidad que revive al sustantivo, de la victoria de la sorpresa sobre la descripción? La adjetivación borgiana o borgesiana, casi un género literario: unánime noche / pluscuamperfecto Edmond Teste / hospitalario o ávido álbum / cipreses infaustos / vertiginoso palacio… y así hasta el precario infinito.


La pirámide y los espejos. A estas alturas es todavía tímida o modesta la relación entre dos mitologías: la de un país cuajado de símbolos acechados por las agencias de turismo, y la muy difundida de Borges, con tigres y lunas y el Buenos Aires hecho de pormenores y que en las noches adquiere la sencillez de un plano o de un sueño.


La ironía de Borges, un tema cada vez más omnipresente. Él, por lo menos en las entrevistas, reniega del intento de hacer reír. «Yo creo que el humorismo escrito es un error. Desde luego, esto significa negar buena parte de la obra de Mark Twain. Yo creo que el humorismo es algo que surge del diálogo y que es perdonable y aún agradable en el diálogo». Esto se liga a la convicción muy generalizada: en la literatura de América Latina el humor y la parodia son instancias menores y la sátira es un género casi imposible de clasificar y aprovechar. Así, se leen o comentan los episodios graciosos como si fueran paisajes de anuncio espectacular o conjuntos escultóricos de actores desempleados.

¿Qué es la ironía en Borges? Un punto de vista orgánico (no quiere ser obsesivamente irónico y no lo necesita porque sus vínculos con el lenguaje tienen que ver con la enunciación perfecta de la burla, ofrecida como desvarío o festival de complicidades), un elogio de las contradicciones, el uso del sentido del humor, el festejo implacable de la tontería y la creación de héroes del disparate, a los que multiplica la ausencia del temor de Dios, una expresión tal vez más apropiada que la desaparición del miedo al ridículo.

Según Borges, el humor es favor de la conversación. Pero él mismo, con ánimo efusivo, se aboca a otra posibilidad: el sentido del humor, esa develación de todo lo grotesco que la solemnidad alberga, rejuvenece a las herejías y hostiga deleitosamente las pretensiones. (La actitud la asumió muy bien Ramón López Velarde: «Asistiré con una sonrisa depravada / a las ineptitudes de la inepta cultura»). Pongo un ejemplo: Carlos Argentino Daneri, un personaje nunca tan menor de uno de los grandes relatos borgianos, «El Aleph», que se colma de tensión dramática al evocarse la amada ideal, alojada en el retrato tan contemplado: «—Beatriz, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges». Y Daneri, escritor si alguno, conduce a Borges al encuentro del Aleph, uno de los puntos del espacio donde todos los demás están contenidos, el origen evidente de una de sus enumeraciones deslumbrantes:

Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo […]

El Aleph, «ese objeto secreto y coyuntural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo», es tan extraordinario que borra o posterga en la memoria del lector al también inconcebible Argentino Daneri, el escritor fallido por antonomasia, siempre a punto de versificar la redondez o la forma cúbica del planeta. En sus poemas, Daneri «en 1941 ya había despachado unas hectáreas del estado de Queensland, más de un kilómetro del curso del Ob, un gasómetro al norte de Veracruz, las principales casas de comercio de la parroquia de la Concepción», y así sucesivamente:

Sepan. A manderecha del poste rutinario

(Viniendo, claro está, desde el Nornoroeste)

Se aburre una osamenta —¿Color? Blanquiceleste—

Que da al corral de ovejas catadura de osario.

Daneri es un personaje morrocotudo (uso la expresión tal vez más conveniente) y es el anticlímax que prepara la visión del Aleph, al contener en su obra y su persona todos los puntos concebibles de lo grotesco. Con inteligencia suprema, Borges atiende el contrapunto entre la poesía de la metafísica (el Aleph) y la hilaridad del desastre cursi (Daneri). El poetastro a nada le teme, porque —plagio su sistema metafórico— su retórica es el escudo resplandeciente donde la Medusa de la ignorancia se petrifica. Daneri se goza en sus creaciones:

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