POR QUÉ NOS DA MIEDO EL CNI-CESID
Créditos
Primera edición digital: abril de 2015
Por qué nos da miedo el CNI-Cesid
© Fernando Rueda, 2015
© BibliotecaOnline, 2015
Aquisgrán 2
28232 Las Rozas Madrid
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Elaboración del eBook: epubspain.com
ISBN: 978-84-15998-32-7
Índice de contenido
A todos los que durante el último año
me han achuchado sentimentalmente.
«Los principales damnificados por los medios de comunicación —políticos, financieros y estrellas del mundo de la cultura, el arte y el espectáculo— están convencidos de que los periodistas nos despertamos con la obsesión de encontrar nuestra dosis de basura diaria para, suministrar un buen titular de primera página. Tenemos una legión de detractores que nos acusan de excitar las bajas pasiones de los lectores, de alentar huelgas, suicidios, divorcios, corrupciones, crímenes, guerras y todos los males de este mundo. Entre nuestros enemigos más notables figura mi admirado Marcel Proust, que consideraba la tarea de leer el periódico todos los días un acto abominable y voluptuoso, porque en esas páginas aparecen cada veinticuatro horas las mayores miserias humanas.»
Nativel Preciado
Prólogo a la edición digital
“No me conviene que me vean contigo”. El hombre de la máxima confianza del director del Centro Nacional de Inteligencia, Félix Sanz, me lanzaba el improperio una mañana del año 2014, cuando tras discutir por teléfono de una forma airada por el contenido de una de mis informaciones, le proponía limar nuestras diferencias quedando a desayunar.
Visto con la distancia que ofrece el paso del tiempo, el ex periodista metido a sucedáneo de espía, que pone en segundo lugar el derecho a la información para primar el deseo de cualquier agencia de espionaje de intentar controlar la información que sale en los medios de comunicación, cometió los mismos errores que algunos de sus antecesores y unos poquitos más. Para servir al espionaje, sus jefes le exigen juego duro y sucio, lo que le acerca a la figura del espía que siempre quiso ser, pero le aleja del papel de periodista. Quizás se equivocó al elegir profesión.
15 años después de la publicación del libro Por qué nos da miedo el Cesid, ahora llega a las librerías digitales Por qué nos da miedo el CNI-Cesid, que retoma la investigación que realicé en su momento y al que hemos añadido este prólogo especial.
Estudié en su momento el funcionamiento del servicio de inteligencia, llamado entonces Cesid, para tratar de esclarecer desde un punto de vista teórico sus aspectos más conflictivos. Para ello, llené cada una de sus páginas de operaciones, sucesos, anécdotas y vivencias personales, con el objetivo de explicar qué es lo que funcionaba bien de la agencia de espionaje y qué lo hacía mal o era un absoluto desastre.
He leído cada una de sus hojas y la foto fija publicada en su momento sigue sosteniéndose en su mayor parte. Casi diría que por desgracia, pero el paso de los años me ha enseñado que los servicios de inteligencia de todo el mundo tienen una forma de actuar connatural a su existencia y que no puede ser cambiada.
Si leemos los títulos de los cinco grandes capítulos, veremos que la conclusiones de entonces siguen siendo las conclusiones de hoy:
1. Las misiones importantes están siempre fuera de la ley.
2. El tenderete de RA.
3. El juguete del Gobierno.
4. Ni siquiera una democracia puede controlarles.
5. La prensa, controlada despiadadamente.
Los ejemplos con los que expliqué en su momento cada una de esas crudas afirmaciones, pertenecen a una época de nuestra historia que servirá para que el lector se haga una idea clara de cómo actúa el servicio secreto en las alcantarillas. Y el análisis de quien suscribe —al que mi querido amigo el periodista encubierto Antonio Salas se empeña en poner el calificativo de “Mayor espiólogo de España”—, sigue siendo válido, ha cambiado muy poco.
Digan lo que digan directores como Félix Sanz en defensa de la estricta legalidad de las actuaciones del CNI —por cierto, como han defendido todos y cada uno de sus antecesores—, el hecho es que La Ley de Secretos Oficiales les sigue sirviendo de parapeto para ocultar un trabajo sin duda necesario para una democracia, pero que con frecuencia requiere métodos ilegales, como explico en el capítulo 1.
Los directores del CNI —el dios “RA” o “1B” en la terminología en clave de hace años— que ha habido en los últimos años han aportado sin duda su granito de arena a la modernización. Jorge Dezcallar lavó la cara con dos decisiones importantes: cambió de Cesid a CNI y metió a un magistrado del Supremo en el trabajo diario del servicio. Salió como casi todos por la puerta de atrás por el fallo de no haber podido evitar los atentados del 11-M.
Alberto Saiz llegó con mucho entusiasmo, hizo un gran trabajo de potenciación del servicio contratando gente valiosa y adquiriendo medios materiales importantes, pero cesó a tantos mandos de cierto nivel que organizaron una revuelta silenciosa —como son todas las del servicio secreto— y filtraron todas las informaciones negativas que pudieron encontrar sobre él hasta conseguir su dimisión.
Félix Sanz fue un retroceso en la tan deseada en su momento llegada de civiles al cargo de director. Sabe maniobrar y conspirar, ha conseguido “enamorar” a la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, y ha tenido la suerte de que le han acompañado los éxitos de sus 3.500 agentes.
El Gobierno de Rajoy quería que frenara la independencia de Cataluña, pero no lo ha conseguido. Los mandos del CNI han obtenido mucha información perjudicial para los independentistas y han informado al Gobierno con anticipación de cada uno de los pasos que iban a dar. Igual que han llevado a cabo misiones secretas de espionaje que han facilitado, por ejemplo, el nombramiento con ciertas garantías de determinadas personas por el Gobierno.
Los controles democráticos que pedía en la primera edición de este libro se han llevado a cabo en dos terrenos: la comisión del Congreso que controla sus actividades y el juez que les autoriza los pinchazos telefónicos y las entradas en domicilios.
La realidad es que la Comisión de Fondos Reservados recibe información muy puntualmente por parte del director del CNI o de la Vicepresidenta, pero nadie se atrevería a sentenciar que el Congreso de los Diputados ejerce un control parlamentario sobre las actividades del CNI.
Y el magistrado del Tribunal Supremo autoriza montones de actividades del CNI, con lo cual da cobertura legal a los agentes que las ejecutan. Una cobertura que es imposible confirmar si se ajusta a lo establecido por la ley, porque no hay posibilidad de control externo. Solamente nos enteramos, por poner un ejemplo, de que el llamado “Pequeño Nicolás” tuvo sus conversaciones intervenidas por orden del magistrado adscrito al CNI, cuando a la Policía nunca se le habría ocurrido acudir a un juez porque se las habría negado.
El libro concluye con el tema con el que ha arrancado este prólogo: las presiones sobre los medios de comunicación para que no publiquen las informaciones que les perjudican o que difundan las que a ellos les interesa. Para conseguirlo no sirve cualquiera. La primera persona que el entonces director del Cesid, Emilio Alonso Manglano, envió para relacionarse conmigo cuando trabajaba en el semanario Tiempo, Manuel Rey, no era periodista y sí un profesional de la milicia y del espionaje. Fue honesto y sincero: nunca me pidió que mintiera, nos ayudamos cuando los intereses de ambas partes así lo aconsejaban y yo publiqué lo que consideraba que la opinión pública necesita saber, aunque a él le pareciera mal. Nunca telefoneó a mi director para pedirle mi cabeza cuando alguna de mis informaciones no le gustaba.
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