Entre 1961 y 1963 dos aragoneses desvanecieron los grandes misterios de la escalada de su época. Ascendieron paredes consideradas imposibles a base de un terco tesón y un rudimentario conocimiento de las técnicas, hasta encumbrarse como los principales innovadores del deporte. En los tiempos oscuros de la posguerra, en los que quedaba todo por inventar, su estilo nació de la más remota intuición, su fuerza arrancaba desde la inventiva. Sin apenas medios establecieron un estilo de escalada futurista en la que el valor y la imaginación prevalecían sobre las dificultades.
En los Alpes, la cara norte del Eiger era la pared maldita, rodeada de leyendas de los que allí habían perecido. Los dos kilómetros de altura de la Mordwand —Pared de la Muerte—, eran el gran reto de la escalada alpina y varios equipos españoles se afanaban en ser los primeros en conquistarla. Rabadá y Navarro acometieron la escalada con su logística primitiva, espoleados por el rudo optimismo aragonés, hasta morir de agotamiento a trescientos metros de la cumbre, en medio de una fuerte tormenta.
Ésta es la historia de los hombres olvidados bajo la máscara de montañeros, la historia de sus ascensiones y de su capacidad para trascender lo imposible.
Simón Elías
Rabadá y Navarro
La cordada imposible
ePub r1.0
akilino 12.07.14
Título original: Rabadá y Navarro. La cordada imposible
Simón Elías, 2007
Retoque de cubierta: Matt
Editor digital: akilino
Segundo editor: JeSsE
Corrección de erratas: Matt
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Prólogo
De la mano de los mitos de la escalada aragonesa
Alberto Martínez Embid
Clavijas de los años cuarenta ilustradas por José Artigas para el primer manual de escalada editado en España: Escalada de Ernesto Mallafré.
El tándem Rabadá-Navarro constituye lo más parecido que existe a una leyenda moderna. Hubiera sido capaz de interesar incluso a un erudito de la mitología como Arnold van Gennep. En nuestro mundillo, hay pocos personajes que resuenen tanto como estos dos escaladores aragoneses. Era lógico que llamaran la atención en Desnivel desde hace bastante tiempo…
En 2001, Darío Rodríguez me preguntó si me atrevería a componer la historia de mis paisanos. Acababa de obtener el accésit del Premio Desnivel de Literatura con Flor de Gaube, y éste parecía el siguiente paso lógico: desde el nacimiento de la escalada pirenaica hasta su eclosión aragonesa. Pero ¡escribir sobre Alberto Rabadá y Ernesto Navarro! Como socio de Montañeros de Aragón, había crecido bajo su sombra: «Te lo juro por el piolet de Rabadá», pude escuchar en alguna ocasión…
«Mira, ése escaló con Rabadá y Navarro», me dijo un admirado Salvador Arnaudas durante nuestro primer cursillo en Riglos, señalando hacia Ángel López Cintero… No; no pude aceptar: era demasiado el peso del mito para quien no había degustado las delicias del espolón sudoeste del Firé ni, mucho menos, las de la cara oeste del Naranjo de Bulnes. Me faltaba la capacitación y me sobraban las ideas preconcebidas. Acaso, unas carencias demasiado comunes a este lado del río Ebro: ¡se sabe tan poco de los héroes locales…!
Pero en Desnivel no se olvidaron del asunto. El otoño de 2005, llegaron hasta la sede de Montañeros de Aragón ciertos aires riojanos: Simón Elías rastreaba la vida y milagros de nuestro olimpo particular… Conocí al piolet de oro en el bar social: apenas tardé tres minutos en comprobar que mi entusiasmado interlocutor se había convertido en todo un experto de la década prodigiosa de la trepada aragonesa en general, y de sus máximos exponentes, Rabadá y Navarro, en particular… Acostumbrado a las tapias más difíciles del Yosemite o de la Patagonia, le costó poco acceder al meollo del tema, tras despojar de sus cáscaras de exageración o de futilidad las informaciones compiladas. ¡Y vaya pasión demostraba al compartir sus últimas averiguaciones! Porque Simón, sin el menor atisbo de complejo, se había dedicado en cuerpo y alma a leer como un poseso cuanto existía del periodo 1953-1963 y a interrogar a todo aquél que hubiese tenido el menor roce con la mítica cordada. En más de una ocasión, actuó como un detective de película de cine negro estadounidense. El resultado de sus pesquisas era fascinante: datos bien ordenados junto a esas conclusiones que sólo podía servir un escritor absolutamente obsesionado con su estudio. Se hallaba en juego la composición de un puzzle de dos vidas muy complejas.
Este logroñés demostraría, además, andar sobrado de valor: no le amilanaban ni las brumas de los años transcurridos ni las cortinas de humo de los convencionalismos.
Penetrar en las biografías de Rabadá y Navarro era un asunto delicado. Desde su fatal accidente en el Eiger, e incluso desde mucho tiempo antes, los referidos escaladores se encontraban instalados en lo más alto de los campos elíseos del montañismo maño. Visitar el santuario de su intimidad podía ocasionarle malos encuentros… Mas, con toda seguridad, no sucederá así: el trabajo que aquí arranca hace gala de gran sensibilidad y respeto, a la par que honestidad y fidelidad hacia la memoria de los desaparecidos. En Zaragoza, ¡más de uno suspirará con alivio…! Por añadidura, el texto resultante garantiza abundantes sorpresas, pues se sirve bien rico en anécdotas novedosas y consideraciones frescas. Está escrito tanto con la cabeza como con el corazón.
Ciertamente, no hubieran podido encomendar este difícil trabajo a nadie más adecuado. Simón ha volcado todo su ser en el proyecto. Y tengo la impresión personal de que ni Edil ni Navarrico hubiesen reprobado esta biografía soñada…
Escalador zaragozano realizando maniobras de rápel en Riglos durante los años 50.
Introducción
La búsqueda de la historia
Desde la muerte de Alberto Rabadá y Ernesto Navarro en 1963 se han escrito muchas páginas sobre la vida ajetreada y fuera de lo común de estos dos alpinistas. Los periódicos de Aragón han relatado su historia desde sus primeras prácticas en las paredes de los alrededores de Zaragoza hasta su trágico fallecimiento en medio de la expectación general en la pared norte del Eiger entre el 15 y el 16 de agosto de 1963. Las revistas especializadas han derramado ríos de tinta sobre sus escaladas, se han realizado congresos repasando su trayectoria, se han filmado documentales y se les ha dedicado algún libro. Todo el mundo relacionado con la montaña en nuestro país ha oído hablar alguna vez de Alberto Rabadá y Ernesto Navarro, la mítica cordada, el binomio que se enfrentó con éxito a los últimos problemas de la escalada.
Quien más y quien menos dentro del panorama montañero ha hecho alguna de sus rutas, o se ha plantado en la base de las paredes que ellos inauguraron, para interrogarse cómo aquellos hombres habían conseguido escalar la cara oeste del Naranjo de Bulnes, el espolón sureste del Mallo Firé o la norte directa del pico de Aspe. Pero lo que muchos conocen de Rabadá y Navarro está más decorado por la leyenda que perfilado por la realidad. Su recuerdo se acerca más al mito, a las aventuras de los héroes de la antigüedad, que a la historia real de unos hombres y una época.