Annotation
EL DUQUE DE LERMA
CORRUPCIÓN Y DESMORALIZACIÓN EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVII
Alfredo Alvar Ezquerra
Primera edición: septiembre de 2010
A «doña Elena», la Abuela de la familia.
Con mayúsculas. Y con oficio.
Los virtuosos, como desprecian honras y vanidades y se contentan con poco, viven de ordinario en sus casas apartados de las inquietudes de la Corte.
MIGUEL DE LA CERDA al conde de Portalegre. Desde Madrid,
octubre de 1598. RAH, Colección de Salazar y Castro, Z-9,
fol. 214v.
Yo le prometo [señor don Quijote] que no me falte a mi habilidad para gobernarle; y cuando me faltare, yo he oído decir que hay hombres en el mundo que toman en arrendamiento los estados de los señores, y les dan un tanto cada año, y ellos se tienen cuidado del gobierno, y el señor se está a pierna tendida, gozando de la renta que le dan, sin preocuparse de otra cosa.
MIGUEL DE CERVANTES, Don Quijote, I, L, 1605.
Y, ¡oh milagro!, uno tras otro fueron llegando esos momentos inolvidables de felicidad que jamás se vuelven a repetir en la vida de un escritor, ni siquiera después de sus éxitos más grandes: recibí una carta con la marca de imprenta de la editorial [...] leí que la editorial había decidido publicar el libro y que incluso se reservaba los derechos del siguiente. Recibí un paquete con las primeras galeradas que abrí presa de una gran agitación [...] y más adelante, el mismo libro, los primeros ejemplares, que no me cansaba de contemplar, palpar, comparar, una vez y otra y otra.
Y luego, la infantil excursión por las librerías para ver si ya tenían ejemplares en los escaparates, si los habían expuesto en lugar visible o escondido discretamente en un rincón. Y, luego, la espera de cartas, de las primeras críticas, de la primera respuesta de lo desconocido, de lo incalculable...
STEFAN ZWEIG, El mundo de ayer (memorias de un europeo), 1941 pp. 134-135.
PRÓLOGO
Hace unos años, tranquilo lector, al acabar de escribir El Cartapacio del cortesano errante me despedía de ti en la esperanza de volverte a encontrar por el camino. Si mal no recuerdo mis palabras exactas eran: «Ahora tengo la sensación de que quedan muchas cosas en el tintero. Si te parece, tal vez dentro de unos años, volvamos a encontrarnos».
Y he tenido la fortuna de volverme a encontrar contigo, lo cual te agradezco. Porque si estás ahí, con lo mucho que tenemos que hacer, es porque dejas casi todo para sentarte un momento a ver qué te cuento.
No cierres aún, por favor. Permíteme explicar los objetivos de este libro que tan amablemente has abierto.
Esta biografía que yo he escrito sobre Lerma amplía, en cierto sentido, aquel Cervantes. Genio y Libertad y aquel El Cartapacio del cortesano errante. Insisto en el pronombre personal, porque es mía, hecha por mí, y subjetivada por mí. Quiero decir que no es la única manera de aproximarse al personaje. Tal vez sea una vía errónea. Aunque prefiero que sea insuficiente. No puedo hacer sino una muy subjetiva reconstrucción parcial de la intimidad y de la vida de Lerma. No es posible adivinar todas las personalidades de un individuo por medio de los indicios que deja la documentación. Y hablo de las personalidades, porque el proceso evolutivo de socialización nos puede hacer cambiar, e incluso nos puede cambiar, tras algún que otro momento traumático, o con sus múltiples procesos de socialización.
A fin de cuentas, ¡cuánta razón tiene López Ibor cuando aclara que «la personalidad es una caricatura de la persona»! Mas caricatura será una biografía escrita sobre un muerto, ¿no?
Hablemos de poder y dominación. Aquel mundo de Lerma podría definirse más como el del poder patrimonial, que el de la soberanía nacional. Sin duda, tenían sensación y certeza de que los oficios —o el poder— estaban para ser usados por el linaje o la familia. Ahora bien, también había voces que clamaban: «El rey es para el reino; no el reino para el rey». Que triunfaran unos sobre otros, tenía como consecuencia una u otra acción política.
Para que exista dominación ha de haber unas personas dispuestas a obedecer y también a hacer cumplir los mandatos del poder. Ese grupo es un aparato de administración que tiene a sus espaldas una legitimidad amparada por una ley, que a su vez, para su cumplimiento, controla otro aparato, esta vez de coerción y de represión.
Por tanto, el grupo administrativo, aquel «aparato», presta obediencia, o por costumbre, por sentimientos, por ideología o bien por intereses materiales. Ahora bien, para que ese aparato funcione y cumpla las órdenes ha de reconocer la legitimidad del dominador, sin la cual poco tardará en venirse abajo el sistema. Por ello, es tan interesante la legitimidad de derecho como la de hecho. La construida.
La etapa de Lerma en el poder es singular porque saben construir una legitimidad de hecho dotándola de una de derecho. Cuando el poder actúa al revés, desde el derecho al hecho, no alarma, extraña ni agita a nadie, porque es como hay que hacer las cosas. Es decir, lo que resulta chocante es una irregular usurpación del poder.
En tiempos de Lerma hubo que explicar que lo que se hacía (legitimidad de hecho) estaba respaldado por unas leyes (o cédulas reales, o deseos expresos del rey, etc.).
En tiempos de Lerma hubo una permanente y constante política de convicción de legitimidad de todas sus actuaciones. Por ejemplo, la justificación de los nombramientos en función de los servicios de los antepasados.
Siempre han existido tipos diferentes de legitimación del poder:
1. En ocasiones, esa legitimación se ha hecho por vía racional de tal manera que se cree en la legalidad del ordenamiento establecido y de la estratificación social existente: unos dan órdenes; otros, aceptan que esos las den. Es un tipo de dominación legal. Es la que se daba en tiempos de Lerma y que emanaba en último término del Papa, del rey, de los señores. A partir de un Derecho establecido por pacto o imposición, se busca su obediencia por los miembros del cuerpo social o adyacentes a él (viajeros, emigrados, etc.). Ese Derecho está compuesto por unas normas abstractas y finalistas y el cumplimiento de ese ordenamiento por parte del agente del poder refuerza su legitimidad. Sólo se obedece a la ley, al Derecho. ¿Qué más se puede pedir?, ¿no está en estado puro el político que ante sus gobernados muestra y demuestra que cumple con la ley? Lo que pasa es que, ¿cuánto hace que la cambió para su beneficio? Porque las leyes son cambiantes... si así lo mandan las urnas, o en su día Dios o el rey. Ahora bien, el vasallo obedece a la ley, es decir, a un mandato impersonal que se asienta sobre una organización continuada y reglada de cargos oficiales, jerarquizados, con sus competencias y sus capacidades coercitivas. Es decir, un «sistema administrativo». Aquellos cargos oficiales no son los propietarios de los medios administrativos (o no deberían serlo), de tal suerte que en el periodo histórico en el que se sanciona la separación entre el patrimonio social administrativo y el particular administrativo para que no haya confusiones (¿de quién son los papeles, del secretario o del municipio; de quién los oficios, del rey o del que los compra?) habrá tensiones, superposiciones y abusos: es en donde estamos (siglos XVI al XVIII), tiempos de la «burocracia patrimonial». La selección de las personas no se basaba en la capacitación técnica (sí sobre el papel, no en la realidad conforme avance la venalidad de oficios), ni a esa selección concurrían los aspirantes libremente; los sueldos estaban fijados, pero se podían alterar graciosamente por la vía de la merced real, que —por otro lado— era la que aceleraba o frenaba el