Las drogas alucinógenas y sus efectos han dado lugar a toda una corriente de arte y literatura en la que aparecen nombres tan insignes como Charlie Parker, William Burroughs, Jimi Hendrix y tantos otros. Este volumen recoge dos ensayos pioneros escritos entre 1954 y 1956 en los que Huxley analiza los cambios objetivos provocados por la ingestión de drogas. No se trata de revelación o de un cielo o un infierno de visiones, sino del descubrimiento de una relación de tradición arcaica y que la droga hace visible: la semejanza o la identidad de la mente humana con la realidad substancial del cosmos.
Aldous Huxley
Las puertas de la percepción
Cielo e infierno
ePub r1.1
ePUByrm13.09.13
Título original: The Doors of Perception. Heaven and hell
Aldous Huxley, 1954
Traducción: Miguel de Hernani
Primer editor: ePUByrm (r1.0 a 1.1)
Corrección de erratas: ePUByrm
ePub base r1.0
ALDOUS HUXLEY. Escritor, poeta y filósofo inglés, miembro de una importante familia de intelectuales, entre los que hubo eminentes biólogos y hasta un Premio Nobel.
Siendo joven, Huxley sufrió graves problemas visuales que retrasaron su educación universitaria en Oxford, pero una vez superada su enfermedad terminó sus estudios y viajó por Europa en calidad de crítico de arte y literatura.
Durante esa época, Huxley escribió sobre todo poesia y cuentos y sus primeras novelas no tuvieron demasiado eco. En 1932 publicó la que sería su obra más famosa y controvertida: Un mundo feliz, en el que plasma varias de sus obsesiones más conocidas, como el control del estado y la deshumanización de la tecnología.
En 1937 abandona Inglaterra y decide establecerse en los Estados Unidos. A partir de esta época, el escritor comienza sus experimentos con las drogas sicoactivas y se centra en el misticismo como objeto de análisis.
Quizá sea Las puertas de la percepción (1954) el libro que mejor recoge las experiencias de Huxley durante toda esta época.
Tras la muerte de su primera esposa, Huxley volvió a casarse. En 1960 le fue diagnosticado un cáncer de garganta al que no sobreviviría. Su última novela, La isla, se publicó en 1962.
Aldous Huxley murió en Los Ángeles el 22 de Noviembre de 1963, a los sesenta y nueve años de edad.
Fue en 1886 cuando el farmacólogo alemán Ludwig Lewin publicó el primer estudio sistemático del cacto, al que se dio luego el nombre, del propio investigador, Anhalonium Lewiní, nuevo para la ciencia. Para la religión primitiva y los indios de México y del Sudoeste de los Estados Unidos, era un amigo de tiempo inmemorial. Era, en realidad, mucho más que un amigo. Según uno de los primeros visitantes españoles del Nuevo Mundo, esos indios «comen una raíz que llaman Peyotl y a la que veneran como a una deidad».
La razón de que la veneraran como a una deidad quedó de manifiesto cuando psicólogos tan eminentes como Jaensch, Havelock Ellis y Weir Mitchell iniciaron sus experimentos con la mescalina, el principio activo del peyotl. Cierto es que se detuvieron mucho antes de llegar a la idolatría, pero todos ellos coincidieron en asignar a la mescalina un puesto entre las drogas más distinguidas. Administrada en dosis adecuadas, cambiaba la cualidad de la conciencia más profundamente —siendo al mismo tiempo menos tóxica— que cualquier otra sustancia del repertorio de la farmacología.
La investigación sobre la mescalina ha continuado de modo intermitente desde los días de Lewin y Havelock Ellis. Los químicos no se han limitado a aislar el alcaloide; han aprendido también a sintetizarlo, en forma que las existencias no dependan ya de las dispersas e intermitentes entregas de un cacto del desierto. Los alienistas se han dosificado a si mismos con mescalina, movidos por la esperanza de llegar así a una comprensión mejor, una comprensión directa, de los procesos mentales de sus pacientes. Aunque trabajando por desgracia con muy pocos sujetos y en una muy limitada variedad de circunstancias, los psicólogos han observado y catalogado algunos de los más notables efectos de la droga. Neurólogos y fisiólogos han averiguado algo acerca de cómo actúa sobre el sistema nervioso central. Y un filósofo profesional por lo menos ha tomado mescalina para ver qué luz arroja sobre ciertos viejos enigmas no resueltos, como el lugar de la inteligencia en la naturaleza y la relación entre el cerebro y la conciencia.
Las cosas quedaron así hasta que, hace dos o tres años, se observó un hecho nuevo y tal vez muy significativo. En realidad, era un hecho que había estado a la vista de todos desde hacía varias décadas, sin embargo, fuera como fuere, nadie lo advirtió hasta que un joven psiquiatra inglés, que actualmente trabaja en el Canadá, se fijó en la estrecha semejanza que existe, en composición química, entre la mescalina y la adrenalina. Ulteriores investigaciones revelaron que el ácido lisérgico, un alucinógeno muy poderoso que se obtiene del cornezuelo del centeno, tiene con ambas una relación bioquímica estructural. Luego vino el descubrimiento de que el adrenocromo, que es un producto de la descomposición de la adrenalina, puede producir muchos de los síntomas observados en la intoxicación con mescalina. Pero el adrenocromo se produce probablemente de modo espontáneo en el cuerpo humano. En otros términos, cada uno de nosotros es capaz de producir una sustancia química de la que se sabe que, aun administrada en dosis diminutas, causa profundos cambios en la conciencia. Algunos de estos cambios son análogos a los que se manifiestan en la plaga más característica del siglo XX , la esquizofrenia. ¿Es que el desorden mental tiene por causa un desorden químico? Y ¿el desorden químico se debe a su vez a angustias psicológicas que afectan a las suprarrenales? Sería imprudente y prematuro afirmarlo. Lo más que podemos decir es que se ha llegado a algo parecido a un caso prima facie. El indicio está siendo tratando sistemáticamente y los sabuesos —bioquímicos, psiquiatras, psicólogos—, siguen la pista.
Por una serie de circunstancias, yo me vi de lleno en esta pista en la primavera de 1953. Uno de los sabuesos había venido por asuntos suyos a California. A pesar de los setenta años de investigación sobre la mescalina, el material psicológico a su disposición era todavía absurdamente insuficiente y el hombre deseaba mucho aumentarlo. Yo estaba allí dispuesto —deseándolo muy de veras— a actuar de conejillo de Indias. Es así como en una luminosa mañana de mayo ingerí cuatro décimas de gramo de mescalina y me sente a esperar los resultados.
Vivimos juntos y actuamos y reaccionamos los unos sobre los otros, pero siempre, en todas las circunstancias, estamos solos. Los mártires entran en el circo tomados de la mano, pero son crucificados aisladamente. Abrazados, los amantes tratan desesperadamente de fusionar sus aislados éxtasis en una sola autotrascendencia, pero es en vano. Por su misma naturaleza, cada espíritu con una encarnación está condenado a padecer y gozar en la soledad. Las sensaciones, los sentimientos, las intuiciones, imaginaciones y fantasías son siempre cosas privadas y, salvo por medio de símbolos y de segunda mano, incomunicables. Podemos formar un fondo común de información sobre experiencias, pero no de las experiencias mismas. De la familia de la nación, cada grupo humano es una sociedad de universos islas.