Introducción
Desde ese 7 de febrero de 1985, cuando fue secuestrado, torturado y ejecutado en Guadalajara Enrique Kiki Camarena, agente de la Administración Federal Antidrogas ( DEA , por sus siglas en inglés), las palabras narcotráfico y narcotraficante se integraron al argot de las actividades criminales en México.
El homicidio de este agente antinarcóticos estadounidense fue en Washington el parteaguas a partir del cual la presión sobre el gobierno de nuestro país se conduciría por medio de las amenazas de denunciar, acusar y señalar casos de corrupción por narcotráfico entre las autoridades, policías, militares y políticos mexicanos de los tres niveles de gobierno.
El caso de Kiki Camarena abrió la caja de Pandora y, con ello, la podredumbre de la corrupción por narcotráfico que corroía a una sociedad que a mediados de los años ochenta del siglo pasado consideraba el consumo de drogas como un problema exclusivo de los estadounidenses, si acaso tan sólo de algunos mexicanos “rebeldes” que recibían el coletazo de la influencia del norte por el rocanrol y el movimiento hippie.
Durante varios meses, en ese 1985 los medios de comunicación de México y Estados Unidos desplegaron amplios reportajes sobre el asesinato del agente de la DEA y sus presuntos ejecutores, hechos noticiosos entre los que surgió de manera relevante la figura e imagen del narcotraficante mexicano: el jefe de un grupo criminal que trasegaba drogas, capaz de darle órdenes a generales y comandantes policiacos y de influir sobre el propio presidente de México mediante políticos perfumados que se encontraban en su nómina de pagos; un capo tan sanguinario que se atrevía, ante el atractivo de los dólares, a mandar matar a un amigo o cualquier miembro de su propia familia.
Rafael Caro Quintero, un norteño joven, alto, bragado, presumido y mujeriego, ataviado con camisa de seda (abierta siempre a la altura del pecho para mostrar las gruesas cadenas de oro), pantalón de mezclilla con cinturón ancho y botas vaqueras, apareció como el primer narcotraficante mexicano de talla internacional. Su único “mérito” fue haber desafiado a Estados Unidos dándole muerte a Kiki Camarena.
Aunque en la estructura de poder del cártel de Guadalajara Caro Quintero tal vez no era el verdadero “capo de capos”, su estampa e imagen, gracias a su temperamento y desenfrenado comportamiento y a su modus operandi, se perpetuó como el estereotipo de los jefes del crimen organizado mexicano.
Aunque Estados Unidos también señaló a Ernesto Fonseca Carrillo, don Neto, Miguel Ángel Félix Gallardo, Manuel Salcido Uzeta, el Cochiloco, y Juan José Esparragoza Moreno, el Azul, socios en ese cártel del occidente de México, como coautores y responsables de la muerte de Camarena, su lugar en las actividades del narcotráfico en México no es justamente el más preponderante de esa época. Rafael Caro Quintero los opacó.
La muerte de Camarena a manos de narcotraficantes desató en México una persecución policial de Estados Unidos de una magnitud increíble; dicha acción sólo resulta comparable con la orden que el presidente Woodrow Wilson le dio al general John J. Pershing el 14 de marzo de 1916 para que, al frente de un pelotón de 4 mil 800 soldados, entrara en México a buscar y detener o matar al “bandolero” conocido como el Centauro del Norte, el general Francisco Villa.
Desde 1985 mucho se ha escrito sobre la historia de Camarena y Caro Quintero en periódicos, revistas y libros, tanto en Estados Unidos como en México. También se han realizado documentales, se han filmado películas y se han hecho reseñas en la televisión y la radio. Incluso puede afirmarse que en México este famoso episodio dio origen a los que ahora conocemos como narcocorridos. También es posible que entre todos los crímenes del narcotráfico en México sea el que más resonancia ha tenido internacionalmente, o al menos se encuetra entre los primeros de esta categoría.
El objeto de este libro es aportar información, datos, momentos y nombres sobre el caso Camarena para ayudar a entender la problemática, las consecuencias y las perspectivas de la trágica relación de amancebamiento existente entre México y Estados Unidos por la producción, el tráfico, la demanda y el consumo de drogas.
Los testimonios de tres protagonistas que integraron las filas policiacas o criminales que rodearon a Caro Quintero y demás capos del cártel de Guadalajara, y del principal agente e investigador de la DEA a cargo de esclarecer el homicidio de Camarena, Héctor Berrellez —cuyo trabajo resultó en la extradición, proceso judicial y encarcelamiento de algunos de los implicados—, pueden ser las piezas que hacían falta para completar el rompecabezas.
Para cualquier consulta o duda, las declaraciones de estos cuatro personajes que aquí se reproducen están grabadas, en poder del autor y de la casa editorial.
Las horas de entrevista, que pasaron a ser días, con Berrellez, José 1, José 2 y J33 —a estos tres últimos se los identificará así en este libro por razones de seguridad—, significan desde el punto de vista periodístico un aporte importante para la verdad histórica de un caso criminal que sacudió a la sociedad de dos países.
Durante los reportajes, publicados desde 2013 en el semanario Proceso, los entrevistados hacían afirmaciones que involucraban a la CIA en el caso de Camarena, las cuales alentaron la presente obra.
La historia, los mitos, los misterios y la ficción que rodean a la CIA , agencia de espionaje de Estados Unidos que por regla siempre desmiente lo que se escribe y dice de ella, aunque luego resulte ser verdad, dan ahora un giro muy importante a todo lo que se había revelado sobre el crimen del agente de la DEA en Guadalajara.
En 1988, tres años después del homicidio, la periodista estadounidense Elaine Shannon, en su libro sobre el caso del agente asesinado, Desperados, menciona a la CIA en varios de sus capítulos pero no va más allá: se concentra en exponer los vínculos de corrupción entre el cártel de Guadalajara y las autoridades, militares y policías de México.
Nunca de manera tan directa se había acusado a la CIA de estar ligada con el crimen de Kiki Camarena. Ésta es la primera ocasión en que lo denuncia un ex funcionario federal de Estados Unidos: Héctor Berrellez, secundado por personajes que aseguran haber visto interactuar a Caro Quintero, Félix Gallardo, Fonseca Carrillo, el Cochiloco, a militares, policías y funcionarios del gobierno mexicano con un operador que la CIA tenía en México en esos años: Félix Ismael Rodríguez, el Gato, o Max Gómez.
En su libro El policía (Grijalbo, 2013), Rafael Rodríguez Castañeda, director de Proceso, al hacer una biografía periodística de uno de los policías más sanguinarios y corruptos de la historia de México, Miguel Nazar Haro, pone en evidencia cómo por medio de los oscuros y misteriosos oficios de Max, existía una relación sanguínea entre la CIA y el crimen organizado mexicano.
No ha sido —ni será— el propósito de este libro ofrecerse como prueba de lo que verdaderamente ocurrió hace 29 años con Kiki Camarena. Es una semblanza sustentada en hechos relatados por protagonistas, cuyo único interés periodístico es aportar un grano de arena más a los hechos históricos de México y de Estados Unidos que no han podido esclarecerse.
Desde 2013, Rafael Caro Quintero es nuevamente fugitivo de la justicia mexicana (nunca ha dejado de serlo de la de Estados Unidos) y sus socios del cártel de Guadalajara —con excepción del Cochiloco—, siguen vivos. Ellos, además de muchos de los funcionarios, militares y policías a quienes señalan los cuatro entrevistados podrían ayudar a conocer lo que realmente sucedió aquella tarde del 7 de febrero de 1985 en Guadalajara, Jalisco.