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Ian Grey - Stalin(c.1)

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Ian Grey Stalin(c.1)
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    Stalin(c.1)
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Stalin(c.1): resumen, descripción y anotación

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Han pasado más de treinta años desde la muerte de Stalin. El incesante clamor de elogios que acompañó a su nombre en la Unión Soviética se ha acallado. En Occidente su mención provoca indignación y crítica. Se le considera un déspota perverso, «el mayor criminal de la historia». Como un icono situado delante de su lámpara de aceite, y tan tiznado que sus rasgos apenas son visibles, se ha convertido en una sombra confusa, que sólo con dificultad puede ser identificada.Stalin fue, sin embargo, un gobernante en la tradición de Iván el Terrible y Pedro el Grande. Eran grandes su valor, su habilidad y sus objetivos. Su enérgico liderazgo transformó una nación vasta, atrasada y agrícola en una potencia industrial moderna. Fue también despiadado e inhumano en sus métodos. Al igual que muchos hombres excepcionales, era una amalgama de cualidades diversas.

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Han pasado más de treinta años desde la muerte de Stalin. El incesante clamor de elogios que acompañó a su nombre en la Unión Soviética se ha acallado. En Occidente su mención provoca indignación y crítica. Se le considera un déspota perverso, «el mayor criminal de la historia». Como un icono situado delante de su lámpara de aceite, y tan tiznado que sus rasgos apenas son visibles, se ha convertido en una sombra confusa, que sólo con dificultad puede ser identificada.Stalin fue, sin embargo, un gobernante en la tradición de Iván el Terrible y Pedro el Grande. Eran grandes su valor, su habilidad y sus objetivos. Su enérgico liderazgo transformó una nación vasta, atrasada y agrícola en una potencia industrial moderna. Fue también despiadado e inhumano en sus métodos. Al igual que muchos hombres excepcionales, era una amalgama de cualidades diversas.

NOTA DEL AUTOR
Han pasado más de treinta años desde la muerte de Stalin. El incesante clamor de elogios que acompañó a su nombre en la Unión Soviética se ha acallado. En Occidente su mención provoca indignación y crítica. Se le considera un déspota perverso, «el mayor criminal de la historia». Como un icono situado delante de su lámpara de aceite, y tan tiznado que sus rasgos apenas son visibles, se ha convertido en una sombra confusa, que sólo con dificultad puede ser identificada.
Stalin fue, sin embargo, un gobernante en la tradición de Iván el Terrible y Pedro el Grande. Eran grandes su valor, su habilidad y sus objetivos. Su enérgico liderazgo transformó una nación vasta, atrasada y agrícola en una potencia industrial moderna. Fue también despiadado e inhumano en sus métodos. Al igual que muchos hombres excepcionales, era una amalgama de cualidades diversas.
No faltan los libros e informes —algunos sensacionalistas, eruditos otros, y muchos inspirados por la malicia y el odio— dedicados al lado lóbrego de su mandato. Han tenido tendencia a oscurecer y distorsionar, levantando barreras que impiden entender al hombre y su importancia. Escasean los estudios sobre sus aspectos positivos.
El retrato distorsionado de Stalin es en parte obra de Trotski y de sus partidarios. Han contribuido, además, otros factores tales como la idolatría a Lenin, la amargura de los socialdemócratas exiliados, y los juicios éticos de los historiadores occidentales. A todo esto hay que añadir el discurso pronunciado por Kruschev en el XX Congreso del partido en 1956 y el parcial rechazo de Stalin por el partido y el gobierno soviético, así como las confusas medidas de desestalinización.
Trotski, hombre de gran talento y ardor, pero también poseído de una extrema arrogancia, estaba convencido de haber sido derrotado y humillado como resultado de las maquinaciones de Stalin. Nunca pudo aceptar que Stalin se hubiera convertido en el líder del partido y de Rusia, y se dedicó a manifestar su odio por el hombre al que decía despreciar. Trotski era un enemigo rencoroso, y un escritor político —polemista más que historiador— siempre dispuesto a distorsionar e inventar pruebas en contra de sus oponentes.
Los trabajos sobre Stalin citados y leídos con más frecuencia son: Stalin: valoración del hombre y de su influencia, de Trotski, y la biografía escrita por Boris Souvarine, comunista francés contemporáneo, simpatizante de Trotski e igualmente inspirado por el odio hacia su biografiado.
También destaca entre los simpatizantes y partidarios de Trotski en Occidente Isaac Deutscher, cuya familiaridad emocional e intelectual con él se manifiesta en una biografía de tres volúmenes. Deutscher también escribió una interesante y erudita biografía de Stalin, pero siguió en ella fielmente la línea marcada por Trotski. También otros, y especialmente el profesor E. H. Carr, destacada autoridad en la Revolución y en la era de Stalin, se han aproximado a la interpretación de Trotski.
Mientras Stalin ha sido execrado, se ha deificado a Lenin. En la Unión Soviética, desde luego, la idolatría a Lenin ha alcanzado extremos difícilmente creíbles. Pero también en Occidente, muchos escritores —Souvarine y Dutscher en particular— han descrito a Lenin con una gran admiración no sometida a crítica. Aunque fue un gran líder revolucionario, Lenin tuvo muchos defectos y distó mucho de ser infalible. En ocasiones no pasaba de ser un político sin escrúpulos, decidido a conseguir el poder. Más aún, fue él quien fomentó el terror, los campos de trabajos forzados, la supresión de toda oposición, la organización monolítica del partido y del Estado y otros aspectos del sistema soviético que son anatema para la opinión liberal occidental, y que se atribuyen por regla general a Stalin. Sin embargo, el ensalzamiento de Lenin parece exigir la denigración de Stalin, aunque ambos fueron los creadores de la Rusia soviética, y la contribución de Stalin no fue en absoluto la menos importante.
Los disidentes soviéticos condenan a Stalin, pero están divididos respecto a Lenin. Roy Medvedev, que aún permanece en la Unión Soviética y continúa siendo un comunista convencido y seguidor de Lenin, mantiene que Stalin fue enteramente responsable de las aberraciones del régimen soviético. Su libro Que juzgue la historia es un intento ininterrumpido de culpar al estalinismo. Soljenitsin sostiene que la política de Stalin y del sistema comunista son ajenas a la vida rusa, y desde luego son aberraciones malignas, engendradas por Lenin y el partido. Se sitúa cerca de los eslavófilos que solicitan el retorno a las tradiciones de la Rusia ortodoxa y aparentemente idealizada y vieja Moscovia del zar Alexis Mijáilovich. Ambas ideas me parecen inaceptables, como trato de mostrar en esta biografía.
Los intentos de los historiadores occidentales para entender y representar a Stalin son normalmente estrangulados por los principios éticos y la indignación moral. Parten de la premisa de que fue un déspota que medró haciendo el mal y cuya cínica preocupación era satisfacer su ansia de poder. En general son contrarios a admitir que tuviera otro objetivo o ni siquiera que tuviera dotes de ningún tipo, excepto tal vez astucia y crueldad.
Richard Pipes, profesor de historia rusa en la Universidad de Harvard, a quien respeto por sus conocimientos, ofrece pruebas sorprendentes de la casi deliberada negativa o incapacidad de los académicos occidentales para escribir sobre Stalin desapasionadamente. Así ha afirmado que «Stalin no poseía talento de estadista», que «su mayor don», la capacidad de penetrar en lo peor de la naturaleza humana, «fue en definitiva negativo», y que animó a Hitler a iniciar la guerra y, hecho esto, «confió las decisiones estratégicas más importantes a soldados profesionales como Zukov». Estos juicios y otros similares son en mi opinión tan contrarios a los hechos, que llegan a ser perversos, pero son representativos de mucho de lo que se ha escrito sobre él en el mundo occidental. La subida al poder y al mando de Iosif Stalin constituye uno de los más extraordinarios capítulos de la historia. Su familia, su medio ambiente y su infancia no contribuyen en nada a la comprensión de su personalidad y su vida. Existían numerosos obstáculos para que consiguiera relevancia alguna: corta estatura, aspecto vulgar, cara picada de viruela y defectos físicos; no era ruso, sino georgiano y del linaje más humilde; había recibido una educación sólida, pero dentro de los límites estrictamente conservadores de un seminario ortodoxo. Con estos comienzos tan poco prometedores, su vida siguió una trayectoria ascendente hasta que se convirtió en el dirigente absoluto de una nación con más de doscientos millones de habitantes.
Las cualidades que le llevaron a mandar a otros hombres y que le convirtieron en árbitro de sus destinos fueron su gran inteligencia altamente disciplinada, su firmeza, su voluntad implacable, su valor y su inflexibilidad. Aunque su educación formal había sido limitada, fue un lector incansable. Estudió la historia de Rusia y de otros países, prestando especial atención al pasado en cuanto a la formulación de los programas políticos, las habituales ocupaciones del gobierno y la estrategia en tiempos de guerra. Llegó a ser un experto en muchos temas, podía pasar de un tema a otro con maestría, y jamás olvidaba nada.
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