A la verdad
¿Cuántos golpes confluyeron la tarde del 23 de febrero de 1981? ¿Cómo se vivió en la Zarzuela aquella jornada? ¿Por qué el Cesid creó una sección especial de agentes y alquiló un piso cerca del Congreso meses antes del golpe? ¿Quién se ocultaba detrás del colectivo Almendros? ¿Cuántas reuniones hubo en General Cabrera? ¿Cuál fue la verdadera trama civil? Fruto de una investigación exhaustiva, Jesús Palacios ha conseguido extraordinarias revelaciones referentes a uno de los episodios más dramáticos de la historia de la transición. Según los nuevos datos recogidos por el autor, el 23-F no habría sido fruto de la improvisación ni la mera acción de unos militares nostálgicos, sino una perfecta operación del Estado Mayor dirigida por el Cesid. La responsabilidad principal de aquel acto habría correspondido al entonces secretario general de la Casa, teniente coronel Javier Calderón —actual general-director—, y al comandante —hoy coronel retirado— José Luis Cortina, responsable de las secciones operativas del servicio de inteligencia.
Ellos fueron, según el autor, los arquitectos de la llamada solución Armada, una operación destinada a la formación del un gobierno de regeneración nacional que pretendía colocar en la presidencia al general de división Alfonso Armada Comyn.
Esta obra es un documento de valor excepcional para quien desee conocer qué ocurrió aquel día y cómo fueron aquellos años de ilusión y desencanto, de esperanza y pesimismo. Estamos ante un trabajo comprometido y comprometedor sobre una etapa convulsa, felizmente superada, de nuestra historia reciente.
Jesús Palacios
23-F: El golpe del Cesid
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ePUByrm10.06.13
Título original: 23-F: El golpe del Cesid
Jesús Palacios, 2001
Editor digital: ePUByrm
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JESÚS PALACIOS. (San Lorenzo de El Escorial, Madrid), es periodista y escritor especializado en Historia Contemporánea. Desde hace más de cinco lustros ejerce el periodismo, actividad que en ocasiones ha interrumpido para dedicarse a la comunicación institucional, social y de empresa. Ha trabajado en diversos periódicos, emisoras de radio y de televisión.
El general Sabino Fernández Campo, ex jefe de la Casa de Su Majestad el Rey, afirmó que «a Jesús Palacios le deberá la Historia de los últimos tiempos muchas aclaraciones que contribuirán a que en el futuro se tenga un concepto más exacto, más neutral y más independiente de lo sucedido en momentos decisivos de la vida de nuestro país».
Notas
[107] En una entrevista a María Mérida, el general José Vega Rodríguez, presidente entonces del Consejo Supremo de Justicia Militar, afirmaba en el mes de febrero de 1979, un año y tres meses antes de que se juzgara la Galaxia y dos años antes del 23-F:
—Eso fue una completa tontería. Yo interpreto las conversaciones como una forma de desahogo, sin más. Suponer que un teniente coronel y un capitán puedan interrumpir un proceso democrático y dar un golpe de mano es absolutamente ridículo. Mire usted, en este momento no hay clima en el ejército para un golpe de Estado. Se han dado pruebas más que suficientes para ver que el Ejército contempla el proceso de cambio con calma, aunque puedan molestarle o irritarle diversos aspectos del mismo, pero cualquier otra cosa no cabe en la cabeza. Yo he estado durante coda mi vida militar con unidades y al mando de ellas, y creo que si se le pregunta, uno a uno, a cada militar lo que piensa en ese sentido, todos contestarían que no había motivo para una acción así.
María Mérida,
Mis conversaciones con generales, pp. 265 y 266.
[126] El artículo 113 de la Constitución dice al respecto:
«1. El Congreso de los Diputados puede exigir la responsabilidad política del Gobierno mediante la adopción por mayoría de la moción de censura.
»2. La moción de censura deberá ser propuesta al menos por la décima parte de los Diputados y habrá de incluir un candidato a la Presidencia del Gobierno.»
Prólogo
En letra impresa y en otros libros —89 republicanos y el Rey, de Ramón Serrano, y mi Puñeta, la Españeta— vine a contar lo que aquí de nuevo rememoro y reitero. Dos veces he hablado con antiguos procesados por el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Con Juan García Carrés, poco antes de su muerte, y con el comandante Ricardo Pardo Zancada, en noviembre de 1998.
A ambos les dije exactamente lo mismo: fracasó su intentona, por fortuna incruenta y sin derramamiento de sangre, porque todos ellos se habían equivocado de mapa y calendario. Si yo no disparataba entonces o yerro ahora, nuestra piel de toro pertenece a la Europa occidental, capitalista, industrializada, postindustrializada, tecnológica e informatizada. Aquella realidad geográfica resultaba indisputable, aunque Unamuno dijese que debíamos africanizar todo lo europeizado y un secretario de Estado americano, Henry Kissinger, declarase su petulante desinterés por cuanto pudiera ocurrir al sur de los Pirineos.
Por añadidura, insistí, se equivocaron de calendario porque aquel año de nuestro Señor, casi recién despuntado, era el de gracia de 1981. A semejantes alturas. Occidente o the Western World, como diría el doctor Kissinger, no habría permitido otro régimen autárquico o dictatorial en este país. Me asombraron García Carrés y Pardo Zancada al mostrarse inmediatamente de acuerdo conmigo en lo del atlas y el almanaque, como en el Caribe llaman al calendario. De no haberme expresado su rápido asentimiento en presencia de diversos testigos —Rafael Borrás, en el caso de García Carrés, y la entera peña Ignacio Agustí, en el de Pardo Zancada— no daría crédito a mis propios oídos.
Por cierto y dicho sea un tanto al margen, quiso añadir Juan García Carrés que aquella desastrosa intentona nació muerta y torcida, «porque con los militares no se va a ninguna parte». Absolutamente a ninguna parte, insistía en catalán. Enlloc, enlloc, enlloc! Como también Prim había clamado tres veces en el Congreso, al triunfo de la Gloriosa, que los Borbones jamás, jamás, jamás tornarían a reinar en esta desdichada tierra.
Volví a toparme con García Carrés en este libro, en tanto profería gritos de muy distinto sentido la tarde del 23-F. Desde los servicios informativos de Radio Intercontinental, le telefoneó Jesús Palacios en cuanto supo que Tejero mandaba la fuerza que había irrumpido en el Congreso. Repuso con truenos y relámpagos García Carrés, descolgando y colgando el auricular casi al mismo tiempo: «¡Déjameee, que me están llamando los capitanes generales!»
Ni Pardo Zancada ni García Carrés sabían cuáles iban a ser sus deberes y competencias a la mañana siguiente, de haberse impuesto la sublevación. «Es mucho lo que siempre ignoraremos acerca del 23-F», vino a decir Pardo Zancada con una sonrisa entre escéptica y resignada. Paradójicamente, los dos hombres que desempeñarían los más destacados y opuestos papeles en aquella jornada se mostrarían de acuerdo con él en aquel punto.
El teniente coronel Antonio Tejero pedirá en su juicio que alguien le cuente la verdad acerca del 23-F. El general Sabino Fernández Campo, secretario entonces de la Casa Real y vencedor de la asonada junto con el monarca, me escribió a veces preguntándose —con una pizca de ironía asturiana, que comprendería su paisano Gaspar Melchor de Jovellanos y no se le escaparía a un florentino tan incrédulo como Nicolás Maquiavelo— cuál sería el sentido y la verdad de todo lo ocurrido aquel día y la vasta conspiración que lo precedió.