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Aldous Huxley - Nueva visita a un mundo feliz

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Aldous Huxley Nueva visita a un mundo feliz
  • Libro:
    Nueva visita a un mundo feliz
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1958
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Nueva visita a un mundo feliz: resumen, descripción y anotación

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PREFACIO

El alma del saber puede convertirse en el mismísimo cuerpo de la falsedad. Por elegante y memorable que sea, la brevedad jamás puede, según son las cosas, tener en cuenta todos los hechos de una situación compleja. En un tema como éste, sólo se puede ser breve por omisión y simplificación. La omisión y la simplificación nos ayudan a comprender, pero, en muchos casos, nos ayudan a comprender lo erróneo, pues nuestra comprensión puede ser únicamente de las nociones pulcramente formuladas por quien abrevia, no de la vasta y ramificada realidad de la que esas nociones han sido arbitrariamente abstraídas.

Pero la vida es breve y la información inacabable: nadie tiene tiempo para todo. En la práctica, nos vemos generalmente obligados a optar entre una exposición indebidamente breve o ninguna exposición. La abreviación es un mal necesario y la misión del abreviador consiste en sacar el máximo provecho de una tarea que, si bien es intrínsecamente mala, vale más que no hacer nada. Tiene que aprender a simplificar; pero no hasta el extremo de la falsificación. Tiene que aprender a concentrarse en lo esencial de una situación, pero sin pasar por alto un número excesivo de las cuestiones accesorias que condicionan la realidad. De este modo podrá decirnos, no, desde luego, toda la verdad (pues toda la verdad sobre casi cualquier asunto importante es incompatible con lo breve), pero sí mucho más que los peligrosos cuartos de verdad o medias verdades que siempre han sido la moneda en circulación del pensamiento.

El tema de la libertad y sus enemigos es enorme y lo que he escrito es indudablemente demasiado poco para hacerle plena justicia, pero, por lo menos, he abordado muchos de los aspectos del problema. Cabe que cada aspecto haya sido excesivamente simplificado en la exposición, pero estas exageradas simplificaciones sucesivas contribuyen a formar un cuadro que, según lo espero, procura cierta idea de la vastedad y complejidad del original.

Quedan excluidos del cuadro (no porque carezcan de importancia, sino simplemente por conveniencia y porque los he analizado en ocasiones anteriores) los enemigos mecánicos y militares de la libertad, es decir, las armas y los artificios que tanto han fortalecido a los gobernantes del mundo frente a sus gobernados y los cada vez más ruinosamente costosos preparativos para guerras cada vez más insensatas y suicidas. Los capítulos que siguen deben ser leídos con un telón de fondo de ideas sobre el levantamiento húngaro y su represión, sobre las bombas de hidrógeno, sobre el costo de eso a lo que cada nación se refiere como «defensa», sobre esas interminables columnas de jóvenes uniformados, blancos, negros, morenos o amarillos, que marchan obedientemente hacia la fosa común.

I

EXCESO DE POBLACIÓN

En 1931, cuando fue escrito Un Mundo Feliz, yo estaba convencido de que se disponía todavía de muchísimo tiempo. La sociedad completamente organizada, el sistema científico de castas, la abolición del libre albedrío por el acondicionamiento metódico, la servidumbre hecha aceptable por dosis regulares de bienestar químicamente inducido y las ortodoxias inculcadas en cursos nocturnos de enseñanza durante el sueño eran cosas que venían, desde luego, pero no en mi tiempo, ni siquiera en el tiempo de mis nietos. No recuerdo la fecha exacta de los sucesos registrados en Un Mundo Feliz, pero era alrededor del siglo VI o VII D. F. (después de Ford). Quienes vivíamos en el segundo cuarto del siglo XX de la era de Cristo habitábamos, hay que admitirlo, un mundo horripilante, pero la pesadilla de aquellos años de depresión era radicalmente distinta de la pesadilla del futuro descrita en Un Mundo Feliz. La nuestra era una pesadilla de orden muy inferior; la de los otros, los del siglo VII D. F., era excesiva. En el proceso de pasar de un extremo al otro habría, según yo me imaginaba, un largo intervalo durante el cual el tercio más afortunado de la raza humana sacaría lo más posible de los dos mundos: el desordenado mundo del liberalismo y el excesivamente ordenado Mundo Feliz donde la perfecta eficiencia no dejaba sitio para la libertad o la iniciativa personal.

Veintisiete años después, en este tercer cuarto del siglo XX de la era de Cristo y mucho antes de que termine el siglo I D. F., me siento mucho menos optimista que cuando escribía Un Mundo Feliz. Las profecías que hice en 1931 se están haciendo realidad mucho más pronto de lo que pensé. El bendito intervalo entre el orden insuficiente y la pesadilla del orden excesivo no ha comenzado ni muestra señal alguna de comenzar. En Occidente, es cierto, hombres y mujeres individuales todavía disfrutan de una considerable medida de libertad. Pero hasta en los países que tienen una tradición de gobierno democrático parece que se está desvaneciendo esa libertad y hasta el deseo de esa libertad. En el resto del mundo, la libertad de los individuos ha desaparecido ya o está desapareciendo manifiestamente. La pesadilla de la organización total, que yo situaba en el siglo VII D. F., ha surgido del inocuo y remoto futuro y nos está esperando ahí mismo, a la vuelta de la esquina.

El 1984 de George Orwell fue una proyección aumentada en el futuro de un presente que contenía el stalinismo y un pasado inmediato que había presenciado el florecimiento del nazismo. Un Mundo Feliz fue escrito antes de que Hitler llegara al supremo poder en Alemania y cuando el tirano ruso no se había puesto todavía a caballo. En 1931, el terrorismo sistemático no era todavía el obsesionante hecho contemporáneo en que se convirtió en 1948 y la futura dictadura de mi mundo imaginario era mucho menos brutal que la futura dictadura tan brillantemente descrita por Orwell. En la contextura de 1948, 1984 parecía angustiosamente convincente. Pero, al fin y al cabo, los tiranos son mortales y las circunstancias cambian. Recientes acontecimientos en Rusia y recientes progresos científicos y tecnológicos han quitado al libro de Orwell parte de su horripilante verosimilitud. Una guerra nuclear, desde luego, hará tabla rasa de las predicciones de todo el mundo. Pero, si suponemos por el momento que las Grandes Potencias podrán abstenerse, sea como fuere, de destruirnos, cabe decir que las probabilidades se inclinan actualmente más en favor de algo parecido a Un Mundo Feliz que en favor de algo parecido a 1984.

A la luz de lo que hemos aprendido recientemente acerca del comportamiento animal en general y del comportamiento humano en particular, se ha hecho manifiesto que la regulación mediante el castigo del comportamiento indeseable es menos efectiva, a la larga, que la regulación mediante el apoyo con recompensas al comportamiento deseable, y que el gobierno por el terror funciona, en su conjunto, peor que el gobierno por la manipulación no violenta del ambiente y de las ideas y los sentimientos de los individuos, hombres, mujeres y niños. El castigo pone temporalmente término a la conducta indeseable, pero no suprime permanentemente la tendencia de la víctima a incurrir en esa conducta. Además, las consecuencias psicofísicas del castigo pueden ser tan indeseables como la conducta por la que el individuo ha sido castigado. La psicoterapia ha de dedicarse en buena parte a las consecuencias debilitantes o antisociales de pasados castigos.

La sociedad descrita en 1984 es una sociedad regulada casi exclusivamente por el castigo y el miedo que el castigo inspira. En el mundo imaginario de mi propia fábula, el castigo es poco frecuente y generalmente moderado. El dominio casi perfecto que ejerce el gobierno se logra por el apoyo sistemático a la conducta deseable, por muchas clases de manipulación casi no violenta, tanto físicas como psicológicas, y por la normalización genética. Las criaturas en botellas y la regulación centralizada de la reproducción no son tal vez cosas imposibles, pero es manifiesto que continuaremos siendo todavía por mucho tiempo una especie vivípara que se perpetuará al azar. A los efectos prácticos, podemos prescindir de la normalización genética. Las sociedades seguirán siendo reguladas posnatalmente: por el castigo, como en el pasado, y, en medida cada vez mayor, por los más efectivos métodos de la recompensa y la manipulación científica.

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