La historia de este libro es demasiado curiosa como para no decir algo sobre ella.
En la ciudad egipcia de El Cairo, Aleister Crowley, acompañado por su esposa, Rose Kelly, comenzó a recibir un extraño mensaje de una entidad que se hizo llamar Aiwaz, o Aiwass. Esta entidad le dictó a Crowley los tres capítulos que conforman «El libro de la ley» en tres noches consecutivas: 8, 9 y 10 de abril de 1904.
Ahora bien, ¿quién era Aiwass? Los detalles de su identidad se aclaran oportunamente en otra obra de Crowley. Baste decir que en «El libro de la ley», Aiwass se presenta como enviado de una entidad superior llamada Hoor-paar-kraat, un nombre muy similar al egipcio Har-par-khered, que en griego deriva en la palabra Harpócrates, y significa «Horus niño».
El libro proclama el inicio de la Ley de «Thelema» —que en griego significa: «Voluntad», transliteración al inglés del sustantivo griego: θέλημα— que entraría en vigencia al iniciarse, ese mismo año, la era de Horus, o Eon de Horus. El espíritu brutal de «El libro de la ley» se resume en una frase que Aleister Crowley convirtió, rigurosamente, en la única ley que rigió su vida:
«Haz lo que tú quieras será toda la ley».
«El libro de la ley» es una especie de panfleto de cuestionable filosofía, aunque escrito con verdadero sentido estético. Alguna vez se dijo que si Aleister Crowley no se hubiese visto empapado por las incongruencias del ocultismo habría sido un poeta de primera clase. En lo que respecta a «El libro de la ley», su contenido fomenta la libertad sexual, la experimentación de drogas, la meditación, el yoga, el orientalismo; y todas aquellas banderas que sesenta años después levantaría el movimiento hippie.
Pero Aleister Crowley estaba lejos de ser un modesto amante de la paz. Fue satanista, ocultista, poeta, multiplicó su identidad sexual hasta el límite, y escandalizó una y otra vez a la conservadora sociedad que le dio origen. Crowley luego afirmaría que todo el sentido de su vida estaba dirigido a recibir aquel mensaje de Aiwass, y a ser el medio que impulse los excesos, maravillas y aberraciones de «El libro de la ley».
Aleister Crowley
El libro de la ley
Liber Al Vel Legis
ePub r1.0
SebastiánArena18.09.13
Título original: The Book of Law: Liber AL vel Legis, sub figura CCXX , as delivered by XCIII=418 to DCLXVI
Aleister Crowley, 1904
Traducción: Finita Ayerza
Retoque de portada: SebastiánArena
Editor digital: SebastiánArena
ePub base r1.0
ALEISTER CROWLEY, cuyo apodo era Frater Perdurabo y The Great Beast 666 (La Gran Bestia), fue un influyente ocultista, místico y mago ceremonial inglés, que fundó la filosofía religiosa de Thelema. Fue miembro de la organización esotérica Hermetic Order of the Golden Dawn, además de cofundador de la Astrum Argentum y, finalmente, líder de la Ordo Templi Orientis (O.T.O.). Hoy en día es conocido por sus escritos sobre magia, especialmente por «El libro de la ley», el libro sagrado de Thelema, aunque también escribió profusamente sobre otros temas y géneros, como ficción y poesía.
LEYENDA
A los ocho años Aleister Crowley cogió un gato, le administró arsénico y, para que no opusiera resistencia, le suministró cloroformo. Así pudo gasearle en el horno, después quemarle y, tras otras torturas, le despellejó vivo. Su madre le llamaba «La Bestia» y «666» porque su hijo le recordaba las dos bestias del Apocalipsis, cuyo texto dice: «Vi como salía del mar una bestia, que tenía diez cuernos y siete cabezas… Abrió su boca en blasfemias contra Dios… Fuéle otorgado hacer la guerra a los santos y vencerlos… El que tenga inteligencia calcule el número de la bestia porque es número de hombre. Su número es seiscientos sesenta y seis». El niño no se amilanaba ante la comparación y la llamaba «estúpida santurrona». Cuando su madre murió, ya adulto, añadió «¡que el diablo tenga su alma!». Crowley no sentía más simpatía por su padre, llegando a sustituir su nombre, Edward Alexander, por el de Aleister.
No hubo persona a la que no destrozara, juramento que no incumpliera, vicio que no probara. Su primera mujer era hermana de uno de sus amigos, una joven viuda harta del acoso de sus pretendientes, a la que Crowley ofreció «matrimonio sin consumación» para que se librase de ellos. Se casaron y, a las pocas horas, Crowley incumplía su compromiso. Ella se hizo alcohólica y murió en uno de sus delirium tremens. Antes de divorciarse, Crowley casi mata a su suegra al tirarla por la escalera cuando la echaba a patadas de su casa.
Su segunda esposa también acabó alcoholizada. Él mismo era un drogadicto que consumía heroína, cocaína, opio, hachís, marihuana, peyote y mescal, entre otras drogas. Era bisexual y le gustaba colgar a sus amantes boca abajo en el guardarropa y marcarles con sus dos caninos que, según dicen, se afiló con este propósito. Algunos de sus discípulos sufrieron alteraciones nerviosas, como Lord Tankerville o Victor Neuburg al que Crowley maldijo. Victor decía que ésa era la razón de sus múltiples enfermedades.
Otros tuvieron menos suerte y perdieron la vida como Raoul Loveday, de quien se dijo que había sido envenenado por «La Bestia». También murió Alexis Pache, un alpinista suizo, cuando se encontraba a solas con Crowley en una escalada. Otro, Norman Mudd, se suicidó. Pero no sólo sus discípulos; también uno de sus maestros, Liddell MacGregor Mathers, murió convencido de que le aniquilaban las poderosas emanaciones mágicas procedentes de Crowley.
Los periódicos de la época le llamaron, entre otras lindezas: «el hombre más perverso del mundo», «el rey de la depravación», «el hombre al que nos gustaría ahorcar», «el caníbal», «la bestia humana», y el peor insulto para un inglés de su época, «germanófilo». Ni siquiera con su muerte cesaron los ataques furibundos, incluso del máximo representante de la justicia británica, el Ministro de Su Majestad, quien declaró: «Aleister Crowley es el personaje más inmundo y más perverso del Reino Unido». Ésta es la leyenda que le acompañó toda su vida, azuzada por la prensa durante más de treinta años. No hay perversidad, ni crimen, ni acción maligna de la que no fuese acusado.
LA OTRA CARA
Algunas de las «maldades» de Crowley como, por ejemplo, tomar el sol desnudo en la playa pueden hacer reír. Pero sólo hasta que se recuerda que en los años sesenta hubo que imponer la tolerancia en las playas para que los turistas no dejaran sus divisas. A la luz de sus biógrafos, se puede entender mejor la leyenda negra creada alrededor de su persona. Habrá que trasladarse a Leamington, en el condado inglés de Warcwickshire, el 12 de octubre de 1875. Acaba de nacer Edward Alexander, que más tarde se conocerá como Aleister Crowley.
Su infancia se desenvuelve en un ambiente opresivo y puritano, ya que sus padres pertenecen a la secta más intransigente y rigurosa de la época, los «Hermanos de Plymouth». Para ellos todo es pecado o debilidad inaceptable. Por eso, Emilie, su madre, nunca le abraza, ni le besa, ni le cuenta cuentos, ni le deja leer ningún libro, excepto la Biblia. Aleister, a pesar de la rigidez familiar, hace trastadas que Emilie castiga llamándole «la Bestia del Apocalipsis», el